Entre
aquellos que conforman la clase alta están quienes prefieren que las personas
que trabajan con/para ellos (la servidumbre, como se decía antes) lo hagan
ataviados con riguroso uniforme que deja en claro el lugar que ocupa cada
quien.
Pero
la historia enseña que esto tiene sus riesgos, tal como se puso de manifiesto
en Roma y de lo que da cuenta Wislawa Szymborska.
En Roma,
naturalmente, el ciudadano de pleno derecho se distinguía del resto llevando
una toga, pero su uso era muy poco frecuente durante los tiempos del Imperio.
Por la calle, no era nada fácil apreciar la diferencia entre un individuo libre
y otro que no lo era: solía ocurrir que los esclavos salían de casa cubiertos
de oro para presumir, mientras que los ciudadanos libres se ponían el primer
trapo que encontraban.
Esta
ausencia de diferenciación social generó airadas resistencias entre quienes
consideraron que ello resultaba francamente intolerable. “Gibbon cuenta –añade
Szymborska- que un buen día se presentó en el Senado una moción que pretendía
poner punto final a aquella escandalosa situación y votar a favor de un
uniforme reglamentario para todos los esclavos.”
Aquel
proyecto no prosperó pero no se crea que por razones humanitarias o de
nivelación social; Szymborska aclara la cuestión
El Senado
desestimó la propuesta no porque amase la democracia sino justamente por todo
lo contrario: los esclavos, ataviados todos ellos con uniformes, se darían
cuenta de inmediato de su abrumador número… ¡He aquí la complicación!
Lecciones
de la historia.
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