Algunas situaciones cotidianas
no concitan mayor interés, no llaman la atención (porque sabido es que si a la
atención no se la llama, se sigue de largo). Una de ellas es el estornudo. El
doctor Francisco González Crussi (Letras
Libres, mayo 2013) nos invita a que este acontecimiento no pase
desapercibido.
Adviértase
la singularidad de este fenómeno: algo nos anuncia que ya viene; una especie de
comezón en la nariz nos hace saber la inminencia de su llegada. En seguida,
sobreviene un movimiento intempestivo de la cabeza y el tronco, que se termina
en una espiración violenta, repentina y sonora: el aire de los pulmones pasa
explosivamente a través de las anfractuosidades de las fosas nasales. Los ojos
se cierran invariablemente; los sabios, que muchas veces saben el cómo y casi
nunca el porqué, hipotetizan que es un intento de proteger los ojos contra el
chorro de bacterias potencialmente dañinas súbitamente disparadas. Mas no se
crea que a esto se reduce el fenómeno: hay una vasta serie de concomitantes.
Las ideas se hacen confusas, se pierde el hilo de lo que se pensaba. Los
músculos del tórax y del abdomen se contraen; se tensan los tendones y
ligamentos de las articulaciones; hasta los esfínteres del cuerpo se estrechan,
como lo saben muy bien, para su infortunio, las personas predispuestas a la
incontinencia urinaria, que mal pueden retener la emisión de orina durante un
estornudo.
González Crussi subraya que
como “todo esto sucede fuera de nuestro control”, en el pasado se presentaron
diversas interpretaciones.
De ahí
que los hombres de épocas pasadas pensaran que quien estornuda es un poseído.
Una fuerza externa a la persona, un poder demoniaco o celestial se apodera del
individuo, lo habita y lo domina; estornudar es como obedecer una orden
ineludible venida desde quién sabe qué dominio misterioso. Los movimientos
involuntarios, los tics, las convulsiones, ¿qué otra cosa podrían ser, sino
manifestaciones de posesión preternatural? Llegados tiempos de mayor
racionalidad, los médicos teorizaron que el estornudo es una forma, bien que
breve y comúnmente benigna, de epilepsia –el mal sagrado.
En tiempos propicios a buscar
augurios que permitieran orientar las acciones, el estornudo –continúa Francisco
González Crussi- fue visto como un signo a tener en cuenta.
Entre
griegos y romanos, un estornudo al principio de una acción podía considerarse de
mal agüero: bastaba para interrumpir la acción iniciada. Lo mismo si alguien
estornudaba a la izquierda del ejecutor de la acción; en cambio, a la derecha,
el presagio era bueno. Es bien sabido que en casi todas las culturas, el lado
derecho se ha asociado a lo positivo y deseable, y el izquierdo a lo negativo y
funesto.
En el artículo citado el autor
también se refiere a la interpretación que se hizo de los estornudos para el
feliz desarrollo de los vínculos amorosos.
Permítasenos finalmente
agregar unas breves consideraciones. Existen muy diferentes estilos de
estornudar, los hay más elegantes y también aquellos que no tienen clase. Hay
formas de estornudar que son un verdadero espectáculo y que provocan en los
espectadores una sonrisa disimulada. Por otro lado, los estornudadores culposos
ofrecen disculpas mientras que los extrovertidos lo hacen sin mayor recato.
Cuando uno es educado y al estornudo responde con un “¡salud!”, la situación
puede devenir en una larga competencia para ver quien tiene la última palabra o
el último estornudo.
Y no olvidar la regla de oro: jamás
decir “¡salud!” mientras el estornudo está en proceso porque con ello
automáticamente se lo disuade y todo queda en un estornudo interruptus.
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