jueves, 12 de octubre de 2017

El estornudo


Algunas situaciones cotidianas no concitan mayor interés, no llaman la atención (porque sabido es que si a la atención no se la llama, se sigue de largo). Una de ellas es el estornudo. El doctor Francisco González Crussi (Letras Libres, mayo 2013) nos invita a que este acontecimiento no pase desapercibido.

Adviértase la singularidad de este fenómeno: algo nos anuncia que ya viene; una especie de comezón en la nariz nos hace saber la inminencia de su llegada. En seguida, sobreviene un movimiento intempestivo de la cabeza y el tronco, que se termina en una espiración violenta, repentina y sonora: el aire de los pulmones pasa explosivamente a través de las anfractuosidades de las fosas nasales. Los ojos se cierran invariablemente; los sabios, que muchas veces saben el cómo y casi nunca el porqué, hipotetizan que es un intento de proteger los ojos contra el chorro de bacterias potencialmente dañinas súbitamente disparadas. Mas no se crea que a esto se reduce el fenómeno: hay una vasta serie de concomitantes. Las ideas se hacen confusas, se pierde el hilo de lo que se pensaba. Los músculos del tórax y del abdomen se contraen; se tensan los tendones y ligamentos de las articulaciones; hasta los esfínteres del cuerpo se estrechan, como lo saben muy bien, para su infortunio, las personas predispuestas a la incontinencia urinaria, que mal pueden retener la emisión de orina durante un estornudo.

González Crussi subraya que como “todo esto sucede fuera de nuestro control”, en el pasado se presentaron diversas interpretaciones.

De ahí que los hombres de épocas pasadas pensaran que quien estornuda es un poseído. Una fuerza externa a la persona, un poder demoniaco o celestial se apodera del individuo, lo habita y lo domina; estornudar es como obedecer una orden ineludible venida desde quién sabe qué dominio misterioso. Los movimientos involuntarios, los tics, las convulsiones, ¿qué otra cosa podrían ser, sino manifestaciones de posesión preternatural? Llegados tiempos de mayor racionalidad, los médicos teorizaron que el estornudo es una forma, bien que breve y comúnmente benigna, de epilepsia –el mal sagrado.

En tiempos propicios a buscar augurios que permitieran orientar las acciones, el estornudo –continúa Francisco González Crussi- fue visto como un signo a tener en cuenta.

Entre griegos y romanos, un estornudo al principio de una acción podía considerarse de mal agüero: bastaba para interrumpir la acción iniciada. Lo mismo si alguien estornudaba a la izquierda del ejecutor de la acción; en cambio, a la derecha, el presagio era bueno. Es bien sabido que en casi todas las culturas, el lado derecho se ha asociado a lo positivo y deseable, y el izquierdo a lo negativo y funesto.

En el artículo citado el autor también se refiere a la interpretación que se hizo de los estornudos para el feliz desarrollo de los vínculos amorosos.

Permítasenos finalmente agregar unas breves consideraciones. Existen muy diferentes estilos de estornudar, los hay más elegantes y también aquellos que no tienen clase. Hay formas de estornudar que son un verdadero espectáculo y que provocan en los espectadores una sonrisa disimulada. Por otro lado, los estornudadores culposos ofrecen disculpas mientras que los extrovertidos lo hacen sin mayor recato. Cuando uno es educado y al estornudo responde con un “¡salud!”, la situación puede devenir en una larga competencia para ver quien tiene la última palabra o el último estornudo.

Y no olvidar la regla de oro: jamás decir “¡salud!” mientras el estornudo está en proceso porque con ello automáticamente se lo disuade y todo queda en un estornudo interruptus.

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