martes, 24 de octubre de 2017

Propuesta de museos para pueblos pequeños


Los improbables lectores de Habladuría saben que Wislawa Szymborska aparece en este espacio con mucha frecuencia (y seguirá haciéndolo). Hoy viene con una propuesta novedosa que parte de una pequeña noticia.

En Lowicz se ha abierto el Museo del Botón. Tiene ya su propio membrete comercial y ha publicado un librito sobre el botón en la literatura. Es posible que, al conocer la noticia, más de uno haya comenzado a darle vueltas a la cabeza y a preguntarse, con una leve sonrisa en los labios, si los ciudadanos de esa ciudad no tienen nada más importante en lo que pensar.

A partir de aquí, Szymborska evoca su experiencia en la visita a museos de pequeñas poblaciones.

Es probable que solo me pase a mí, pero siempre que voy a algún sitio y decido echarle un vistazo al museo municipal, o bien está cerrado (y tiene la llave el director), o bien me entero a mitad de la visita por la señora que está de guardia que soy la primera persona que ha entrado en cuatro meses. Es fácil deducir el porqué. Los objetos más bonitos o históricamente más interesante hace ya tiempo que fueron enviados a los museos de las grandes ciudades. Lo que ha quedado, no atrae a casi nadie.

A partir de ello comienza a esbozar su propuesta de museos para pueblos de escasa relevancia.

Si las pequeñas localidades erigiesen un centro dedicado a un tema determinado (cada una al suyo), las cosas irían de otra manera. Al ver el rótulo “Museo del Botón” el viajero, tras unos instantes de estupefacción, se lo pensaría, entraría y echaría un vistazo. Y quizá llegue incluso a pensar que al pueblo en donde nació –él o sus antepasados- también podría venirle bien tener un museo tan curioso como ese. ¿De postales, quizá? ¿De libros de oraciones antiguos? ¿Juguetes? ¿Juegos de cartas? ¿Piezas de ajedrez? Si hubiese además una fonda en las proximidades en donde preparasen algo mejor que sopas de sobre, el nombre del pueblo llegaría a lugares muy lejanos.

Y ya entrada en su proyecto, Wislawa Szymborska no sólo encuentra beneficios para pobladores de las pequeñas localidades, viajeros que las visitan, dueños y trabajadores de la fonda situada en las cercanías del museo, sino también para coleccionistas y sus herederos.

Aún hay otra ventaja. En Polonia hay muchos coleccionistas. No hablo de esos que coleccionan cualquier cosa. Me refiero a esos exigentes individuos entregados a un coleccionismo especializado y que están en posesión de auténticas rarezas. Por lo general se enfrentan al problema de a quién legar su colección. La familia rara vez se da cuenta del valor de la herencia del maniático abuelito. Lo más normal es que los grandes museos, en el caso de que se hagan cargo de la colección, la empaqueten y acabe en el sótano de algún almacén. La mejor solución es enviarla a museos pequeños repartidos por todo el país que animen un poco el paisaje.

A Wislawa Szymborska se le otorgó el premio Nobel de Literatura, bien que se le podría haber reconocido también en el rubro del emprendurismo, hoy tan de moda.

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