martes, 16 de enero de 2018

El misterio del hombre de la máscara de hierro


Entre los muchos enigmas que guarda la historia encontramos el del hombre de la máscara de hierro. ¿Quién era? ¿Por qué se ocultaba su identidad? Walter Benjamin -quien entre 1927 y 1933 condujo un programa de radio (algunos de ellos han sido difundidos en el libro Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes)- se interesó en el tema.
(…) Para saber lo que pasaba en la Bastilla, nada mejor que la historia del hombre de la máscara de hierro, que ahora pasaré a contarles:
El jueves 18 de septiembre de 1689 a las 3 de la tarde, el director de la Bastilla, señor de Saint-Mars, llegó aquí por primera vez proveniente de la isla Santa Margarita (donde había otra cárcel grande). En su coche trajo a un prisionero cuyo nombre se mantiene en secreto y que está siempre enmascarado. Primero lo metieron en la torre de la Bassinèrie (todas las torres de la Bastilla tenían nombres especiales). A las 9 de la noche, cuando ya había oscurecido, me ordenaron llevarlo a la tercera habitación de otra torre, una habitación que antes había tenido que equipar cuidadosamente con todos los muebles imaginables.
Este testimonio es lo único que tenemos por escrito sobre el hombre de la máscara de hierro. Hasta la noticia de su muerte, que encontramos asentada en el diario del mismo subteniente cinco años más tarde, el lunes 19 de noviembre de 1703:
El prisionero desconocido, que anda constantemente velado tras una máscara de terciopelo negro y que el director trajo consigo hace cinco años desde la isla Santa Margarita, ha fallecido hoy a eso de las diez, luego de haberse sentido un poco mal ayer al volver de misa, pero sin haber estado realmente enfermo antes.
Al día siguiente lo sepultaron, y el subteniente anotó meticulosamente en su diario que el entierro costó 40 francos. Se sabe también que el cuerpo fue enterrado sin cabeza, a la que cortaron en varios pedazos y enterraron en lugares distintos para asegurarse de que resultara irreconocible. Tanto miedo tenían el rey de Francia y el director de la Bastilla de que, tras su muerte, finalmente se develara quién había sido el hombre de la máscara de hierro, que dieron orden de quemar absolutamente todo lo que había usado: su ropa interior, sus vestidos, el colchón, las sábanas, etc. Blanquearon las paredes de la celda que había ocupado, no sin antes rasquetearlas esmeradamente. La precaución se llevó al extremo de aflojar todas las piedras de los muros y levantarlas una tras otra, por temor de que el hombre de la máscara de hierro hubiese escondido un papel o dejado otro signo por medio del cual pudiera ser identificado. Su máscara no era de hierro, aunque a ella debía su nombre, sino que estaba hecha de terciopelo negro, endurecido con barba de ballena. Se la habían ajustado por la nuca con una cerradura lacrada y estaba construida de tal modo que no sólo resultaba imposible que se la quitase por sí mismo, sino que ninguna otra persona hubiera podido liberarlo de ella si no contaba con la llave correspondiente. Lo que sí podía hacer sin esfuerzo era comer con la máscara puesta; pero había orden de matarlo al instante si usaba la boca para darse a conocer.
Por supuesto que el caso se prestó para múltiples conjeturas, hipótesis, suposiciones y Benjamin describe una de ellas.
Le daban lo que pedía. Por la consideración que le demostraban se deducía que era un hombre distinguido, pero también por muchos otros indicios, como su predilección por las sábanas finas y los trajes costosos, y por su virtuosismo para tocar la cítara. Su mesa estaba siempre cubierta de las comidas más selectas, y pocas veces el director se atrevía a sentarse en su presencia. Un viejo médico de la Bastilla, que de vez en cuando revisaba a este curioso hombre, explicó más tarde que nunca había logrado verle la cara. 
El hombre de la máscara de hierro tenía una figura muy bella, una conducta excelente y conquistaba a todo el mundo con el timbre de su voz. Pese a toda su aparente humildad y sumisión, se dice que igual logró hacer llegar al mundo una señal sobre su persona. Según cuentan, un día tiró por la ventana un plato de madera, en el que encontraron grabado a cuchillo el nombre Macmouth.
Esta historia juega un papel muy importante en los innumerables intentos que se han hecho por identificar al misterioso prisionero. Todos los investigadores coinciden en que sólo podía ser de la más alta alcurnia, probablemente hasta de una dinastía reinante.
Por ese entonces reinaba en Inglaterra el rey Jacobo II, contra el que se había alzado un hijo de Carlos II como “antirey”. Este rey no oficial era el duque de Monmouth, que se había dejado fusilar para salvarle la vida a su amo, mientras que el verdadero conde había huido a Francia, donde fue arrestado por Luis XIV. El hombre de la máscara de hierro sería este duque.
Sin embargo al final de aquel programa de radio dirigido a jóvenes, Walter Benjamin reconocía que hasta el momento no había nada concluyente. “Esto es lo que quería contarles. Aunque deben saber que, con el correr de los siglos, ha surgido toda una serie de explicaciones que no son peores que esta. Sin embargo, hasta el día de hoy ninguno de los muchos historiadores que investigaron este tema pudo arribar a ninguna certeza.”  

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