Hay
prácticas comerciales propias del servicio de atención al cliente que
seguramente surgieron de la innovación propuesta por algún especialista en
marketing (quien seguramente hizo mucho dinero con ello). No dudo que en sus
inicios se trató de algo amigable. Con el paso del tiempo -en el mejor de los
casos- aquello concluye en una gimnasia automática tal como sucede, por ejemplo,
con el cajero que con indisimulable sonrisa fingida pregunta: “¿encontró todo
lo que buscaba?”.
Pero
ahora me refiero a quienes en los locales de diversas cadenas de restaurantes
tienen asignada la función de pasar preguntando: “¿está bien atendido?”, “¿les
hace falta algo?”. Con un tempo
adecuado esta práctica de cortesía resulta simpática pero me da la impresión
que en tiempos recientes ha degenerado en barroco recargado por lo que el
funcionario encargado de ello pasa, con una frecuencia digna de mejores causas,
con su pregunta cortés a interrumpir lo que hacen los clientes, sea comer,
platicar, leer.
Sin
embargo, ¡qué equivocado estaba al suponer que esta cortés, molesta y
fastidiosa costumbre es propia de nuestros tiempos!
Encuentro
un texto en el que ya en 1866 Ferdinand Kürnberger (traducción y compilación de
Francisco Uzcanga Meinecke) se quejaba de ello.
Llego al
restaurante. (…) Un camarero con frac me da la bienvenida. “Sopa de arroz, sopa
de gallina, sopa de verduras”. “Sopa de verduras”. Se acerca otro: “Sopa de
arroz, sopa de gallina”. “Ya he pedido”. Un tercero me susurra: “Sopa de arroz,
caldo de gallina”. “Ya he pedido”. Tintinea una fuente, el maître del hotel me ofrece una pizquita con la convicción de estar
anunciando algo novedoso: “¿Sopa tal vez?”.
Estas
escenas insufribles se desarrollan a diario en todos los restaurantes de Viena,
sin que a un solo camarero se le ocurra que todo podría hacerse de forma mucho
más sencilla, y, de hecho, en el resto del planeta habitado todo es mucho más
sencillo.
Ayer
como hoy este intenso interrogatorio no siempre va acompañado de eficiencia en
el servicio, tal como le aconteciera a don Ferdinand: “Mientras medito sobre la
bendita costumbre nacional de servir la comida con esta incesante zalamería,
llega el primer camarero: ‘¡Aquí tiene, sopa de arroz!’. ‘Pero yo he pedido
sopa de verduras’. ‘Perdón, pensaba que sopa de arroz’. Y la sopa sólo es el
comienzo.”
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