martes, 20 de febrero de 2018

… porque uno nunca sabe para quién trabaja


La singular vida de Carmen de Burgos -quien firmara muchos de sus trabajos como Columbine- será tema en próximas ocasiones. De momento digamos únicamente que fue una conocida escritora y defensora de los derechos de las mujeres a finales del siglo XIX y comienzo del XX. Una mujer, española claro está, muy combativa que enfrentó ataques, represalias y calumnias a causa de sus ideas.

Ahora solamente nos referiremos a un curioso acontecimiento que le aconteció y del que da cuenta Mar Abad citando a José Montero Alonso quien publicara en La piscina, La piscina una entrevista que le realizara. Llegados a cierto punto, Montero Alonso le pregunta: “En esa relación, en esa amistad que hay siempre de novelista a lector, de autor a público, ¿recuerda usted alguna anécdota, algún hecho curioso?”

La escritora –según comenta Mar Abad- respondió que entre sus publicaciones hay una novela llamada Los anticuarios (1919) que para escribirla se había basado en lo que había aprendido de esas tiendas en París.


En un pasaje de la novela, Carmen de Burgos señala

La moda exigía que las joyas tuviesen historia. Una hermosa joya, reposando sobre el estuche de terciopelo en una joyería, les parecía a las refinadas una cosa horrible, una cosa agria como un fruto insazonado. Eran vulgares y burguesas todas aquellas joyas caras, sin carácter, que daban a las mujeres la apariencia de nuevas ricas; gentes sin distinción y sin arte.

Por tanto “una joya para tener valor, debía tener historia”. Pero ¿qué hacer cuando el objeto carecía de linaje reconocido? Nada más sencillo: se le creaba uno, al fin que nadie lo sabría porque “en aquel comercio (…) el engaño era siempre el elemento más indispensable”.

Sostiene Mar Abad que en la entrevista referida Carmen de Burgos cuenta que  

Varios años después, en un hotel en México, un desconocido la detuvo y le dijo: “¡Le debo a usted mi fortuna!”. Aquel hombre leyó el libro y copió los trucos y las estafas que relataba para montar un negocio. Después compró todos los ejemplares que había en México para que nadie pudiera descubrir sus artimañas y evitar que otro listo le hiciera la competencia.

Concluía Carmen de Burgos: “Y yo que quise poner un fin moral en mi libro por el ambiente de picardía y de farsa que mostraba al descubierto, vi que lo conseguido era todo lo contrario: en vez de moralizar, desmoralizaba…”

Recientemente en una librería de viejo di con un ejemplar de Los anticuarios elegantemente encuadernado y muy bien conservado. La pregunta es inevitable: ¿será alguno que se le escapó al protagonista de la historia o, por el contrario, se trata del mismo ejemplar que le sugirió tan pingüe negocio (y que en reconocimiento a ello fue cuidadosamente encuadernado)?

Si usted quiere seguir con esta historia, le proporciono una pista más ya que las iniciales del propietario fueron destacadas en la encuadernación: “S.L.”



Después me cuenta.

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