En
muchos momentos hemos recurrido a ella y, claro está, lo seguiremos haciendo.
Nos referimos a Wislawa Szymborska. Sus reseñas de libros no tienen desperdicio,
caracterizándose por la crítica incisiva, el humor y la ironía. Hoy evocaremos
el juicio que le mereció el libro “Piedras preciosas: embellecen y sanan” de
Laura Lorenzo (traducción del italiano de Dariusz Lyznik, Varsovia, Oficyna
Wydawnicza Spar, 1997).
En primer
lugar se refiere al efecto negativo que podría ocasionar la exhibición de
piedras por las sospechas que ello suscitaría.
Es bueno
que la fe en el poder curativo de las piedras para fines ornamentales no sea
universal y que probablemente nunca lo sea. De lo contrario, solo con prestar
atención al colgante y a la persona de la que cuelga, la gente sabría de
inmediato todos sus males. Quién padece trastornos gastrointestinales, quién
tiene problemas de vejiga o quien sufre el tormento de las pesadillas
nocturnas. Sería como si cada uno pasease públicamente el diagnóstico de su
internista o psiquiatra. Muchas de las proposiciones matrimoniales se quedarían
por el camino por culpa de un inofensivo alfiler que indicase propensión a
sufrir ataques de celos o de histeria. Los políticos que se presentasen como
candidatos en las elecciones se encontrarían en una posición mucho peor que la
actual. El penetrante ojo de la prensa descubriría cualquier piedrecita en los
gemelos de camisa del candidato y, por consiguiente, reconocería la dolencia contra
la que ese infeliz intenta luchar. Porque si se trata de un ágata, entonces son
delirios; si es una amatista, una borrachera; y si es citrina, pensamientos
suicidas. Y llegaríamos a tal punto que nadie utilizaría las piedras para fines
ornamentales, y es una lástima, porque son hermosas.
En un
segundo momento enuncia un breve juicio sobre la obra. “El libro es algo tonto,
pero tiene buenas intenciones, y si los consejos que contiene son capaces de
mejorar por un tiempo el estado de salud de alguien, pues perfecto.”
Finalmente,
Szymborska acepta que algunas consideraciones podrían ser incontestables y
presenta un ejemplo de ello.
(…) Pero
he encontrado en el libro cierta información que, en mi opinión, puede tener
una base empírica sólida. Resulta que el diamante sí tiene propiedades
afrodisíacas. En especial (añadamos), si está pulido, engastado en un anillo de
platino y se entrega a una persona que, hasta ese momento, no se había fijado
en el regalador.
Así las cosas, no queda
más que rendirse ante las evidencias.
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