jueves, 1 de marzo de 2018

En temporada de campañas electorales


Sí, sí, ya es sabido aquello de que la democracia es el menos malo de los regímenes políticos pero… qué difícil no indignarse cuando llega el mercadeo electoral y los ataques entre candidatos parten de la regla número uno que consiste en no reconocer jamás –tal como lo ejemplifica Simon Leys- ningún acuerdo con el adversario.

[François] Mitterrand era el tipo más puro de animal político: no tenía absolutamente ninguna política. Poseía una inteligencia brillante, pero para él las ideas no eran correctas o erróneas, eran sólo útiles o inútiles en la búsqueda del poder. El objeto del poder no era una posibilidad de implementar determinadas políticas; el objetivo de toda política era simplemente alcanzar y retener poder. 
[Jean-François] Revel redactó un borrador de discurso para su propia campaña electoral, y Mitterrand le invitó a leérselo. El discurso empezaba así: “Aunque no puedo negar algunos de los logros de mi adversario…”. Mitterrand le interrumpió inmediatamente, gritando: “¡No! ¡Eso nunca, nunca! En política nunca reconoces que tu adversario tenga algún mérito. Ésa es la regla básica del juego”.

En el periodo de campañas electorales –tal como anotábamos hace unos años en el libro “El mundo actual y sus desafíos”- son habituales las promesas desmesuradas que formulan los candidatos. Aun a sabiendas de que en su gran mayoría quedarán en eso, en promesas de campaña Fernando Savater cuestiona

De todas formas, habría que preguntarse: ¿les toleraríamos que no nos hicieran esas promesas? ¿Realmente votaríamos a un político que confesara sin pudor sus limitaciones, o que reconociese que las dificultades son grandes y que, a corto plazo, no podría resolver los problemas, o que va a exigir grandes sacrificios a la población?

Por su parte, con ironía y sarcasmo Manuel Vázquez Montalbán se refiere al mismo punto.

Pero ¿qué daño hacen los políticos que prometen lo que no cumplen? Ninguno. Todos sabemos que casi nunca cumplen todo lo que prometen, y si nos dejamos engañar es porque no se puede ir por la Vida y por la Historia con un descreimiento continuo. Durante los quince o veinte días o años de campaña electoral las promesas se parecen tanto a nuestros deseos y necesidades que nos hacen pensar en la posibilidad de que la esperanza sea la expectativa de lo que es obvio porque es evidente.

De esta manera para Savater aquí se presenta una paradoja “por un lado no queremos ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan”. Todo esto se ha transformado de alguna manera en un juego pre-electoral del que dan cuenta diversos episodios, entre ellos el que narra Eduardo Galeano.

Un candidato de las fuerzas de izquierda llegó al pueblo de San Ignacio, en Honduras, durante la campaña electoral de 1997.
El orador trepó a la escalera que hacía las veces de estrado y ante el escaso público proclamó que la izquierda no soborna al pueblo, no vende favores a cambio de votos:
-¡Nosotros no damos comida! ¡No damos empleos! ¡No damos dinero!
-¿Y qué mierda dan, entonces? –preguntó un borrachito, recién despertado de su siesta bajo un árbol de la plaza.

Ahora bien, una vez que se llega al poder inicia lo que Joaquín Estefanía denomina el tiempo de las rebajas electorales; también Juan Gelman se refería a ello, al señalar que “el candidato, una vez electo, pasa de la ebriedad de las promesas a la sobriedad de su duro incumplimiento”.

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