La falsificación es un tema que presenta
muchas facetas y al que seguramente nos referiremos en diversas ocasiones.
Iniciaremos con uno de los grandes maestros en el oficio -sino que en el arte-,
como lo fue Hans van Meegeren. Para seguirle la pista nos guiaremos con un
artículo de Edward Marriot (con traducción de Cristina Sardoy) publicado en la
prensa hace ya algún tiempo.
El 25 de junio de 1938, como parte de
los festejos por el jubileo de la reina Guillermina, monarca de Holanda, el
Museo Boijmans de Rótterdam presentó una exposición con el título de Cuatro
Siglos de Obras maestras 1400-1800. El cartel de la exposición mostraba un
detalle de la “Cena de Emaús”, de Jan Vermeer, una pintura descubierta poco
tiempo antes, donada al museo después de haber sido comprada en 520.000
florines, y considerada hoy como la obra maestra del artista del siglo XVII.
Día tras día, un hombre regresaba al
museo a ver Emaús. Han van Meegeren, también artista, solía pararse junto a los
peregrinos admirados y decía: “No puedo creer que hayan pagado medio millón de
florines por esto. Obviamente es una falsificación”. En cenas con amigos, solía
repetir la misma frase sólo para oír cómo lo contradecían.
Tuvo que esperar la visita de su hijo
para que alguien, con conocimiento de causa, coincidiera con su veredicto.
Cuando su hijo Jacques, ya adulto, llegó
de París para visitarlo, Van Meegeren lo llevó al Boijmans. Luego, se sentaron
en un café y hablaron de la pintura.
-¿Qué te pareció? –le preguntó a su
hijo.
-Es una obra maestra –respondió
Jacques-. Pero del siglo XX, no del XVII.
-Entonces, ¿quién crees que la pintó?
-Tú, papá.
Edward Marriot proporciona –basándose en
un estudio de Frank Wynne- algunos datos que permiten acercarse al protagonista
de esta historia.
Han van Meegeren, el personaje de Yo
fui Vermeer: la leyenda del falsificador que estafó a los nazis, la
biografía psicológicamente fascinante y sumamente entretenida de Frank Wynne,
llegaría a ser el falsificador más famoso de la historia. Nacido en 1889, fue
desde el comienzo un artista dotado, pero también un hombre fuera de época, que
pintaba retratos a la manera de Van Dyck cuando el Cubismo y el Futurismo
electrizaban a los críticos de París y Nueva York. Se vio llevado a la
falsificación por un deseo de venganza, impulso que tuvo sus orígenes en la
infancia, cuando su padre autoritario desvalorizaba abiertamente sus ambiciones
artísticas, y que posteriormente se vio fortalecido por el rechazo de los
críticos de arte holandeses.
Su carrera comenzó lentamente. En 1913,
ganó la prestigiosa Medalla de Oro de La Haya por su Estudio del Interior de Laurenskerk.
Van Meegeren no recibió dinero por el premio, pero el estudio se vendió en
1.000 florines, el equivalente de casi US$ 6.000 actuales. Al poco tiempo, un
coleccionista extranjero contactó a Van Meegeren y le preguntó si podía comprar
la pintura. Ven Meegeren dijo que sí y se puso a trabajar para crear una copia,
con la intención de hacerla pasar por el original. Bajo la presión de su
esposa, se echó atrás a último momento. La matemática fue increíble: en vez de
los 1.000 florines convenidos, cobró nada más que 80. Talentoso como era pese a
sus gustos anticuados, Van Meegeren no tardó en darse cuenta de que la
falsificación era rentable.
Él sabía que para hacer bien las cosas
debía especializarse y fue así como
Se decidió por Vermeer, el artista que
admiraba por encima de todos los demás y con el cual sentía un vínculo. Igual
que él, Vermeer era un artista desdeñado y maltratado por los críticos y que
había muerto casi desconocido. Pero también fue una elección astuta; se sabía
tan poco sobre la vida y las obras de Vermeer que sería fácil aumentar el catálogo
de obra aceptada. Empezó modestamente, con una pieza costumbrista menor, “La
lección de música”. Fue autenticada y vendida por 40.000 florines.
De esta manera no sólo encontró su
verdadera vocación sino una importante fuente de ingresos que lo llevó a tener “alrededor
de 15 casas de campo y otras 52 propiedades, incluidos hoteles y clubes
nocturnos”. Su trayectoria continuó exitosamente hasta que fue detenido por
falsificación “en 1945 por vender un Vermeer al Mariscal del Reich Hermann
Goering”. Según Jorge Mejía Prieto el acusado se reconoció como culpable pero…
nadie le creía.
Ante la grave acusación, Meegeren
decidió confesar que el cuadro vendido al agente de Goering había sido
falsificado por él, al igual que otras cinco pinturas que se encontraban en
diversos museos holandeses. Nadie le creyó, ni siquiera los expertos convocados
para examinar los trabajos.
Por lo que -añade Mejía Prieto- la única
opción fue que el acusado agarrara los pinceles e hiciera una demostración en
vivo.
A fin de probar su fraude, Meegeren optó
por pintar otro "Vermeer", admirable por su colorido y por su
indudable sello vermeeriano, y envejecido artificialmente, que dejó asombrados
a los expertos que lo analizaron.
El defraudador confesó haber falsificado
y vendido catorce obras maestras de la pintura holandesa.
Pero aún el final de su carrera
artística –de acuerdo con Marriott- fue exitosa en función de los objetivos que
se había propuesto.
Cuando, finalmente, admitió que la
pintura era en realidad una falsificación, el proceso judicial que siguió se
convirtió en un circo para los medios, un foro donde Van Meegeren se sintió
realizado. Allí por fin consiguió la venganza que anhelaba. Como dijo el juez
en su recapitulación: “El mundo del arte se tambalea y los expertos empiezan a
dudar del fundamento mismo de la atribución artística. Eso es precisamente lo
que el acusado trataba de lograr.”
Hasta aquí parte de la historia de este genio de la
falsificación y de la pintura.
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