jueves, 5 de abril de 2018

La vida desde la lengua propia


El vínculo con el mundo y sus circunstancias se construye desde la lengua materna, lo que da lugar a situaciones asombrosas; Paul Auster nos da a conocer una joya del género

Hará unos veinte años, estaba viendo el informativo de la noche cuando dieron una noticia sobre alguna ciudad sureña cuya junta educativa –debido a dificultades presupuestarias, creo- había decidido prescindir de la enseñanza de lenguas extranjeras. Entrevistaron ante la cámara a una serie de ciudadanos de la localidad pidiéndoles su impresión sobre el cambio de situación, y un hombre dijo (y cito textualmente; sus palabras se cincelaron a fuego en mi cerebro y se me han quedado grabadas desde entonces): “A mí no me parece mal, no me plantea ningún problema. Si el inglés era suficientemente bueno para Jesucristo, también lo es para mí”.

Solamente es posible otorgar credibilidad al suceso porque Paul Auster es un escritor de indiscutible prestigio, que si no… Y concluye con un breve comentario sobre la cuestión  

Por estúpido e inquietante que sea el comentario (y cómico también, desde luego), parece tocar un aspecto fundamental de la idea de lengua materna. Uno está tan imbuido de su propia lengua, la percepción del mundo se halla tan profundamente moldeada por el idioma que uno habla, que a cualquiera que no hable como uno se le considera un bárbaro; o a la inversa, resulta inconcebible que el hijo de Dios haya hablado un idioma distinto del propio, porque él es el mundo, y el mundo solo existe en una sola lengua, que casualmente es la propia.

A lo anterior me permito agregar un cuestionamiento de lógica impecable -de autor desconocido- que evoco en este momento: “Si Jesús era judío, ¿cómo es que tiene un nombre mexicano?”

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