Alcanza con asomarse al balcón para tomar conocimiento
de los muchos focos de peligrosa tensión que se presentan en el mundo actual.
Tanto que cada vez son más quienes dada su impotencia para remediar los males,
optan por dejar de leer el periódico o ver las noticias.
Sin pretender que ello sea consuelo de nada (¡faltaba
más!), está claro que no somos la única generación que ha atravesado por
situaciones de este tipo; para muestra un botón. El autor español Luis de
Zulueta en su libro La nueva edad heroica
(en 1942, plena Segunda Guerra Mundial) señalaba:
(…) la hora presente es tenebrosa. La humanidad, por
la primera vez desde los tiempos de Caín, presencia una guerra universal, una
guerra que abarca el universo entero y se extiende a la vez hasta las cinco
partes del globo. Todo se altera, lo mismo las fronteras de las naciones que
las líneas de los conceptos o los límites morales de lo justo y lo injusto, lo
veraz y lo mendaz, lo digno y lo deshonroso. Nada hay estable, nada firme y
respetado; ni bienes, ni vidas; ni hogares, ni altares; ni realidades seculares,
ni máximas y principios milenarios. Si el mundo de los hechos está confuso, el
mundo de las ideas es caótico.
Es así como a de Zulueta le invadía esa misma
sensación de confusión que hoy nos es tan familiar. “La nota característica del
mundo actual es, en efecto, la confusión. ¿A dónde va el mundo?” Y también
desconfiaba –tal como nos sucede a muchos de nosotros hoy- de quienes presumían
de ver claro.
En medio de este colosal torbellino nadie ve claro.
Quien cree ver claro, quizás ve poco. Contempla sólo una pequeña parte del
panorama, aunque se figure que su percepción es perfecta, porque capta las
realidades próximas, inmediatas, con la riqueza de pormenores de la mirada
miope.
Ayer tanto como hoy.
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