Hace poco tuve oportunidad de
asistir a la exhibición de la película “El ángel azul” (1930) dirigida por Josef
von Sternberg y basada en una novela de
Heinrich Mann de 1905. La película constituye un clásico del cine y en ella
hace su primera aparición cinematográfica nada menos que Marlene Dietrich (por
cierto que algunas escenas resultaron escandalosas para la época).
En un artículo de 1930 (traducción
y compilación de Francisco Uzcanga Meinecke) el mismo Heinrich Mann da a
conocer el proceso que recorrió para escribir su novela.
La
primera vez que tuve noticia de algunos de los hechos que suceden en la novela
fue en un teatro de Florencia. Durante el descanso de la función vendían entre
el público un periódico en el que leí una noticia de Berlín acerca de un
profesor al que su relación con una cabaretera había arrastrado por el camino
de la perdición. Apenas hube leído las breves líneas, surgió ante mí la imagen
del profesor Unrat, la de la mujer que lo seduce e incluso la del escenario de
los hechos: El Ángel Azul.
Una vez más la noticia
publicada en la prensa de la época es quien inspira y provoca al escritor. Tal
fue el impacto que muy pronto las imágenes de los personajes adquirieron
presencia en la mente del joven escritor.
Yo era
por aquel entonces lo suficientemente joven para que los recuerdos de mi niñez
siguieran todavía frescos y bien presentes. No se conoce aún a tantas personas,
no se las confunde a unas con otras, y cada una de ellas acude a la mente en
cuanto se pulsa la tecla indicada. “Profesor” era para mí alguien que enseñaba
en un instituto. Con la insólita combinación “profesor y dama de cabaret”
asociaba simplemente la imagen de un hombre severo y sin experiencia que
tiraniza a sus alumnos y de pronto se ver rebajado no ya a la condición de
alumno sino a la de juguete preferido de una chica. La chica adquirió
enseguida, y ya para siempre, ese aspecto que provoca que un hombre de
principios acabe perdiéndolos todos. Por lo que se refiere al lugar de los
hechos, desde el principio se llamó El Ángel Azul; estaba situado en la
bocacalle de un puerto y olía a brea, cerveza y polvos de maquillaje. La
mayoría de los que se perdían por allí, de manera furtiva y con el pulso
acelerado por las expectativas, eran muy jovencitos, de ahí que en el
intermedio de la función florentina el profesor se me apareciera con algunos
rasgos púberes.
Ya desde
el primer momento lo conocía completamente. Tan sólo faltaba desarrollar y
llevar al papel el personaje y su destino. Surgieron ante mí sin haberlos
tenido que inventar. Habían venido al conjuro de una noticia casual, se me
habían aparecido en una visión.
Posteriormente -continúa
Heinrich Mann- la prensa aportó mayor información sobre el caso, pero ya era
tarde. “Un par de días más tarde el diario italiano amplió la noticia. El amigo
de la diva era en realidad un redactor especializado en la Bolsa y tenía el
título de profesor; era por tanto, muy probablemente, todo lo contrario del
personaje creado por mí. Pero ahí estaba ya.”
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