jueves, 17 de mayo de 2018

El ángel azul


Hace poco tuve oportunidad de asistir a la exhibición de la película “El ángel azul” (1930) dirigida por Josef von Sternberg  y basada en una novela de Heinrich Mann de 1905. La película constituye un clásico del cine y en ella hace su primera aparición cinematográfica nada menos que Marlene Dietrich (por cierto que algunas escenas resultaron escandalosas para la época).

En un artículo de 1930 (traducción y compilación de Francisco Uzcanga Meinecke) el mismo Heinrich Mann da a conocer el proceso que recorrió para escribir su novela.

La primera vez que tuve noticia de algunos de los hechos que suceden en la novela fue en un teatro de Florencia. Durante el descanso de la función vendían entre el público un periódico en el que leí una noticia de Berlín acerca de un profesor al que su relación con una cabaretera había arrastrado por el camino de la perdición. Apenas hube leído las breves líneas, surgió ante mí la imagen del profesor Unrat, la de la mujer que lo seduce e incluso la del escenario de los hechos: El Ángel Azul.

Una vez más la noticia publicada en la prensa de la época es quien inspira y provoca al escritor. Tal fue el impacto que muy pronto las imágenes de los personajes adquirieron presencia en la mente del joven escritor.

Yo era por aquel entonces lo suficientemente joven para que los recuerdos de mi niñez siguieran todavía frescos y bien presentes. No se conoce aún a tantas personas, no se las confunde a unas con otras, y cada una de ellas acude a la mente en cuanto se pulsa la tecla indicada. “Profesor” era para mí alguien que enseñaba en un instituto. Con la insólita combinación “profesor y dama de cabaret” asociaba simplemente la imagen de un hombre severo y sin experiencia que tiraniza a sus alumnos y de pronto se ver rebajado no ya a la condición de alumno sino a la de juguete preferido de una chica. La chica adquirió enseguida, y ya para siempre, ese aspecto que provoca que un hombre de principios acabe perdiéndolos todos. Por lo que se refiere al lugar de los hechos, desde el principio se llamó El Ángel Azul; estaba situado en la bocacalle de un puerto y olía a brea, cerveza y polvos de maquillaje. La mayoría de los que se perdían por allí, de manera furtiva y con el pulso acelerado por las expectativas, eran muy jovencitos, de ahí que en el intermedio de la función florentina el profesor se me apareciera con algunos rasgos púberes.
Ya desde el primer momento lo conocía completamente. Tan sólo faltaba desarrollar y llevar al papel el personaje y su destino. Surgieron ante mí sin haberlos tenido que inventar. Habían venido al conjuro de una noticia casual, se me habían aparecido en una visión.

Posteriormente -continúa Heinrich Mann- la prensa aportó mayor información sobre el caso, pero ya era tarde. “Un par de días más tarde el diario italiano amplió la noticia. El amigo de la diva era en realidad un redactor especializado en la Bolsa y tenía el título de profesor; era por tanto, muy probablemente, todo lo contrario del personaje creado por mí. Pero ahí estaba ya.”

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