Además
de las instancias legalmente reconocidas existe otro poder judicial, aunque sin
carácter imperativo, que todos ejercemos. A unos se les da más que a otros,
pero nadie es ajeno en esto de bajar el martillo del veredicto. Es posible
darle una lectura positiva en cuanto a que cada quien sea capaz de opinar sobre
conductas ajenas a partir de su escala de valores y con ello ponga en actividad
el llamado juicio crítico. Sin embargo, también tiene sus muchos asegunes entre
los cuales se encuentran: ser jueces muy laxos para con uno mismo y
extremadamente rigoristas hacia los demás; la manía de andar enjuiciando
conductas que no son de nuestra incumbencia; considerar que los criterios que
guían la propia conducta deberían aplicar también para los demás; considerarse
propietario exclusivo de la verdad; etc.
Con
su habitual maestría, Elías Canetti aborda la cuestión: “Es recomendable partir
de un fenómeno que nos es familiar a todos, el placer de enjuiciar.” Y luego describe como el juicio acerca de la
obra se va desplazando casi imperceptiblemente hasta llegar a condenar a la
persona.
“Un libro malo”, dice alguien, o un “cuadro malo”, y
aparenta tener algo objetivo que decir. De todos modos, la expresión de su
rostro revela que lo dice con gusto. Pues la forma de la declaración engaña, y
muy pronto adquiere un carácter personal. “Un mal escritor” o “un mal pintor”,
se oye enseguida, y suena como se dijera “un mal hombre”. Por todas partes
tenemos ocasión de sorprendernos a nosotros mismos, o a conocidos y
desconocidos, en este proceso de enjuiciar. El placer que produce el juicio
negativo es siempre inconfundible.
Cabe
subrayar que donde hay dudas, matices, cuestionamientos, incertidumbres… no hay
espacio para la contundencia del juicio; continúa Canetti
Es un placer duro y cruel que no se deja turbar por nada.
El juicio solo será un juicio si es emitido con una especie de seguridad
inquietante. No conoce clemencia ni cautela alguna. Se emite con rapidez; y la
falta de reflexión es lo más adecuado a su esencia. La pasión que revela se
debe a su rapidez. El juicio rápido e incondicional es el que se dibuja como
placer en el rostro del que enjuicia.
Así
las cosas, concluye Elías Canetti: “La enfermedad de sentenciar es una de las
más difundidas entre los hombres, y prácticamente todos se ven aquejados por
ella.”
Avisados.
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