Seguramente a usted también le sucedió. Hay
ocasiones en que incurrimos en gastos que podríamos habernos ahorrado ya que no
trajeron consigo el beneficio esperado. En tal caso no es raro que nos invada
una sensación de enojo dirigida hacia uno mismo, acompañada con los reproches
correspondientes (¿cómo no me di cuenta antes?, ¡maldito el momento en que se
me ocurrió!, ¿será posible que nunca aprenda?, etc.)
En este mismo espacio hemos traído a
consideración pequeñas historias que se convierten en instancias de auto-consolación
cuando vemos que a otros les pasó lo mismo o, mejor aún, peor que a nosotros. Es
el caso que hoy nos ocupa y del que da cuenta José Alfredo Páramo.
Antero [Chávez)] me contó que durante un
viaje de la Filarmónica
de Berlín a Tokio, donde interpretaría la Séptima Sinfonía de Bruckner,
que tiene una sola intervención de los platillos a lo largo de 75 minutos,
Herbert von Karajan se dio cuenta de que el jefe de personal no había incluido
al percusionista, por lo que pidió que lo llevaran en el primer vuelo. “No me
importa que sólo venga a tocar en un compás. No confío en otro percusionista”.
La calidad de la Filarmónica de Berlín –desde
la perspectiva de Herbert von Karajan- no podía reparar en pequeñas minucias tales
como los gastos de pasaje, honorarios, estadía, alimentación y viáticos de un
músico por el solo argumento de que su participación sería menor. Y sabido es
que al maestro no se le discutía.
Continúa Páramo con su narración: “De
acuerdo con su peculiar estilo, Karajan dirigía en ese concierto con los ojos
cerrados y en profunda concentración. La música llegó por fin al compás de la
intervención del platillo.” Y fue en ese preciso momento que sucedió lo
inesperado cuando “el director dio un brinco en el podio, abrió descomunalmente
los ojos y su rostro se contrajo en un rictus de desesperación: los platillos
no habían sonado.”
Así que cuando usted incurra en uno de
esos gastos que tranquilamente pudo haberse ahorrado, piense en esta historia
del maestro von Karajan y aquellos platillos que nunca sonaron.
Por cierto que ya no supe si al
percusionista le pagaron sus honorarios pero seguramente disfrutó de su estadía
en Tokio.
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