La
consulta de periódicos y revistas antiguas permite tener noticias directas de
cómo se vivía (y en este caso, cómo se moría) en el pasado. José Luis Melero, reconocido
bibliófilo, nos cuenta una experiencia a este respecto.
Andaba
estos días leyendo unas viejas revistas zaragozanas. Una de ellas era El Matraco, subtitulada
“Ciencia-Literatura-Arte-Política y… Guasa Viva”, cuyo primer número se publicó
el 3 de abril de 1921 (…) Entre los anuncios publicitarios de la revista, uno
llamó mi atención: era el del fotógrafo Lucas Cepero, que tenía su estudio en
la planta baja del número 44 de la calle Don Jaime I, y que ofrecía como regalo
de los retratos de Primera Comunión “una magnífica ampliación”.
Después
de ubicar la personaje nos informa de su trágica muerte vinculada a cuestiones
de ayer, hoy y –seguramente- mañana. Para ello toma como referencia un artículo
de José Antonio Hernández Latas que da cuenta de
(…) su
trágica muerte la tarde del 12 de noviembre de 1924. (…) Cepero, fotógrafo de Heraldo de Aragón, natural de Monegrillo
y de cuarenta y tres años de edad (…) fue asesinado de un disparo, en la
antigua calle del Peso, hoy Blasón Aragonés, junto a la plaza de Sas, por
Francisco Calvo Lezcano. La mujer de este, Pilar Larpa Maluenda, de
veinticuatro años de edad, mantenía relaciones extraconyugales con Cepero y
esta fue la razón por la que el marido ultrajado decidió asesinar de un disparo
al fotógrafo.
José
Luis Melero aun va más allá y –siguiendo la misma fuente- nos informa que el
marido ofendido, autor del crimen pasional, resultó absuelto en las instancias
legales que debió enfrentar.
Hernández
Latas ha estudiado la “Ejecutoria de la causa sobre homicidio contra Francisco
Calvo Lezcano” en la que se contiene la sentencia firme del juicio, y por
increíble que parezca el asesino fue absuelto. Sería decisivo en ello que lo
defendiera un abogado muy influyente en la ciudad, el que fuera alcalde de
Zaragoza Emilio Laguna Azorín, que convenció al juez de que Calvo Lezcano habría
obrado en legítima defensa y para defender su honor. Así se hacía justicia en
España en los años veinte.
Así,
cuando menos en este caso, el crimen perpetrado por un marido ofendido resultó
un atenuante de mucha significación.
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