martes, 8 de mayo de 2018

Tiempos de legítima defensa del honor


La consulta de periódicos y revistas antiguas permite tener noticias directas de cómo se vivía (y en este caso, cómo se moría) en el pasado. José Luis Melero, reconocido bibliófilo, nos cuenta una experiencia a este respecto.

Andaba estos días leyendo unas viejas revistas zaragozanas. Una de ellas era El Matraco, subtitulada “Ciencia-Literatura-Arte-Política y… Guasa Viva”, cuyo primer número se publicó el 3 de abril de 1921 (…) Entre los anuncios publicitarios de la revista, uno llamó mi atención: era el del fotógrafo Lucas Cepero, que tenía su estudio en la planta baja del número 44 de la calle Don Jaime I, y que ofrecía como regalo de los retratos de Primera Comunión “una magnífica ampliación”.

Después de ubicar la personaje nos informa de su trágica muerte vinculada a cuestiones de ayer, hoy y –seguramente- mañana. Para ello toma como referencia un artículo de José Antonio Hernández Latas que da cuenta de

(…) su trágica muerte la tarde del 12 de noviembre de 1924. (…) Cepero, fotógrafo de Heraldo de Aragón, natural de Monegrillo y de cuarenta y tres años de edad (…) fue asesinado de un disparo, en la antigua calle del Peso, hoy Blasón Aragonés, junto a la plaza de Sas, por Francisco Calvo Lezcano. La mujer de este, Pilar Larpa Maluenda, de veinticuatro años de edad, mantenía relaciones extraconyugales con Cepero y esta fue la razón por la que el marido ultrajado decidió asesinar de un disparo al fotógrafo.

José Luis Melero aun va más allá y –siguiendo la misma fuente- nos informa que el marido ofendido, autor del crimen pasional, resultó absuelto en las instancias legales que debió enfrentar.

Hernández Latas ha estudiado la “Ejecutoria de la causa sobre homicidio contra Francisco Calvo Lezcano” en la que se contiene la sentencia firme del juicio, y por increíble que parezca el asesino fue absuelto. Sería decisivo en ello que lo defendiera un abogado muy influyente en la ciudad, el que fuera alcalde de Zaragoza Emilio Laguna Azorín, que convenció al juez de que Calvo Lezcano habría obrado en legítima defensa y para defender su honor. Así se hacía justicia en España en los años veinte.

Así, cuando menos en este caso, el crimen perpetrado por un marido ofendido resultó un atenuante de mucha significación.

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