El
acostumbramiento tiene sus innegables ventajas pero también, sin duda, representa
riesgos de consideración como el de que la maravilla termine desdibujada por su
repetición. En relación a la naturaleza ello sucede con los amaneceres,
atardeceres, los cielos estrellados, una ráfaga de viento, etc.
Thomas
Merton se rebela ante ello e invita a que valoremos el privilegio que significa
que la lluvia sea gratuita, lo que en su opinión podría cambiar en este mundo
en que todo parece ser pasible de adquirir cotización en el mercado. “Permítaseme
decir esto, antes de que la lluvia se convierta en un suministro público que se
pueda planificar y distribuir por dinero.” Sucede que hay quienes no aprecian
el carácter festivo que reviste la lluvia y estarían dispuestos a capitalizarla
a su exclusivo servicio y convertirla en bien privado.
Eso lo
harían los que no pueden comprender que la lluvia es una fiesta, los que no
aprecian su gratuidad, los que creen que lo que no tiene precio no tiene valor,
y que lo que no se puede vender no es de verdad, de modo que la única forma de
hacer que algo sea de verdad es
ponerlo en el mercado.
Ante
ello Merton advierte que la gratuidad de la lluvia se encuentra gravemente amenazada.
“Llegará el día en que nos venderán hasta nuestra lluvia. Por ahora, sigue
siendo gratis, y estoy en ella. Celebro su gratuidad y su falta de
significación.”
Como
en tantas otras cosas, cabe la posibilidad que los peligros que Thomas Merton
anunciara (y que en su momento parecieron pura ficción producto de su
exacerbada imaginación) pudieran ser en realidad trazos de una literatura de
anticipación.
1 comentario:
No solo la lluvia, muchas veces he imaginado el día en que estemos conectados a un contador para contabilizar el aire que consumen nuestros pulmones. Mi suegra se burlaba de nosotros que habíamos comprado césped y tierra para la casa de balnerario “¿por qué no compran aire, también?” De hecho, la mercantilización ya ha llegado a los óvulos, el esperma, los vientres de alquiler y tantas cosas más. Un conformista me diría que en realidad se paga un servicio, que yo no pago por el agua que sale por mi canilla sino por el servicio de purificarla y hacerla llegar hasta allí. Es cierto, el capitalismo ha inventado un sistema muy eficiente para distribuir los costos y de esa manera la savia circula por las venas del mercado y todo sigue funcionando. El problema se genera cuando el precio y la ganancia se convierten en la única vara de medida de valor, “no levanto esa bolsa tirada a la puerta de mi casa porque para eso está la municipalidad y yo pago mis impuestos”. Argumento irrebatible, pero que nos lleva inconscientemente a un terreno peligroso: no somos responsables de nada y todo lo que podamos pagar es legítimo. Se justifica el despilfarro porque cada uno hace lo que quiere con su dinero, una actividad que no aporta nada bueno porque da ganancia. Así funciona. Sospecho que esto no puede seguir así eternamente. Cómo y cuándo se producirá el crack está por verse.
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