martes, 12 de junio de 2018

Literatura y felicidad


Abundan en estos tiempos las campañas de promoción de la lectura de las que por lo general –claro está que existen honrosas excepciones- dudo mucho de sus resultados al partir de la base que el gusto por la lectura se contagia y no se predica. Entre las razones para leer que enuncian estas campañas encontramos que la lectura nos convierte en mejores personas (ya llegará el momento de discutirlo en este mismo espacio) así como que nos conduce a ser más felices. En esto último también discrepo y para ello cito a Antonio Orejudo:

(…) la literatura no tiene por qué hacer feliz a nadie. Si lo hace, estupendo. Pero no es su función. A mí personalmente no me gustan los libros que me hacen feliz. De hecho, salvo los de Los Cinco no recuerdo que ningún libro me haya hecho feliz.

Ello no es obstáculo para que Orejudo deje de reconocer lo que sí le han proporcionado los libros. “Me han hecho pensar, me han incomodado, me han provocado, me han mostrado que las cosas son de otro modo, me han enseñado a pensar y en ese sentido me hacen más libre, sí…”

Sin embargo el que la literatura conduzca a la felicidad constituye una afirmación temeraria que Antonio Orejudo cuestiona.

Pero feliz… Yo soy feliz tomando vino con amigos. Es más, creo que sucede todo lo contrario: la literatura nos hace infelices porque los lectores nos acostumbramos a los argumentos, a los finales cerrados, a los sentimientos sublimes… Y luego, cuando cerramos el libro, nos damos cuenta de que nada de eso existe de verdad.

Es así que la lectura vuelve complejo al pensamiento y por lo mismo invita a revisar los indicadores que conducen a la felicidad porque uno se vuelve más exigente.

Dicen que Daniel Cosío Villegas al comenzar los cursos advertía a sus alumnos para que quienes no quisieran sufrir abandonaran el aula ya que el conocimiento, añadía, duele.

Algo así sucede también con la lectura.

1 comentario:

Rafael Katzenstein Berro dijo...

Claro que la lectura no me hace feliz. Ahora mismo estoy desvelado por culpa de un libro que me removió mis esquemas conceptuales. Cada vez que leemos le damos un mordisco al fruto del árbol prohibido, aquel de la "ciencia, del bien y del mal". Y cada vez que lo hacemos, sufrimos la expulsión del Paraíso a punta de la espada del ángel, para recordarnos que no somos dioses pero que, como humanos, nos pensamos a nosotros mismos y pensamos el mundo. No se puede recuperar la inocencia perdida. Creo que fue Erich Fromm quien dijo que Eva y Adán al probar este fruto habían ejercido el primer acto de libertad. También tenemos que reconocer que la lectura no es mágica, que no todos los lectores somos sabios y muchos lo son sin acceso a los libros.