Abundan
en estos tiempos las campañas de promoción de la lectura de las que por lo
general –claro está que existen honrosas excepciones- dudo mucho de sus resultados
al partir de la base que el gusto por la lectura se contagia y no se predica.
Entre las razones para leer que enuncian estas campañas encontramos que la
lectura nos convierte en mejores personas (ya llegará el momento de discutirlo
en este mismo espacio) así como que nos conduce a ser más felices. En esto
último también discrepo y para ello cito a Antonio Orejudo:
(…) la
literatura no tiene por qué hacer feliz a nadie. Si lo hace, estupendo. Pero no
es su función. A mí personalmente no me gustan los libros que me hacen feliz.
De hecho, salvo los de Los Cinco no
recuerdo que ningún libro me haya hecho feliz.
Ello
no es obstáculo para que Orejudo deje de reconocer lo que sí le han
proporcionado los libros. “Me han hecho pensar, me han incomodado, me han
provocado, me han mostrado que las cosas son de otro modo, me han enseñado a
pensar y en ese sentido me hacen más libre, sí…”
Sin
embargo el que la literatura conduzca a la felicidad constituye una afirmación
temeraria que Antonio Orejudo cuestiona.
Pero
feliz… Yo soy feliz tomando vino con amigos. Es más, creo que sucede todo lo
contrario: la literatura nos hace infelices porque los lectores nos
acostumbramos a los argumentos, a los finales cerrados, a los sentimientos
sublimes… Y luego, cuando cerramos el libro, nos damos cuenta de que nada de
eso existe de verdad.
Es así
que la lectura vuelve complejo al pensamiento y por lo mismo invita a revisar
los indicadores que conducen a la felicidad porque uno se vuelve más exigente.
Dicen
que Daniel Cosío Villegas al comenzar los cursos advertía a sus alumnos para
que quienes no quisieran sufrir abandonaran el aula ya que el conocimiento,
añadía, duele.
Algo
así sucede también con la lectura.
1 comentario:
Claro que la lectura no me hace feliz. Ahora mismo estoy desvelado por culpa de un libro que me removió mis esquemas conceptuales. Cada vez que leemos le damos un mordisco al fruto del árbol prohibido, aquel de la "ciencia, del bien y del mal". Y cada vez que lo hacemos, sufrimos la expulsión del Paraíso a punta de la espada del ángel, para recordarnos que no somos dioses pero que, como humanos, nos pensamos a nosotros mismos y pensamos el mundo. No se puede recuperar la inocencia perdida. Creo que fue Erich Fromm quien dijo que Eva y Adán al probar este fruto habían ejercido el primer acto de libertad. También tenemos que reconocer que la lectura no es mágica, que no todos los lectores somos sabios y muchos lo son sin acceso a los libros.
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