jueves, 5 de julio de 2018

Leer no es garantía para ser mejor persona


En otra ocasión hemos visto que leer no necesariamente nos hace más felices (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2018/06/literatura-y-felicidad.html). Ahora al preguntarnos si enriquece el desarrollo personal concluimos en un famoso lugar común: depende, ya que la lectura no asegura en todos los casos ser mejor persona. Para  abordar el punto citaremos a diversos autores, comenzando con Miguel Ángel Serna quien niega que leer constituya una verdadera necesidad.

Está por verse eso de que los libros sean necesarios. Conozco a mucha gente estupenda, mejor que yo, que vive sin leer y a la que no le pasa absolutamente nada. Igual los que tenemos un problema somos los que tenemos que depender de unos objetos raros en los que otra gente ha ido poniendo cosas para estar vivos.

Aun así, concluye aceptando que en su caso es cuestión de sobrevivencia: “Una vez dicho eso, yo sé que si no tuviera libros me tiraría por un puente.”

Por otro lado Fernando Savater discrepa con la afirmación que sostiene que el hombre culto (en sentido libresco) es más sabio. “Conozco a hombres totalmente carentes de espíritu, en el sentido fuerte de la expresión, que frecuentan a Shakespeare y traducen de corrido a Homero, mientras que hay auténticos sabios que nunca han sentido interés ni por uno ni por otro.” Pero no sólo es cuestión de sabiduría; José Luis Melero –reconocido experto en cuestiones bibliográficas- también aborda el tema de la confianza.

Los libros no nos hacen necesariamente mejores. Más cultos y más libres (dependiendo de cuáles sean nuestras lecturas) tal vez sí, pero no mejores personas. Todos conocemos a gentes de gran calado intelectual en las que no confiaríamos nunca (ya decía Connolly, como nos recordó Daniel Gascón, que con los hombres que hablan de ética todo el tiempo no puedes dejar a tu mujer ni media hora) y a gentes que no han leído un solo libro con las que nos iríamos al fin del mundo y a las que daríamos confianzudamente la espalda sabiendo que no van a traicionarnos jamás.

Daniel Pennac también le entra al debate asumiendo que el vínculo con los libros incide -por lo general- positivamente en el desarrollo personal; sin embargo no deja de reconocer que se presentan excepciones. “La idea de que la lectura ‘humaniza al hombre’ es justa en su conjunto, aunque experimente algunas deprimentes excepciones. Se es sin duda algo más ‘humano’, y entendemos por ello algo más solidario con la especie (algo menos ‘fiera’), después de haber leído a Chéjov que antes.”

Por su parte Juan Domingo Argüelles va aún más allá al sostener que la actividad lectora tiene una buena prensa que a todas luces es inmerecida. “Estamos llenos de creencias que no resisten el menor análisis. Una cosa es saber leer y otra muy distinta ser persona de bien o siquiera inteligente. Sería extraordinario que en el espíritu del lector siempre habitara una conciencia noble, pero darlo por hecho está más en el terreno de la superstición que de la razón.” Y ya en este terreno son varias las voces que coinciden en que la lectura no mejora a las personas; una de ellas es la de Víctor Cabrera

Proclives a mitificar cualquier malentendido, hemos conferido al libro y la lectura poderes ilusorios o, cuando menos, exagerados. ¿De verdad leer nos vuelve buenas, mejores personas? Entre grandes lectores –no es un secreto- abundan la mezquindad y la hipocresía, el chisme, la envidia y la maledicencia. No sería aventurado, entonces, postular que, amén de todas sus virtudes conocidas, la lectura también tenga el defecto de convertirnos en cretinos. Eso sí, cretinos ilustrados.

Sabido es que los regímenes totalitarios promueven publicaciones que les son favorables al tiempo que prohíben autores y títulos que estimen adversos. Muchos son los ejemplos que la historia proporciona a este respecto. Sin embargo George Steiner –citado por Juan Domingo Argüelles- afirma que la lectura en particular y la cultura en general no bastaron para enfrentar a esos regímenes.

En Lenguaje y silencio, George Steiner se muestra perplejo ante el hecho, por todos conocido, de que ni la alta cultura ni la educación superior hayan constituido, en la Alemania nazi, barreras infranqueables contra la barbarie. Si la cultura y la educación son fuerzas humanizadoras que –generalmente se admite- transfieren su mejoría a la conducta, ¿cómo fue posible que en esa gran nación alemana, plena de cultura, con universidades tan extraordinarias, haya surgido la inhumanidad de Hitler?
Steiner es incisivo en su perplejidad:
No se trata sólo de que los vehículos convencionales de la civilización –las universidades, las artes, el mundo del libro- fueran incapaces de presentar una resistencia apropiada a la brutalidad política, sino que a veces se levantaron para acogerla y para tributarle sus ceremonias y su apología.

José Luis Melero profundiza en esta línea al detenerse en el caso concreto de Hitler en tanto aficionado a la lectura y poseedor de una selecta biblioteca.

(…) Viene esto a cuenta de la biblioteca de Adolf Hitler, uno de los hombres más justamente detestados en la historia de la humanidad. Hitler fue un lector voraz y compulsivo y reunió una biblioteca importante de unos 16.000 volúmenes distribuida entre Berlín y su residencia de verano en Berchtesgaden. Leyó mucho a Schopenhauer (a la directora de cine Leni Riefenstahl le confesaría que fue su maestro) y a Nietzsche, pero también a Goethe, Dante, Ibsen, Tagore… y disfrutaba con novelas clásicas como Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, La cabaña del tío Tom o el Quijote (…) Hoy se conservan 1.244 volúmenes de su biblioteca, repartidos entre la Biblioteca del Congreso de EE.UU. y la John Hay Library de la Universidad de Brown, confiscados por el ejército norteamericano en Berchtesgaden, la Cancillería de Berlín, el archivo central del Partido y el domicilio privado de Hitler en Múnich, según ha contado recientemente Juan Baráibar en Libros para el Führer. Entre esos libros se encuentra el Oráculo Manual y Arte de Prudencia de Baltasar Gracián, que, a la vista está, leyó sin ningún aprovechamiento.

En próximos artículos daremos amplia respuesta a la pregunta -tan presente en esta sociedad utilitaria- de ¿para qué sirve la lectura? Pero por lo pronto permítasenos citar una pequeña muestra de quienes, aun reconociendo limitaciones, destacan la importancia de la lectura; tal es el caso de José Israel Carranza

Parece más sensato, en lugar de esperar efectos mágicos (que, por leer, alguien llegue a ser mejor persona), dejar sencillamente que los libros sean, antes que ninguna otra cosa, lo que tienen que ser: un mero gusto, una forma de procurarse un placer, a la disposición de quien sea que le dé la gana, cuando sea y sin que la experiencia tenga que reportarle nada más.

Finalmente Tania Tagle concluye: “Estoy harta de que digan que leer te hace mejor persona, es absolutamente falso. Pero qué feo ser mala persona y además ser ignorante.”

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