En
otra ocasión hemos visto que leer no necesariamente nos hace más felices (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2018/06/literatura-y-felicidad.html).
Ahora al preguntarnos si enriquece el desarrollo personal concluimos en un
famoso lugar común: depende, ya que la
lectura no asegura en todos los casos ser mejor persona. Para abordar el punto citaremos a diversos
autores, comenzando con Miguel Ángel Serna quien niega que leer constituya una
verdadera necesidad.
Está por
verse eso de que los libros sean necesarios. Conozco a mucha gente estupenda,
mejor que yo, que vive sin leer y a la que no le pasa absolutamente nada. Igual
los que tenemos un problema somos los que tenemos que depender de unos objetos
raros en los que otra gente ha ido poniendo cosas para estar vivos.
Aun
así, concluye aceptando que en su caso es cuestión de sobrevivencia: “Una vez
dicho eso, yo sé que si no tuviera libros me tiraría por un puente.”
Por otro
lado Fernando Savater discrepa con la afirmación que sostiene que el hombre
culto (en sentido libresco) es más sabio. “Conozco a hombres totalmente carentes de espíritu, en
el sentido fuerte de la expresión, que frecuentan a Shakespeare y traducen de
corrido a Homero, mientras que hay auténticos sabios que nunca han sentido
interés ni por uno ni por otro.” Pero no sólo es cuestión de sabiduría; José
Luis Melero –reconocido experto en cuestiones bibliográficas- también aborda el
tema de la confianza.
Los
libros no nos hacen necesariamente mejores. Más cultos y más libres
(dependiendo de cuáles sean nuestras lecturas) tal vez sí, pero no mejores
personas. Todos conocemos a gentes de gran calado intelectual en las que no
confiaríamos nunca (ya decía Connolly, como nos recordó Daniel Gascón, que con
los hombres que hablan de ética todo el tiempo no puedes dejar a tu mujer ni
media hora) y a gentes que no han leído un solo libro con las que nos iríamos
al fin del mundo y a las que daríamos confianzudamente la espalda sabiendo que
no van a traicionarnos jamás.
Daniel
Pennac también le entra al debate asumiendo que el vínculo con los libros
incide -por lo general- positivamente en el desarrollo personal; sin embargo no
deja de reconocer que se presentan excepciones. “La idea de que la lectura ‘humaniza al hombre’ es
justa en su conjunto, aunque experimente algunas deprimentes excepciones. Se es
sin duda algo más ‘humano’, y entendemos por ello algo más solidario con la especie
(algo menos ‘fiera’), después de haber leído a Chéjov que antes.”
Por su parte Juan Domingo Argüelles va aún más allá al
sostener que la actividad lectora tiene una buena prensa que a todas luces es
inmerecida. “Estamos llenos de creencias que no resisten el menor análisis. Una
cosa es saber leer y otra muy distinta ser persona de bien o siquiera
inteligente. Sería extraordinario que en el espíritu del lector siempre
habitara una conciencia noble, pero darlo por hecho está más en el terreno de
la superstición que de la razón.” Y ya en este terreno son
varias las voces que coinciden en que la lectura no mejora a las personas; una
de ellas es la de Víctor Cabrera
Proclives a mitificar
cualquier malentendido, hemos conferido al libro y la lectura poderes ilusorios
o, cuando menos, exagerados. ¿De verdad leer nos vuelve buenas, mejores
personas? Entre grandes lectores –no es un secreto- abundan la mezquindad y la
hipocresía, el chisme, la envidia y la maledicencia. No sería aventurado,
entonces, postular que, amén de todas sus virtudes conocidas, la lectura
también tenga el defecto de convertirnos en cretinos. Eso sí, cretinos
ilustrados.
Sabido
es que los regímenes totalitarios promueven publicaciones que les son
favorables al tiempo que prohíben autores y títulos que estimen adversos.
Muchos son los ejemplos que la historia proporciona a este respecto. Sin
embargo George Steiner –citado por Juan Domingo Argüelles- afirma que la
lectura en particular y la cultura en general no bastaron para enfrentar a esos
regímenes.
En Lenguaje y silencio, George Steiner se
muestra perplejo ante el hecho, por todos conocido, de que ni la alta cultura
ni la educación superior hayan constituido, en la Alemania nazi, barreras
infranqueables contra la barbarie. Si la cultura y la educación son fuerzas humanizadoras que –generalmente se
admite- transfieren su mejoría a la conducta, ¿cómo fue posible que en esa gran
nación alemana, plena de cultura, con universidades tan extraordinarias, haya
surgido la inhumanidad de Hitler?
Steiner
es incisivo en su perplejidad:
No se trata sólo de que los vehículos
convencionales de la civilización –las universidades, las artes, el mundo del
libro- fueran incapaces de presentar una resistencia apropiada a la brutalidad
política, sino que a veces se levantaron para acogerla y para tributarle sus
ceremonias y su apología.
José
Luis Melero profundiza en esta línea al detenerse en el caso concreto de Hitler
en tanto aficionado a la lectura y poseedor de una selecta biblioteca.
(…) Viene
esto a cuenta de la biblioteca de Adolf Hitler, uno de los hombres más
justamente detestados en la historia de la humanidad. Hitler fue un lector
voraz y compulsivo y reunió una biblioteca importante de unos 16.000 volúmenes
distribuida entre Berlín y su residencia de verano en Berchtesgaden. Leyó mucho
a Schopenhauer (a la directora de cine Leni Riefenstahl le confesaría que fue
su maestro) y a Nietzsche, pero también a Goethe, Dante, Ibsen, Tagore… y
disfrutaba con novelas clásicas como Los
viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, La cabaña del tío Tom o el Quijote (…) Hoy se conservan 1.244
volúmenes de su biblioteca, repartidos entre la Biblioteca del Congreso de
EE.UU. y la John Hay Library de la Universidad de Brown, confiscados por el
ejército norteamericano en Berchtesgaden, la Cancillería de Berlín, el archivo
central del Partido y el domicilio privado de Hitler en Múnich, según ha
contado recientemente Juan Baráibar en Libros
para el Führer. Entre esos libros se encuentra el Oráculo Manual y Arte de Prudencia de Baltasar Gracián, que, a la
vista está, leyó sin ningún aprovechamiento.
En
próximos artículos daremos amplia respuesta a la pregunta -tan presente en esta
sociedad utilitaria- de ¿para qué sirve
la lectura? Pero por lo pronto permítasenos citar una pequeña muestra de
quienes, aun reconociendo limitaciones, destacan la importancia de la lectura;
tal es el caso de José Israel Carranza
Parece más sensato, en
lugar de esperar efectos mágicos (que, por leer, alguien llegue a ser mejor
persona), dejar sencillamente que los libros sean, antes que ninguna otra cosa,
lo que tienen que ser: un mero gusto, una forma de procurarse un placer, a la
disposición de quien sea que le dé la gana, cuando sea y sin que la experiencia
tenga que reportarle nada más.
Finalmente
Tania Tagle concluye: “Estoy harta de que digan que leer te hace mejor persona,
es absolutamente falso. Pero qué feo ser mala persona y además ser ignorante.”
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