El
cambio de ser perseguido a convertirse en persecutor es historia repetida. La
teoría indica que precisamente por haberlo sentido en carne propia, el
perseguido no debería devenir en persecutor, pero…
En el
libro “Los hombres ebrios de Dios”, J. Lacarriére se refiere a ciertas
repercusiones que tendría la conversión de Constantino.
(…) al
principio el edicto de Constantino proclamado en Milán, no fue más que a
la coexistencia forzada y difícil del
paganismo y el cristianismo, que pronto daría a
éste el predominio de hecho, ya que todos los emperadores serían en lo
sucesivo cristianos, salvo Juliano el Apóstata, y favorecerían abiertamente a
la nueva religión hasta la prohibición pura y simple del paganismo, decretada por Teodosio el Grande en 392.
Evidentemente,
la prohibición no impidió al paganismo perdurar largo tiempo aún, tanto en los hechos como en las conciencias,
puesto que, para extirpar los últimos vestigios de una religión que contaba
tres mil años de existencia, los cristianos tuvieron que recurrir a veces al
pillaje y al incendio de estatuas y templos.
Por
una parte la inteligencia no siempre contribuye a comprender al otro, a buscar la
convivencia con quienes piensan distinto, mientras que por otro lado para
acabar con el otro hay que convencerse de su maldad intrínseca o de sus creencias
irracionales.
En la
motivación de esta violencia, hubo ante todo una incomprensión de la que los cristianos -incluso entre los más
inteligentes- dieron prueba respecto a los
valores y la naturaleza del paganismo. Para los cristianos, los gentiles
no eran solamente seres que vivían en el error y el pecado, sino también los
adeptos de una religión incomprensible
por cuanto irracional. En el mejor de los casos, los tenían por ingenuos o infantiles; en el peor
-y este era, a su juicio, el caso de los egipcios- por hombres afectados de
aberración mental. (…)
Es, pues,
como hemos visto, la irracionalidad aparente de los cultos egipcios, esa inconcebible unión en la divinidad de lo
humano y de lo animal, lo que chocaba sobre todo a la razón cristiana. Por
supuesto, era una manera superficial de
juzgar al paganismo egipcio, confundir la divinidad con su forma
litúrgica; los autores paganos de la
época no dejaron de hacerlo resaltar. Pero, por el momento, no se trata de
esto. Al leer autores cristianos como Clemente de Alejandría
o san Atanasia -perfectamente al
tanto de las cuestiones religiosas- se
tiene más bien la impresión de que no quieren tratar de comprender ciertos aspectos del paganismo, que rehúsan el
compromiso que tantos otros autores
cristianos –como Orígenes, por ejemplo habían aceptado establecer con
algunos hechos del pensamiento y de la religión paganas. Semejante estado de
espíritu, esta suerte de violencia hecha deliberadamente a su inteligencia,
debía conducir fatalmente a las violencias físicas que iban a ejercerse un
siglo después contra los dioses y los
filósofos paganos.
Los
demonios se han desatado una vez oficializada –y supuestamente legitimada- la
violencia contra quienes se considera que viven en pecado; continúa J.
Lecarriére
Ya, en
efecto, cuando los primeros templos paganos fueron forzados y despojados (…) -a partir del
año 330-, los cristianos se
arrojaron sobre los ídolos, los
destrozaron y descubrieron con horror, bajo la imagen del dios, dice Eusebio de Cesarea, “osamentas, cráneos,
telas sucias, paja y heno”. (Y esto era, una vez más, querer confundir
deliberadamente la divinidad y su forma
figurada. Porque, en este caso, ¡también sería lícito decir que un icono
de Cristo no es otra cosa que una
amalgama de madera, cera y clara de huevo!)
Toda la
historia del paganismo agonizante está hecha, en Egipto, de esta estupefacción continua de los cristianos ante
los dioses, los cultos, los objetos cuyo
sentido les escapa, de todo lo cual, al parecer, sólo descubren el aspecto tosco u odioso. Y a cada motín contra los
dioses del paganismo, se repetiría el
mismo “guión”, con las mismas escenas de horror, los mismos movimientos
de muchedumbre, los mismos gritos de
odio, sobre un fondo de ídolos arrastrados por las calles, golpeados y rotos,
templos incendiados y paganos acosados hasta
el fondo de los santuarios. ¿En qué consistía tal guión? Un obispo,
a la cabeza de una multitud excitada, penetra en un templo pagano,
derriba las estatuas, exhibe los objetos del culto cuyo aspecto provoca la
indignación general y, persuadidos desde
este momento de la justa causa que les mueve, los cristianos se desparraman por
las calles y se dan a la caza de paganos. Así en Alejandría, en 361, cuando
Jorge, el obispo de la ciudad, saquea el templo de Mitra y muestra a la muchedumbre, reunida ante
el santuario, los cráneos de toro que eran empleados en el culto del dios; y así en
391, en la misma Alejandría, cuando el patriarca Teófilo irrumpe en un templo de
Dionisos y arroja a la multitud cristiana las estatuitas itifálicas del dios,
tras lo cual, la turba invade el Serapeum y destroza el
gran ídolo de Serapis; y, en fin, todavía en
Alejandría, en 415, cuando
una banda de jóvenes cristianos -excitados
por el patriarca Cirilo- asalta el domicilio
de la filósofa y matemática Hipatia -una de las más eminentes figuras
del pensamiento pagano en el siglo V-,
¡la arrastran por las calles, la matan, despedazan el cuerpo y queman en
público los pedazos! (…)
Inútil
añadir que todas estas violencias contra los templos suscitaron reacciones muy
brutales por parte de los paganos -cuando menos hasta el edicto de Teodosio.
Claro
está que no todos los cristianos se sumaron a esta brutal persecución de los
paganos y hubo quienes resistieron a ello. De eso –también guiados por J.
Lecarriére- trataremos en otra ocasión.
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