martes, 25 de septiembre de 2018

Los dioses de los otros siempre son absurdos


El cambio de ser perseguido a convertirse en persecutor es historia repetida. La teoría indica que precisamente por haberlo sentido en carne propia, el perseguido no debería devenir en persecutor, pero… 
En el libro “Los hombres ebrios de Dios”, J. Lacarriére se refiere a ciertas repercusiones que tendría la conversión de Constantino.
(…) al principio el edicto de Constantino proclamado en Milán, no fue más que a la  coexistencia forzada y difícil del paganismo y el cristianismo, que pronto daría a  éste el predominio de hecho, ya que todos los emperadores serían en lo sucesivo cristianos, salvo Juliano el Apóstata, y favorecerían abiertamente a la nueva religión hasta la prohibición pura y simple del  paganismo, decretada por Teodosio  el Grande en 392. 
Evidentemente, la prohibición no impidió al paganismo perdurar largo tiempo aún,   tanto en los hechos como en las conciencias, puesto que, para extirpar los últimos vestigios de una religión que contaba tres mil años de existencia, los cristianos tuvieron que recurrir a veces al pillaje y al incendio de estatuas y templos.
Por una parte la inteligencia no siempre contribuye a comprender al otro, a buscar la convivencia con quienes piensan distinto, mientras que por otro lado para acabar con el otro hay que convencerse de su maldad intrínseca o de sus creencias irracionales.
En la motivación de esta violencia, hubo ante todo una incomprensión de la que  los cristianos -incluso entre los más inteligentes- dieron prueba respecto a los  valores y la naturaleza del paganismo. Para los cristianos, los gentiles no eran solamente seres que vivían en el error y el pecado, sino también los adeptos de  una religión incomprensible por cuanto irracional. En el mejor de los casos, los  tenían por ingenuos o infantiles; en el peor -y este era, a su juicio, el caso de los egipcios- por hombres afectados de aberración mental. (…)
Es, pues, como hemos visto, la irracionalidad aparente de los cultos egipcios, esa  inconcebible unión en la divinidad de lo humano y de lo  animal, lo que chocaba  sobre todo a la razón cristiana. Por supuesto, era una manera superficial de  juzgar al paganismo egipcio, confundir la divinidad con su forma litúrgica; los  autores paganos de la época no dejaron de hacerlo resaltar. Pero, por el momento, no se trata de esto. Al leer autores cristianos como Clemente de   Alejandría  o  san Atanasia -perfectamente al tanto de las  cuestiones religiosas- se tiene más bien la impresión de que no quieren tratar de comprender ciertos  aspectos del paganismo, que rehúsan el compromiso que tantos otros autores  cristianos –como Orígenes, por ejemplo­ habían aceptado establecer con algunos hechos del pensamiento y de la religión paganas. Semejante estado de espíritu, esta suerte de violencia hecha deliberadamente a su inteligencia, debía conducir fatalmente a las violencias físicas que iban a ejercerse un siglo después contra  los dioses y los filósofos paganos.
Los demonios se han desatado una vez oficializada –y supuestamente legitimada- la violencia contra quienes se considera que viven en pecado; continúa J. Lecarriére 
Ya, en efecto, cuando los primeros templos paganos fueron forzados y  despojados (…) -a  partir del  año  330-, los cristianos se arrojaron sobre los  ídolos, los destrozaron y descubrieron con horror, bajo la imagen del dios, dice  Eusebio de Cesarea, “osamentas, cráneos, telas sucias, paja y heno”. (Y  esto  era, una vez más, querer confundir deliberadamente la divinidad y su forma  figurada. Porque, en este caso, ¡también sería lícito decir que un icono de Cristo  no es otra cosa que una amalgama de madera, cera y clara de huevo!)
Toda la historia del paganismo agonizante está hecha, en Egipto, de esta  estupefacción continua de los cristianos ante los dioses, los cultos, los objetos   cuyo sentido les escapa, de todo lo cual, al parecer, sólo descubren el aspecto  tosco u odioso. Y a cada motín contra los dioses del paganismo, se repetiría el  mismo “guión”, con las mismas escenas de horror, los mismos movimientos de  muchedumbre, los mismos gritos de odio, sobre un fondo de ídolos arrastrados por las calles, golpeados y rotos, templos incendiados y paganos acosados hasta  el fondo de los santuarios. ¿En qué consistía tal guión?  Un obispo,  a la cabeza de una multitud excitada, penetra en un templo pagano, derriba las estatuas, exhibe los objetos del culto cuyo aspecto provoca la indignación general y,  persuadidos desde este momento de la justa causa que les mueve, los cristianos se desparraman por las calles y se dan a la caza de paganos. Así en Alejandría, en 361, cuando Jorge, el obispo de la ciudad, saquea el templo de Mitra y  muestra a la muchedumbre, reunida ante el  santuario, los cráneos de toro que  eran empleados en el culto del dios; y así en 391, en la  misma Alejandría, cuando  el patriarca Teófilo irrumpe en un templo de Dionisos y arroja a la multitud cristiana las estatuitas itifálicas del dios, tras lo cual, la turba invade el Serapeum y destroza   el  gran ídolo de Serapis; y, en fin, todavía  en  Alejandría, en  415, cuando una  banda de jóvenes cristianos -excitados por el patriarca Cirilo- asalta el domicilio   de la filósofa y matemática Hipatia -una de las más eminentes figuras del  pensamiento pagano en el siglo V-, ¡la arrastran por las calles, la matan, despedazan el cuerpo y queman en público los pedazos! (…)
Inútil añadir que todas estas violencias contra los templos suscitaron reacciones muy brutales por parte de los paganos -cuando menos hasta el edicto de  Teodosio.  
Claro está que no todos los cristianos se sumaron a esta brutal persecución de los paganos y hubo quienes resistieron a ello. De eso –también guiados por J. Lecarriére- trataremos en otra ocasión.

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