Que la
vida está hecha de idas y vueltas, es cosa sabida. Eso sí, no son tan claras
las delimitaciones entre unas y otras porque a veces creemos que vamos cuando
en realidad estamos volviendo (lo que también aplica en otros casos como el que
ilustra la expresión de entrada por
salida).
Aun
cuando uno puede volver al primer amor, a la casa de la infancia, a los amigos
de la secundaria, etc., el tema adquiere mucha presencia entre viajeros,
emigrantes y exiliados. Mario Arregui se refiere a ello.
Si partir es morir un poco, como famosamente se ha
dicho, volver sería lo contrario… si hay algo que puede ser ese lo contrario. Pero más bien parecería
que volver fuera comenzar a ponerse, como prendas de una vestimenta, pedazos
del alma que más singular y profundamente somos, la que al partir y al andar
por esos mundos hemos llevado, en buena medida, como una cosa más de nuestro
equipaje, casi como la máquina de afeitar o el cepillo de dientes. De alguna
manera se nos prepara el reencuentro con lo usual y consabido, con los sistemas
numerados e íntimos de nuestra biografía y se nos prefigura el regreso a los
huecos dóciles de la vida de siempre, a las penas con nombre propio, al lugar
de la tierra al que umbilicalmente estamos unidos, a los seres firmes como
árboles que llamamos nuestros y a los cuales, a su vez, nos sentimos
pertenecer. Y además a nuestros muertos, ellos que misteriosamente también nos
esperan.
Podríamos
equivocar el camino al creer que volver
y regresar son sinónimos, tal como lo
advierte Andrés Neuman –citado por Mara Laporte- cuando afirma que en realidad
son expresiones que aluden a acciones muy diferentes.
Yo haría un matiz entre volver y regresar. Por un
lado, volver es el verbo tanguero por antonomasia y, por lo tanto, tendría algo
de retroceso en el tiempo. Sin embargo, etimológicamente, regresar es dar un
paso atrás. Entonces, quizás sí se pueda volver en términos de ir de nuevo al
lugar donde se estuvo, pero no se puede regresar.
Y a continuación
expone sus razones: “Porque los lugares y sus habitantes son siempre dinámicos,
y volver a un lugar implica que ni uno ni el lugar seguirán siendo los mismos.”
Así las cosas, el regreso de quien partió es tarea imposible. “Una de las
fantasías del exilio es la idea nociva de poder regresar, de congelar tu pasado
y rehabitarlo cuando sea posible.” Neuman sabe de lo que habla cuando se
refiere a ello: “A mí me gusta volver a mi país natal, aunque sé que no puedo
regresar.” Lo anterior le permite concluir que “nadie puede regresar a ninguna
parte”. Finalmente, sugiere vivir más libre de ayeres porque “el pasado como
territorio idealizado puede ser un obstáculo para operar transformaciones en el
presente”.
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