jueves, 20 de septiembre de 2018

Una mirada atrás: volver y regresar


Que la vida está hecha de idas y vueltas, es cosa sabida. Eso sí, no son tan claras las delimitaciones entre unas y otras porque a veces creemos que vamos cuando en realidad estamos volviendo (lo que también aplica en otros casos como el que ilustra la expresión de entrada por salida).

Aun cuando uno puede volver al primer amor, a la casa de la infancia, a los amigos de la secundaria, etc., el tema adquiere mucha presencia entre viajeros, emigrantes y exiliados. Mario Arregui se refiere a ello.

Si partir es morir un poco, como famosamente se ha dicho, volver sería lo contrario… si hay algo que puede ser ese lo contrario. Pero más bien parecería que volver fuera comenzar a ponerse, como prendas de una vestimenta, pedazos del alma que más singular y profundamente somos, la que al partir y al andar por esos mundos hemos llevado, en buena medida, como una cosa más de nuestro equipaje, casi como la máquina de afeitar o el cepillo de dientes. De alguna manera se nos prepara el reencuentro con lo usual y consabido, con los sistemas numerados e íntimos de nuestra biografía y se nos prefigura el regreso a los huecos dóciles de la vida de siempre, a las penas con nombre propio, al lugar de la tierra al que umbilicalmente estamos unidos, a los seres firmes como árboles que llamamos nuestros y a los cuales, a su vez, nos sentimos pertenecer. Y además a nuestros muertos, ellos que misteriosamente también nos esperan.

Podríamos equivocar el camino al creer que volver y regresar son sinónimos, tal como lo advierte Andrés Neuman –citado por Mara Laporte- cuando afirma que en realidad son expresiones que aluden a acciones muy diferentes.  

Yo haría un matiz entre volver y regresar. Por un lado, volver es el verbo tanguero por antonomasia y, por lo tanto, tendría algo de retroceso en el tiempo. Sin embargo, etimológicamente, regresar es dar un paso atrás. Entonces, quizás sí se pueda volver en términos de ir de nuevo al lugar donde se estuvo, pero no se puede regresar.

Y a continuación expone sus razones: “Porque los lugares y sus habitantes son siempre dinámicos, y volver a un lugar implica que ni uno ni el lugar seguirán siendo los mismos.” Así las cosas, el regreso de quien partió es tarea imposible. “Una de las fantasías del exilio es la idea nociva de poder regresar, de congelar tu pasado y rehabitarlo cuando sea posible.” Neuman sabe de lo que habla cuando se refiere a ello: “A mí me gusta volver a mi país natal, aunque sé que no puedo regresar.” Lo anterior le permite concluir que “nadie puede regresar a ninguna parte”. Finalmente, sugiere vivir más libre de ayeres porque “el pasado como territorio idealizado puede ser un obstáculo para operar transformaciones en el presente”.

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