En el
transcurso de la lucha por la igualdad de los derechos civiles de la población
negra en los Estados Unidos, fueron muchas las voces de blancos que
recriminaron a Martin Luther King por el movimiento social que lideraba. En ese
entorno escribió, desde la cárcel de Birmingham el 16 de abril de 1963, aquella
célebre carta de la que hemos seleccionado algunos fragmentos.
Deploráis
las manifestaciones que ahora tienen lugar en Birmingham. Pero vuestra
declaración, siento decirlo, hace caso omiso de las condiciones que dieron
lugar a estas manifestaciones. (…) Es una pena que las manifestaciones tengan
lugar en Birmingham, pero es todavía más lamentable que la estructura del poder
blanco de la ciudad no dejase a la comunidad negra otra salida que ésta. (…)
Uno de
los puntos básicos de su declaración es que la acción que yo y mis
colaboradores hemos emprendido en Birmingham es inoportuna. Han preguntado
algunos: “¿Por qué no habéis dado a la nueva administración urbana tiempo para
obrar?” (…) Desgraciadamente, es un hecho histórico incontrovertible que los
grupos privilegiados prescinden muy rara vez espontáneamente de sus privilegios.
(…)
Sabemos
por una dolorosa experiencia que la libertad nunca la concede voluntariamente
el opresor. Tiene que ser exigida por el oprimido. A decir verdad, todavía
estoy por empezar una campaña de acción directa que sea “oportuna” ante los
ojos de los que no han padecido considerablemente la enfermedad de la
segregación. Hace años que estoy oyendo
esa palabra “¡Espera!”. Suena en el oído de cada negro con penetrante
familiaridad. Este “espera” ha significado casi siempre “nunca”. Tenemos que
convenir con uno de nuestros juristas más eminentes en que “una justicia
demorada durante demasiado tiempo equivale a una justicia denegada”. (…)
Es
posible que resulte fácil decir “Espera” para quienes nunca sintieron en sus
carnes los acerados dardos de la segregación Pero cuando se ha visto cómo
muchedumbres enfurecidas linchaban a su antojo a madres y padres, y ahogaban a
hermanas y hermanos por puro capricho; cuando se ha visto cómo policías
rebosantes de odio insultaban a los nuestros, cómo maltrataban, e incluso
mataban a nuestros hermanos y hermanas negros; cuando se ve a la gran mayoría
de nuestros veinte millones de hermanos negros asfixiarse en la mazmorra sin
aire de la pobreza, en medio de una sociedad opulenta; cuando, de pronto, se
queda uno con la lengua torcida, cuando balbucea al tratar de explicar a su
hija de seis años, por qué no puede ir al parque público de atracciones recién
anunciado en la televisión, y ve cómo se le saltan las lágrimas cuando se le
dice que el “País de las Maravillas” está vedado a los niños de color, y cuando
observa cómo los ominosos nubarrones de la inferioridad empiezan a enturbiar su
pequeño cielo mental, y cómo empieza a deformar su personalidad dando cauce a
un inconsciente resentimiento hacia los blancos; cuando se tiene que amañar una
contestación para el hijo de cinco años que pregunta: “Papá, ¿por qué tratan
los blancos a la gente de color tan mal?” (…) Llega un momento en que se colma
la copa de la resignación, y los hombres no quieren seguir abismados en la desesperación.
Espero, señores, que comprenderán nuestra legítima e ineludible impaciencia.
Creemos
que esta carta debería releerse con frecuencia dado que muchos de los conceptos
que en ella expresa Martin Luther King mantienen vigencia en relación a la
situación de grandes sectores de la población que viven diversas forman de
exclusión.
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