Seguramente
alguien ya habrá realizado un estudio comparativo del servicio de taxi en
diversos países, lo que debe haber arrojado conclusiones significativas en
campo como la economía, psicología, sociología, etc. Muchos pasajeros hemos
vivido en ese transporte público alguna anécdota que merece relatarse y todos
los taxistas deben tener muchas acerca de pasajeros que han subido a su
vehículo.
Y es
que según Juan José Millás –citado por Fernando Díaz de Quijano- allí se vive
en una dimensión diferente.
Cuando
entras en un taxi, sobre todo para quien no lo usa de manera excepcional, es
como entrar en otra dimensión, porque la situación que se crea dentro de él, si
lo piensas, es muy rara: un desconocido se pone en el asiento de atrás y se
deja guiar por otro desconocido del que solo ve la nuca y parte de la cara. Es
una situación muy, muy, muy extraña.
Ahora
bien, continúa Millás, hay que aprovechar esas vivencias extrañas que pueden
mejorar en mucho nuestra existencia. “Las situaciones extrañas son las que
explican la vida porque son las que nos obligan a ver la realidad desde una
perspectiva diferente, nos desfamiliarizan de la realidad (…)”
Cuando
se sube al taxi con colegas, amigos o familiares debe cuidarse el tenor de la
conversación dado que va a tener un testigo obligado. Entonces es más que
comprensible que se suspendan confidencias así como detalles escabrosos, que se
utilicen códigos solo comprensibles para los interlocutores y que los diálogos
se vuelvan más superficiales, aunque sin exagerar la nota como sucedió –de acuerdo
a lo que relata Simon Leys- con dos reconocidos escritores.
El encuentro de
genios no siempre propicia intercambios sublimes. El único encuentro entre
James Joyce y Marcel Proust es un buen ejemplo: estos dos gigantes de la
literatura moderna compartieron en una ocasión un taxi, pero se pasaron todo el
trayecto discutiendo sobre si abrir la ventanilla o no. (Esta anécdota tiene
que ser cierta, porque la inventó Nabokov).
Es
rumor de dominio público que en muchos lugares los taxistas son orejas que responden a los sistemas de
seguridad de la localidad y en algunos casos no se contentaron con mantener una
actitud pasiva, tal lo que narra Miguel Gila de un sucedido en tiempos del
franquismo.
En la dictadura se cuidaba mucho
la moral. La Iglesia había hecho causa común con el Gobierno, o a la inversa, y
si la policía sorprendía a una pareja de novios besándose, podía pasar de una
multa a una denuncia por inmoralidad. Y lo más triste es que muchos españoles
hacían causa común con la dictadura; era frecuente que si ibas en taxi con tu
novia o tu mujer y se te ocurría darle un beso, el taxista, mirando por el
retrovisor, dijera:
-Eso en la cama, en mi taxi, no.
De
aquellos tiempos procede también lo que relata Román Gubern. “Y un taxista me
contó que acompañó a una pareja joven hasta un meublé y, mientras el
chico le pagaba, ella le preguntó con aire sorprendido: ‘¿Es aquí donde vive tu
madre?’.”
Finalmente
digamos que no es extraño que en algunos viajes, y guiados por la mutua
confianza que les marca su intuición, pasajero y taxista tengan conversaciones
sumamente profundas y confidenciales que posiblemente no la mantengan con gente
mucho más allegada. Esto se explica porque al decir de Juan José Millás –nuevamente
citado por Fernando Díaz de Quijano-: “Además el taxi es un espacio fantástico
para las confidencias porque se dan entre personas que no se van a volver a
ver.”
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