jueves, 22 de noviembre de 2018

El taxi, un espacio en otra dimensión


Seguramente alguien ya habrá realizado un estudio comparativo del servicio de taxi en diversos países, lo que debe haber arrojado conclusiones significativas en campo como la economía, psicología, sociología, etc. Muchos pasajeros hemos vivido en ese transporte público alguna anécdota que merece relatarse y todos los taxistas deben tener muchas acerca de pasajeros que han subido a su vehículo. 
Y es que según Juan José Millás –citado por Fernando Díaz de Quijano- allí se vive en una dimensión diferente.
Cuando entras en un taxi, sobre todo para quien no lo usa de manera excepcional, es como entrar en otra dimensión, porque la situación que se crea dentro de él, si lo piensas, es muy rara: un desconocido se pone en el asiento de atrás y se deja guiar por otro desconocido del que solo ve la nuca y parte de la cara. Es una situación muy, muy, muy extraña. 
Ahora bien, continúa Millás, hay que aprovechar esas vivencias extrañas que pueden mejorar en mucho nuestra existencia. “Las situaciones extrañas son las que explican la vida porque son las que nos obligan a ver la realidad desde una perspectiva diferente, nos desfamiliarizan de la realidad (…)” 
Cuando se sube al taxi con colegas, amigos o familiares debe cuidarse el tenor de la conversación dado que va a tener un testigo obligado. Entonces es más que comprensible que se suspendan confidencias así como detalles escabrosos, que se utilicen códigos solo comprensibles para los interlocutores y que los diálogos se vuelvan más superficiales, aunque sin exagerar la nota como sucedió –de acuerdo a lo que relata Simon Leys- con dos reconocidos escritores.
El encuentro de genios no siempre propicia intercambios sublimes. El único encuentro entre James Joyce y Marcel Proust es un buen ejemplo: estos dos gigantes de la literatura moderna compartieron en una ocasión un taxi, pero se pasaron todo el trayecto discutiendo sobre si abrir la ventanilla o no. (Esta anécdota tiene que ser cierta, porque la inventó Nabokov).

Es rumor de dominio público que en muchos lugares los taxistas son orejas que responden a los sistemas de seguridad de la localidad y en algunos casos no se contentaron con mantener una actitud pasiva, tal lo que narra Miguel Gila de un sucedido en tiempos del franquismo.
En la dictadura se cuidaba mucho la moral. La Iglesia había hecho causa común con el Gobierno, o a la inversa, y si la policía sorprendía a una pareja de novios besándose, podía pasar de una multa a una denuncia por inmoralidad. Y lo más triste es que muchos españoles hacían causa común con la dictadura; era frecuente que si ibas en taxi con tu novia o tu mujer y se te ocurría darle un beso, el taxista, mirando por el retrovisor, dijera:
-Eso en la cama, en mi taxi, no.

De aquellos tiempos procede también lo que relata Román Gubern. “Y un taxista me contó que acompañó a una pareja joven hasta un meublé y, mientras el chico le pagaba, ella le preguntó con aire sorprendido: ‘¿Es aquí donde vive tu madre?’.”

Finalmente digamos que no es extraño que en algunos viajes, y guiados por la mutua confianza que les marca su intuición, pasajero y taxista tengan conversaciones sumamente profundas y confidenciales que posiblemente no la mantengan con gente mucho más allegada. Esto se explica porque al decir de Juan José Millás –nuevamente citado por Fernando Díaz de Quijano-: “Además el taxi es un espacio fantástico para las confidencias porque se dan entre personas que no se van a volver a ver.”

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