Hace
ya unos cuantos años que ha cobrado gran difusión la llamada psicología a domicilio. Libros,
revistas, radio y televisión tienen espacios dedicados a aconsejar al ciudadano
común que enfrenta tal o cual problema. Las opciones son muchas y la calidad
variable: van de lo sensato (que representa un apoyo de consideración para
quienes no están en condiciones de acudir con un especialista) a lo
disparatado; de un genuino deseo de ayudar a otros, al simple propósito de
explotar un interesante nicho de mercado con fines exclusivamente comerciales.
Como dice Wislawa Szymborska: “El negocio de la psicología a domicilio consiste
en aportar buenos consejos. Es una manera de proceder que utilizamos
prácticamente todos cuando tratamos con nuestros amigos. Por lo general, con la
mejor de las intenciones y de un modo del todo desinteresado.”
Dale
Carnegie fue uno de los autores más destacados en este rubro hace unos años y
Szymborska publicó una reseña de su libro Cómo
dejar de preocuparse y empezar a vivir.
Sin
embargo, no a todo el mundo se le pasa por la cabeza que todos esos consejos
pueden ser compilados y publicados. Pero al Sr. Dale Carnegie sí se le ocurrió
y, por eso, tenemos entre las manos esta guía sobre cómo luchar contra esas
preocupaciones que, no hace falta ni decirlo, nos arrebatan la salud, turban
nuestros sueños y emponzoñan nuestro ánimo. Los consejos son bastante
benévolos. A algunas personas, en circunstancias muy determinadas, hasta cierto
punto y durante algún tiempo, pueden incluso llegar a serles útiles.
Aun
reconociendo lo anterior, Wislawa Szymborska cuestiona dos aspectos en la
citada obra de Carnegie. El primero tiene que ver con la contundencia del autor
para referirse a situaciones complejas, desconociendo todo asomo de duda,
incertidumbre o matiz.
Pero en
el vocabulario del autor no encontraremos expresiones como “puede”,
“parcialmente”, “algunas veces” o “si”. Su optimismo no desfallece en ningún
momento y, en ocasiones, adopta un aspecto orgiástico. Creencias tan férreas como
esas refuerzan de inmediato mi escepticismo y me llevan a pensar que la
ausencia de toda inquietud es aún peor que la angustia. Pone de manifiesto una
carencia de imaginación, sensibilidad y una cierta vulgaridad espiritual.
La
segunda objeción apunta a los ejemplos cotidianos con que el autor pretende
ilustrar sus consejos. “(…) Lo cierto es que debería dejar en paz a esta guía y
desearle al menos que tenga algo de éxito con sus lectores, esos a los que les
resulta más sencillo mantener el semblante serio. Yo tuve problemas. Sobre
todo, mientras leía ‘los ejemplos cotidianos’ con los que el autor adorna sus
reflexiones.” Y Szymborska escoge una muestra para argumentar su reparo: “Por
ejemplo (…) Carnegie sugiere que la vaca es un buen ejemplo a seguir por las
esposas que han sido engañadas, dado que ‘la vaca no enferma solo porque el toro
se interese por otra vaca…’.”
Imposible
no coincidir con la crítica de la escritora polaca.
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