martes, 11 de diciembre de 2018

Enfermo de domingo


Hay ocasiones en que uno da por concluido lo que en realidad recién está en sus comienzos. Así le sucedió a Oliver Sacks y para ilustrarlo evoca la relación que mantuvo con un paciente al inicio de su trayectoria como médico.
Vi a un joven que padecía “dolores de cabeza con náuseas” todos los domingos. Describió los centelleantes zigzags que veía antes del dolor de cabeza, de manera que resultó fácil diagnosticarlo como migraña clásica. Le dije que disponíamos de medicación para su dolencia, y que si se  ponía una pastilla de ergotamina bajo la lengua en cuanto comenzara a ver los zigzags, aquello  podría servir para frenar  el ataque. Me telefoneó muy entusiasmado una semana después. La pastilla había funcionado, y no le dolía la cabeza. Me dijo: “¡Dios le bendiga, doctor!”, y yo pensé: “¡Caramba, qué fácil es esto de la medicina!”
Aquello parecía caso cerrado, pero no fue así. 
El fin de semana siguiente no tuve noticias de él, y como sentía curiosidad por saber cómo le iba, le telefoneé. Con una voz bastante apagada me dijo que la pastilla había vuelto a funcionar, pero expresó una curiosa queja: se aburría. Durante los últimos quince años había dedicado cada domingo a las migrañas -su familia iba a verlo, era el centro de atención-, y ahora echaba de menos todo aquello.
Con el transcurso del tiempo aquel joven paciente sufría aún más las consecuencias negativas derivadas del exitoso tratamiento de la migraña. Continúa Sacks
A la semana siguiente recibí una llamada de emergencia de su hermana, que me dijo que el paciente padecía un grave ataque de asma y que le estaban administrando oxígeno y adrenalina. Su voz parecía sugerir que aquello podía ser culpa mía, que de alguna manera yo “había desbaratado su equilibrio”. Aquel mismo día llamé a mi paciente, quien me contó que había sufrido ataques de asma de niño, pero que posteriormente éstos habían sido “reemplazados” por la migraña. Se me había pasado por alto una parte importante de su historial por atender tan sólo a sus síntomas actuales.
Y fue entonces cuando Oliver Sacks mantuvo un diálogo sorprendente con el paciente:
-Podemos darle algo para el asma -sugerí.
-No -me contestó-. Tendré otra cosa... ¿Cree que tengo necesidad de estar enfermo los domingos?
Sus palabras me dejaron estupefacto, pero dije:
-Vamos a analizarlo.
Concluye Sacks en la importancia de considerar al paciente en forma integral, de tener en cuenta no sólo lo fisiológico sino también lo que llama los motivos inconscientes de cada persona.
A continuación pasamos dos semanas explorando su supuesta necesidad de estar enfermo los domingos. En esas dos semanas sus migrañas se volvieron menos molestas, y al final desaparecieron más o menos. Para mí aquello era un ejemplo de cómo los motivos inconscientes a veces se alían con las propensiones fisiológicas, de cómo no se puede abstraer una dolencia o su tratamiento de la totalidad, del contexto, de la economía de la vida de una persona. (…)
No había dos pacientes con migraña que fueran iguales, y todos ellos resultaban extraordinarios. Trabajar con ellos fue mi verdadero aprendizaje en la medicina.
Tan solo estaba en el inicio de los muchos aprendizajes que aún le esperarían a lo largo de su extensa y fructífera trayectoria.

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