Hay
ocasiones en que uno da por concluido lo que en realidad recién está en sus
comienzos. Así le sucedió a Oliver Sacks y para ilustrarlo evoca la relación
que mantuvo con un paciente al inicio de su trayectoria como médico.
Vi a un
joven que padecía “dolores de cabeza con náuseas” todos los domingos. Describió
los centelleantes zigzags que veía antes del dolor de cabeza, de manera que
resultó fácil diagnosticarlo como migraña clásica. Le dije que disponíamos de
medicación para su dolencia, y que si se
ponía una pastilla de ergotamina bajo la lengua en cuanto comenzara a
ver los zigzags, aquello podría servir
para frenar el ataque. Me telefoneó muy
entusiasmado una semana después. La pastilla había funcionado, y no le dolía la
cabeza. Me dijo: “¡Dios le bendiga, doctor!”, y yo pensé: “¡Caramba, qué fácil
es esto de la medicina!”
Aquello
parecía caso cerrado, pero no fue así.
El fin de
semana siguiente no tuve noticias de él, y como sentía curiosidad por saber
cómo le iba, le telefoneé. Con una voz bastante apagada me dijo que la pastilla
había vuelto a funcionar, pero expresó una curiosa queja: se aburría. Durante
los últimos quince años había dedicado cada domingo a las migrañas -su familia
iba a verlo, era el centro de atención-, y ahora echaba de menos todo aquello.
Con el
transcurso del tiempo aquel joven paciente sufría aún más las consecuencias
negativas derivadas del exitoso tratamiento de la migraña. Continúa Sacks
A la
semana siguiente recibí una llamada de emergencia de su hermana, que me dijo
que el paciente padecía un grave ataque de asma y que le estaban administrando
oxígeno y adrenalina. Su voz parecía sugerir que aquello podía ser culpa mía,
que de alguna manera yo “había desbaratado su equilibrio”. Aquel mismo día
llamé a mi paciente, quien me contó que había sufrido ataques de asma de niño,
pero que posteriormente éstos habían sido “reemplazados” por la migraña. Se me
había pasado por alto una parte importante de su historial por atender tan sólo
a sus síntomas actuales.
Y fue
entonces cuando Oliver Sacks mantuvo un diálogo sorprendente con el paciente:
-Podemos darle
algo para el asma -sugerí.
-No -me
contestó-. Tendré otra cosa... ¿Cree que tengo necesidad de estar enfermo los domingos?
Sus
palabras me dejaron estupefacto, pero dije:
-Vamos a
analizarlo.
Concluye
Sacks en la importancia de considerar al paciente en forma integral, de tener
en cuenta no sólo lo fisiológico sino también lo que llama los motivos inconscientes de cada persona.
A
continuación pasamos dos semanas explorando su supuesta necesidad de estar
enfermo los domingos. En esas dos semanas sus migrañas se volvieron menos
molestas, y al final desaparecieron más o menos. Para mí aquello era un ejemplo
de cómo los motivos inconscientes a veces se alían con las propensiones
fisiológicas, de cómo no se puede abstraer una dolencia o su tratamiento de la
totalidad, del contexto, de la economía de la vida de una persona. (…)
No había
dos pacientes con migraña que fueran iguales, y todos ellos resultaban
extraordinarios. Trabajar con ellos fue mi verdadero aprendizaje en la
medicina.
Tan solo estaba en el inicio
de los muchos aprendizajes que aún le esperarían a lo largo de su extensa y
fructífera trayectoria.
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