jueves, 20 de diciembre de 2018

Un mensaje por descifrar


En muy pocas líneas Claudio Magris nos transporta al entorno de aquel acontecimiento que vivió en ocasión de su viaje por el Danubio.

La ciudad [Sopron, en Hungría] es poco vistosa, pero sólida e impenetrable, como si ocultara algo detrás de su decoro un poco descascarillado. Cerca del museo Liszt, por una ventana de la planta baja, se asoma un hombre en camisón. Es joven, con los cabellos negros, lisos y grasientos, un rostro agitanado estropeado por una expresión vacía y amable. Es un disminuido psíquico en grado bastante profundo, su cuerpo tiende a caer como un saco vacío y su torpeza sólo se altera por una repetida convulsión. Cuando pasamos por delante, se asoma por la ventana y farfulla, con dificultades, un sonido entrecortado, palabras o fragmentos de palabras húngaras. Gigi se detiene, le escucha, intenta entenderle y responderle con gestos, enfadándose consigo mismo porque no lo consigue y se pelea con el creador del opinable universo.

Después de que un principio hubiera desestimado a aquella persona de apariencia desagradable, Magris queda cuestionado por el mensaje que no pudo interpretar.

Si hubiéramos entendido lo que ese desconocido quería decirnos, tal vez lo habríamos entendido todo. Está claro que no se puede atribuir a ese joven macilento, incapaz de retener la saliva, un propósito claro y deliberado, pero en el impulso que le ha movido hacia nosotros, en las maneras y en las formas propias de su persona y de sus posibilidades, existía la urgencia de decir algo y, por tanteo de tener algo que decir, en ese momento, a nosotros.

Tal vez –continúa Claudio Magris- en la profundidad de aquel hombre habitaban las verdades fundamentales de la vida, porque como afirma el dicho “las apariencias engañan” y lo sabio puede estar oculto en la sencillez, lo profundo en lo pueril. “De la piedra desechada por los hombres, está escrito, he hecho la piedra angular de mi casa. Es posible que el desconocido que hemos abandonado en su miseria fuera la piedra real, el rey disfrazado de mendigo, el príncipe prisionero.”

Concluye Magris en que “puede que sea nuestro liberador, porque bastaría con reconocerlo como hermano para liberarnos de nuestros miedos, de nuestros histéricos escalofríos, de nuestra impotencia.” Llegado a este punto, deja la posibilidad abierta de que aquel joven pudiera ser “uno de los treinta y seis justos, desconocidos por el mundo y que ignoran serlo, gracias a los cuales, según la tradición hebraica, el mundo sigue existiendo.”

¿Qué habrá sido de él?, ¿alguien habrá podido interpretar su mensaje?

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