En
este mismo espacio ya nos hemos referido a algunas peculiaridades en la vida
del extraordinario músico Niccolò Paganini (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2016/11/niccolo-paganini-musico-y-personaje.html).
En esta ocasión veremos la manera en que Heinrich Heine –citado por Francisco
Uzcanga Meinecke y autor de las notas al texto- describe el ambiente previo a
un concierto de Paganini en agosto de 1830.
No fue
sencillo para Heine acceder al recinto. “El escenario del concierto era el
Teatro de la Comedia de Hamburgo. Ya desde muy temprano el público amante del
arte había acudido en tan gran número que apenas pude conseguir, tras ardua
lucha, un rinconcito al lado de la orquesta.” Allí se había dado cita la flor y
nata de la sociedad, corrían tiempos en que a nadie se le ocurría asociar la
belleza femenina con la delgadez.
Aunque
era día laborable, reconocí en los palcos principales al ilustre mundo de los
negocios, al olimpo entero de banqueros y demás millonarios, a los dioses del
café y del azúcar escoltados por sus obesas diosas consortes, Junos de Wandrahm
[la próspera calle Alter Wandrahm era conocida por sus ricos comerciantes de
paños y ultramarinos establecidos allí desde el siglo XVII] y Afroditas de
Dreckwall [con el nombre de Dreckwall –“muro del estercolero”, por haber sido
antiguamente lugar de depósito de basuras- se designaba popularmente la calle
Alter Wall, habitada en la época de Heine mayoritariamente por judíos].
La expectativa
iba en aumento –señala Heinrich Heine- mientras se aguardaba que el músico
apareciera en escena. “En toda la sala reinaba un silencio sepulcral. Los ojos estaban
fijos en el escenario; los oídos, prestos a escuchar. Mi vecino, un viejo
tratante de pieles, se sacó los sucios algodoncitos de las orejas para poder
absorber mejor los preciados acordes, a dos táleros la entrada.” Y fue en ese
entorno que se produjo la aparición del célebre maestro.
Por fin
surgió en el escenario una estampa oscura que parecía salida del averno. Era
Paganini en traje de gala negro. El frac negro y el chaleco negro, de una
hechura tan horrenda que se diría prescrita por la etiqueta infernal de la
corte de Proserpina [diosa de los muertos y del inframundo en la mitología
romana]. Los pantalones negros aleteaban temerosos en torno a las flacas
piernas. Los brazos caídos y largos parecían alargarse aún más con el violín en
una mano y el arco en la otra, y casi tocaban el suelo cuando su dueño
ejecutaba ante el público sus insólitas reverencias.
Estar
frente a esta figura rodeada de tantos enigmas disparaba varios interrogantes.
¿Estamos
ante un hombre a punto de morir y que, cual agonizante gladiador, se esmera por
deleitar con sus últimos estertores al público de este coliseo del arte? ¿O es
un muerto recién salido del sepulcro, un vampiro con violín dispuesto a
chuparnos, si no la sangre de las venas, sí en cualquier caso el dinero de los
bolsillos?
Todas
aquellas cuestiones –afirma Heine- se acallaron cuando el maestro comenzó a dar
muestra de la excelencia de su arte. “Tales preguntas revoloteaban sobre
nuestras cabezas mientras Paganini realizaba sus interminables piruetas. Pero
en cuanto el formidable maestro apoyó su violín en el mentón y comenzó a tocar,
todas las cavilaciones cesaron de forma abrupta.”
Cabe
aclarar, en relación a las preguntas de Heine, que Paganini fallecería diez
años después de aquel concierto en Hamburgo.
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