Los avances tecnológicos presentan
novedades que relegan al olvido algunas prácticas vigentes hasta ese momento; los
ejemplos abundan: el cine pareció acabar con el teatro, la televisión con el
cine, internet con la televisión, etc. Sin embargo los procesos de sustitución
no son tan contundentes como aparentan porque lo que llega con soberbia de
permanencia, también será pasajero, y lo que parece quedar en el olvido muchas
veces encuentra dignos espacios de resistencia.
El advenimiento del teléfono desplazó a
las cartas, al género epistolar que fuera tan importante a lo largo de los
siglos. Este tema ya tiene sus ayeres y Frédéric Rouvillois cita a Jules Clarétie
quien ya anuncia -en relación a Francia- lo que veía venir a fines del siglo
XIX.
(…) Esas reglas minuciosas, ora
obligatorias, ora poéticas, están sin embargo, hacia fines del siglo XIX,
gravemente amenazadas por una gran innovación tecnológica, cuyas consecuencias
el gran dramaturgo Jules Clarétie intenta imaginar no sin espanto: el teléfono.
"Sé bien, escribe en 1880 en La Vie à Paris, que vivimos en un siglo en el
que la ciencia marcha a pasos gigantescos; sé bien que es perfectamente
ridículo opinar contrariamente a lo común a propósito de los nuevos inventos;
eso está fuera de moda. (...) Pero creo que está permitido preguntarse qué modificaciones
formidables traerá el progreso en nuestras costumbres, nuestra manera de decir,
de sentir, hasta de pensar, y veo y preveo, a partir de hoy, por ejemplo, en la
instalación de teléfonos y el uso de telegramas, la pérdida de todo un arte
delicado y encantador, profundamente francés: el arte epistolar; esa
conversación con la pluma en la mano.
"Es evidente que cuando se pueda
conversar de un extremo al otro de París sin salir de su gabinete, el papel de
cartas será perfectamente inútil. Aseguran que ya hay doscientos o trescientos
teléfonos instalados alrededor de nosotros; son ochocientas o novecientas
personas que pueden, hasta cierto punto, dejar su tintero vacío. Cuando tengamos
dos o tres mil teléfonos surcando París, adiós la querida charla por carta: la
gran ciudad parecerá una vasta asamblea de gente atacada de sordera e
inclinada, de la mañana a la noche, sobre su tubo acústico. (...) Invención
admirable, no lo niego, y de una utilidad vociferante, dicho sea sin juego de
palabras (...). Pero no dejo de persistir en la creencia de que, si la conversación
gana, el arte epistolar y la simple urbanidad perderán".
Pero para Jules Clarétie –siempre citado
por Rouvillois- la llegada del teléfono no sólo desplazaría a las cartas sino
también a las visitas que en aquel entonces era una costumbre de suma
importancia en la sociedad francesa. “¿Para qué las visitas, por ejemplo, con
el teléfono? Un simple deseo a través del espacio: '¿Estás bien? -¡Muy bien,
gracias!' Está todo dicho. El instrumento queda otra vez silencioso y la
cortesía ha sido hecha". Y concluye Frédéric Rouvillois: “Está hecha sin
que haya sido necesario vestirse, desplazarse, saludarse, someterse a los ritos
exigidos por la visita y sin tener tampoco, en reciprocidad, que verse obligado
a recibir la visita de la persona en cuestión. Todo se acelera, ya no se pierde
más tiempo.”
Muchos
fueron quienes reconocían su pesar ante la desaparición de las cartas, entre ellos
el humorista Miguel Gila.
Lamentablemente,
los medios de comunicación de hoy están acabando, o han acabado, con esa
hermosa costumbre de escribir cartas. Ahora todo se arregla con una llamada
telefónica que, si bien tiene el valor de que podemos escuchar la voz de
alguien a quien queremos, no nos da esa intimidad que nos ofrece la lectura de
una carta y la posibilidad de leerla varias veces y de guardarla por muchos
años.
Por
su parte Aldous Huxley también se refirió al tema en un artículo con fecha 17
de septiembre de 1932.
“¿La gente todavía
escribe cartas? ¿O aniquiladores de distancia tales como el tren, el automóvil
y el teléfono han impedido prematuramente el desarrollo de eventuales Horace
Walpole y Mrs. Carlyle de este tiempo apresurado?” Consideramos que Huxley, que
fuera tan visionario en tantos aspectos, en relación a esta cuestión equivocó
en mucho su ejercicio de prognosis.
Mi propia creencia es que la producción
de cartas interesantes no ha sido gravemente afectada por las nuevas técnicas
de comunicación. (…) Porque el buen escritor de cartas es una persona con un
don especial: una vocación por la correspondencia. Ejercitará su talento no
importa qué obstáculos se le crucen en el camino bajo la forma de máquinas como
el teléfono o el automóvil.
Su optimismo acerca de la pervivencia de
las epístolas lo basaba en que la escritura permite una sinceridad que se
pierde en el mensaje de viva voz.
Pero debemos recordar también que hay
circunstancias especiales en las que la escritura de cartas es preferible a una
conversación telefónica o una entrevista personal. De este modo, una cierta
timidez vuelve difícil para la mayoría de nosotros expresar en palabras, cara a
cara, sentimientos que estamos bastante dispuestos a dejar sobre el papel. De
ahí las cartas de amor. (…) Hay razones profundamente psicológicas para la
carta de amor, y es cauteloso profetizar que ninguna multiplicación de
teléfonos o vehículos afectará alguna vez la producción de esta clase de
correspondencia tan particular.
Con toda razón se nos dirá que estas
notas huelen a viejo porque hoy habría que referirse no solo al correo
electrónico sino también a Twitter, Facebook, WhatsApp y tantas otras
posibilidades que ofrece la tecnología actual.
Es posible que en algún momento
abordemos el tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario