El
transcurso de la vida suele segmentarse en etapas: infancia-adolescencia-juventud-adultez-ancianidad.
Según Marcelo N. Viñar “El término ‘adolescencia’, como la problemática del
tránsito entre la infancia y la vida adulta, es de aparición reciente en la
historia de las ideas.”
Existen
muy diversas manifestaciones de la adolescencia: urbana y rural; de sectores
socioeconómicos acomodados y de los desfavorecidos (¡vaya eufemismos!); de
estudiantes y de trabajadores; de ocupados y desocupados; de indígenas, migrantes,
etc. Hace algunas décadas Margaret Mead, basándose en sus estudios de campo,
afirmó que esta etapa no existía o bien era sumamente breve entre los
pobladores de la isla de Samoa. En esta línea de análisis, para Viñar el peso
del entorno cultural así como el del momento histórico que se habita, es enorme
en las formas de vivir la adolescencia.
No es un
objeto natural sino una construcción cultural. Su alcance y resonancia no cesan
de modificarse en subordinación a las transformaciones aceleradas de la
cultura. El período de transición vigente hasta el siglo XX, con un promedio de
vida de entre tres y cuatro décadas, es
bien diferente al del siglo XXI en el que la expectativa de vida al nacer -en
las clases acomodadas del occidente actual- se sitúa entre los setenta y
ochenta años. David venció a Goliat cuando era apenas un púber; Etienne de la Boetie
escribió su Discurso sobre la Servidumbre
Voluntaria a los 18 años y murió a los 33; nuestras abuelas parían entre
los 16 y los 20 -lo que hoy se llamaría, con alarma, embarazo adolescente-;
nuestras esposas, cerca de los 25, poco antes o después de
"graduarse"; y nuestros hijos arañan los treinta o más, retardando la procreación por las exigencias
de los estudios de postgrado.
Asume
Marcelo N. Viñar que su mirada se encuentra determinada por el medio al que
pertenece.
Si bien
esta mirada es autorreferencial a mi grupo de pertenencia sociocultural y
económica, no la uso con el propósito de crear un universo autorreferido, sino
para poner de relieve –como
característica nuclear del objeto que estudiamos o construimos (tal o cual adolescencia)- que los datos se subordinan o
remiten al marco histórico cultural donde se observan.
Aun
reconociendo que la construcción de categorías es necesaria para llevar a cabo
diversos análisis y estudios, Viñar nos advierte de los graves errores que en
ocasiones ello implica: “No hay adolescencia estudiable como tal, sino inserta
en el marco societario en que se desarrolla y transita. Objetivar o reificar
las adolescencias es un error frecuente.”
Los
conflictos entre ambas franjas etarias son clásicos y sucede que los adultos –como alguien ha señalado- por lo
general no tenemos la delicadeza de recordar que algún día fuimos adolescentes.
Este choque ha ido cambiando con el transcurso del tiempo: en el pasado se
manifestaba en airados choques generacionales, actualmente el conflicto no es
frontal pero no por ello menos grave. Se ha señalado que antes los adolescentes
eran lo contrario a sus padres por lo que los enfrentamientos y
descalificaciones mutuas eran habituales. Actualmente las diferencias no son
tan aparatosas, sin embargo en muchos momentos los adultos sentimos que los
adolescentes se encuentran en otro
espacio al que en muchos casos ni siquiera podemos acceder, por lo que no
logramos comunicarnos con ellos.
Sería
erróneo suponer que en el pasado el vínculo entre adolescentes y adultos fue
armónico y sin diferencias de consideración. En 1933 el reconocido escritor
español Enrique Jardiel Poncela se refería a “esos adolescentes con cara de
besugos al horno que ahora ‘se llevan’ tanto.”
Por
otra parte la tan reiterada crítica a los adultos que negándose a aceptar el
paso del tiempo hacen hasta lo imposible por conservar una apariencia adolescente
(la pos-adolescencia de la que han hablado diferentes autores, entre ellos Françoise
Dolto), no es un problema originado en estos tiempos, tal como lo deja en claro
Aldous Huxley respecto a algunos pasajeros con los que realizó un viaje de
crucero en 1934
(…) son
pocos los verdaderamente jóvenes. En compensación, menudea una imitación de lo
juvenil, a cargo de personas de incipiente medianía de edad.
Abundan
los adolescentes de cuarenta y cinco.
¿Nada nuevo bajo el sol?
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