Un frecuentado lugar común afirma que del
amor al odio no existe mucha distancia. En pocos casos esto se pone tan
claramente de manifiesto como en el trato entre los artistas; comencemos por el
vínculo de amor según el testimonio de Groucho Marx.
Todos sabemos que Eddie [Cantor] es un
cómico estupendo. Incluso él lo reconoce sin ningún inconveniente. Tenía una
revista maravillosa. Cantaba Margie,
Ahora es el momento de enamorarse y Si
conociesen a Sussie. Mataba de risa al público con sus bromas características,
y terminaba cantando Whoopee. En
resumen, era un exitazo. Tenía ese algo magnético que hace destacar a una
estrella del montón anónimo.
Cantor era vecino mío en Great Neck.
Como era viejo amigo suyo, cuando terminó la representación fui a verle en su
camerino. (…)
En el teatro existe una ley no escrita
respecto a que cuando dos personas se encuentran (…) deben evitar
cuidadosamente los saludos habituales entre la gente normal. En cambio, deben
abrumarse mutuamente con frases se cariño que, en otros sectores de la
sociedad, suelen estar reservadas para el dormitorio.
-Encanto –prosiguió Canto-, ¿qué te ha
parecido mi espectáculo?
Miré hacia atrás, suponiendo que habría
entrado alguna muchacha. Desdichadamente, no era así, y comprendí que se dirigía
a mí.
-Eddie, cariño –contesté con entusiasmo
verdadero-, ¡has estado soberbio!
Me disponía a lanzarle unos cuantos
piropos más cuando me miró afectuosamente con aquellos ojos grandes y
brillantes, apoyó las manos en mis hombros y dijo:
-Precioso (…)
-Dulzura –respondí (a este juego pueden
jugar dos)- (…)
Me cogió por ambas solapas y me atrajo
hacia sí. Por un momento pensé que iba a besarme.
Pero dejemos de lado tanta ternura para
incursionar en los espacios del odio. La información procede de una nota de
prensa –por algo titulada “La guerra de las vanidades”- publicada en marzo de
2013.
El ataque fue el 17 de enero. Ese día,
alguien le tiró ácido en la cara al director artístico del Bolshoi, la meca
mundial del ballet. El hombre quedó desfigurado y tuvo que ser operado varias
veces. Desde el primer momento sospechó que se trataba de una interna del
teatro. Ayer finalmente lo comprobó. Un bailarín confesó ser el instigador de
la agresión. El motivo: una venganza porque el director no le había dado el
papel principal en El lago de los cisnes
a una amiga suya. También confesaron otros dos atacantes, ambos miembros del
mundo de la danza.
La historia del director artístico del
ballet del Bolshoi en Rusia parece una mezcla de la película El cisne negro y el musical El fantasma de la Opera. El film tiene
las intrigas de las compañías de danza con rivalidades extremas para conseguir
los papeles que llevarían a poner la propia vida y la de otros en riesgo. En el
musical, un personaje enmascarado supervisa el teatro desde la oscuridad, ya
que no quiere que nadie vea su deformado rostro.
El director Serguei Filin, de 42 años,
nombrado en ese puesto en 2011, fue agredido con ácido sulfúrico el 17 de enero
en la entrada de su edificio, en Moscú. Herido de gravedad, con quemaduras de
tercer grado, fue sometido a un injerto de piel y a varias intervenciones
quirúrgicas en los ojos, ya que la córnea quedó afectada. Actualmente se
encuentra en Alemania, donde sigue bajo tratamiento médico.
Inmediatamente después de ocurrido el
ataque, el ex bailarín lo vinculó con su actividad profesional y declaró en una
entrevista televisiva, en la que apareció con la cara vendada, que estaba
absolutamente seguro de la identidad de su agresor, sin dar su nombre.
Esta hipótesis coincide con la última
noticia del arresto y confesión del presunto instigador, el solista del Bolshoi
Pavel Dimitrichenko, el agresor Yuri Zarutski y el chofer Andrei Lipatov, que
condujo el auto hasta el lugar. El principal móvil que analizan los
investigadores es una fuerte enemistad del bailarín con el director artístico.
Pavel Dimitrichenko, de 32 años, que
baila en el Bolshoi desde 2002 y que interpretó a Espartaco y a Iván el
terrible en los ballets de Yuri Grigorovich, no forma parte del grupo de los
ocho bailarines estrella, sino que es uno de los principales solistas, un grado
inferior en la jerarquía del ballet del Bolshoi.
Según la prensa local, el solista sería
amigo de la bailarina Angelina Vorontsova, quien le habría transmitido su
frustración porque Filin le había negado el papel de Odette/Odile en El lago de los cisnes, En tanto, el
canal público Pervy Kanal afirmó el martes que “Dimitrichenko, que tiene un
carácter explosivo, no podía permanecer indiferente a la suerte de su compañera
Vorontsova”.
Sacha, otra bailarina del teatro,
defendió a Dimitrichenko. “Nadie entre mis amigos puede creer en la
culpabilidad de Pavel Dimitrichenko. Habría que estar loco para hacer eso. Esa
tesis no es fiable. No es un móvil serio”, aseguró.
La joven destacó que la práctica del
otorgamiento de los papeles en el Bolshoi, una de las prerrogativas de Filin,
causa descontento en el grupo. “Algunos nombramientos se hacen en base a
relaciones o a cambio de dinero, es lo que dicen muchos bailarines en el
Bolshoi. Y por eso algunos solistas actuales, hombres o mujeres, no tienen
cualidades para ocupar esos lugares”, agregó.
Existe también una tercera opción: cuando
el amor y la envidia se presentan en forma simultánea; Pío Baroja propone un
ejemplo de ello
Se aseguraba en el tiempo que Rafael Calvo y
Antonio Vico eran muy amigos y que, a pesar de su amistad, tenían rivalidades
de oficio. Al parecer, Vico era el que sentía más fuerte esta rivalidad. Una
noche en que a Rafael Calvo el público le ovacionó con entusiasmo. Vico fue a
abrazar a su amigo y rival y al mismo tiempo lloraba.
Ahora bien, hay quienes subrayan que el
artista de alto nivel debe reunir un conjunto de bajos sentimientos que son los
que pudieran conducirlo a la excelencia de su obra. Evelyn Waugh –citado por
Simon Leys- es quien aclara el punto.
(…) la humildad no es una virtud
propicia para el artista. Suelen serlo el orgullo, la emulación, la codicia, el
rencor, todas las cualidades odiosas que llevan a un hombre a completar,
elaborar, refinar, destruir y renovar su obra, hasta conseguir algo que
satisfaga su orgullo, su envidia y su codicia.
Gracias a ellos tiene lugar lo que Waugh
identifica como “la paradoja del éxito artístico” porque gracias a su alta
carga de orgullo, envidia y codicia, el artista “enriquece al mundo más que el
generoso y el bueno, aunque pierda el alma en el camino”.
Así pues que una vez más pareciera
confirmarse aquello de que no se puede tener todo en esta vida.
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