El tema no es nuevo y puede
formularse en los términos siguientes: en el proceso de creación literaria, ¿el
personaje responde a la voluntad del escritor o éste –por el contrario- se limita
a dar forma a lo que le dicta el personaje? La polémica viene de larga data y
permanece abierta.
Son muchas las ocasiones en
que el lector quisiera para determinado personaje un mejor destino que el que
le concede el autor. Muestra de ello es el enojo de Henry de Montherlant en
relación a Cervantes; Simon Leys presenta el caso.
Henry de
Montherlant, uno de los escritores franceses más notables de nuestro siglo
(novelista, dramaturgo y ensayista), estaba profundamente imbuido de la cultura
española. Pasó mucho tiempo en España (…), su conocimiento fluido del español
le permitió leer Don Quijote en el
original.
Lo releyó
cuatro veces durante su vida, y también él experimentó una irritación creciente
por el tosco tratamiento que Cervantes dispensaba a su sublime personaje.
(…) lo
que más irritaba a Montherlant (lo que no podía perdonarle a Cervantes) era que
ni una sola vez en todo el libro
expresara el autor una palabra de
compasión por su héroe, ni una
palabra de reproche contra los toscos abusones que se burlaban de él y le
acosaban.
Sin embargo en opinión de
Simon Leys es precisamente este respeto a Don Quijote, uno de los factores que
ha convertido a la obra en un clásico.
Esta
reacción (…) refleja una vez más una paradoja (…) Lo que indigna a los críticos
de Cervantes es concretamente la fuerza principal de su arte: el secreto de su
semejanza con la vida. Flaubert (que, por cierto, veneraba Don Quijote) decía que un gran escritor debe permanecer en su
novela como Dios en la creación. Dios lo creó todo, y sin embargo no está
visible en ningún sitio, no se le oye en ningún lugar. Está en todas partes
pero invisible, silencioso, ausente en apariencia, indiferente. Le maldecimos
por su silencio y su indiferencia, que consideramos prueba de su crueldad.
¿Qué hubiese sucedido si
Cervantes, dejando de lado su aparente pasividad, asumiera la defensa de Don
Quijote? El mismo Leys responde.
Pero si
el autor hubiese de intervenir en sus narraciones (si en vez de dejar que los
hechos y las acciones hablen por sí mismos, hablase él con su propia voz), se
rompería enseguida el hechizo, seríamos conscientes de pronto de que no es la
vida, de que no es la realidad, de que es sólo un cuento.
Por su parte José Jiménez
Lozano –en conversación con Gurutze Galparsoro- comenta su experiencia al
respecto.
La
cuestión de los personajes está siempre en que quien narra se olvide de su yo y
viva la vida de ellos, ya sean hombres o mujeres. Cuando el narrador renuncia
al yo para ser otro, también renuncia a su circunstancia o condición sexual.
Seguramente es lo que quiso decir Flaubert cuando aseguró aquello de “Madame
Bovary soy yo”, pero creo que debió decir: “Yo fui Madame Bovary”.
De ahí que Jiménez Lozano afirme, en la conversación mencionada, que tanto críticos como lectores están
perdidos cuando hacen una interpretación psicológica acerca de algún personaje
al que identifican con el autor.
Los
lectores y los críticos tienden a identificar a los personajes, o a algunos de
ellos con el autor. Se equivocan bastante o, si eso realmente sucede, entonces
es que el escritor ha fallado y ha proyectado su yo, haciendo del personaje un
mensajero, una especie de marioneta.
Le
contaré un hecho. Recuerdo que me hicieron una entrevista en el momento en que
me hallaba escribiendo Los compañeros,
y yo contesté a una determinada pregunta con las ideas y las mismas palabras
más o menos de un personaje de esa novela, que hablaba por su cuenta. Me quedé
con ganas de citarle, que hubiera sido lo honrado, pero no lo hice porque me
pareció pretencioso o impudoroso citar una novela mía, pero en realidad el
personaje no es hechura ni propiedad mías, y yo le desvalijé, me apropié de sus
palabras.
Ahora
bien, un crítico desde fuera estará por creer que yo pienso lo que digo en la
entrevista y lo puse en labios de ese personaje, pero no es así. Yo no había
pensado ni de lejos en ese asunto hasta que se lo oí a mi personaje.
Otro punto de vista sobre esta cuestión lo ofrece Jean-Claude Carrière –en entrevista con Álex Vicente-. Carrière es un guionista con amplia trayectoria, trabajó con Luis Buñuel y compiló el libro “El círculo de los mentirosos” que reúne narraciones populares de muy diversos orígenes.
-En el interior de cada
uno de nosotros existe un obrero invisible, que sigue trabajando cuando
nosotros desconectamos. A menudo dejo mis guiones reposar dos o tres meses. Cuando
vuelvo a trabajar en ellos, encuentro soluciones inmediatas a problemas que me
parecían irresolubles.
-¿Cómo se lo explica?
-El inconsciente
siempre resulta fundamental, también al escribir. Para que un personaje sea
completo, siempre hay que dotarlo de un subconsciente propio. Todo escritor
debe conferir zonas oscuras a sus personajes. Y cuando hacen cosas absurdas o
impropias de ellos hay que dejarles tomar ese camino imprevisto.
-Es decir, que el autor
nunca debe tener la pretensión de controlarlos totalmente.
-Claro que no. Eso es
lo peor que te puede pasar. Eso sería el teatro burgués del siglo XIX, donde
los personajes eran puros estereotipos y uno ya sabía cómo reaccionarían ante
cualquier acontecimiento nada más salir a escena.
Para
dejar en claro su opinión, Jean-Claude Carrière evoca un acontecimiento que no
tiene desperdicio.
Siempre cuento una
anécdota que lo resume muy bien. Durante el ensayo de una obra de Pirandello,
una actriz le dijo que no era capaz de entender a su personaje: “¿Cómo es
posible que diga esto en la página 27 y luego, en la 50, haga lo contrario?”.
Pirandello le respondió de forma brillante: “¿Y a mí qué me cuenta? Yo solo soy
el autor…”.
Finalmente
regresemos a Simon Leys quien afirma que en el respeto a sus personajes el
escritor se juega nada menos que la credibilidad de su texto. “Cuando
reprochamos a Cervantes su falta de compasión, su indiferencia, su crueldad, la
brutalidad de sus bromas, olvidamos que, cuanto más odiamos al autor, más
creemos en la realidad de su mundo y de sus criaturas.”
Una
más de las tantas paradojas de la literatura.
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