En
estos días la Cineteca Nacional exhibe el documental “Me llamaban King Tiger”
(México, 2017) del director Ángel Estrada Soto y que anuncia la reseña
Después
de que, en 1967, el líder chicano Reies López Tijerina y un grupo de hombres armados
asaltaran la Corte de Tierra Amarilla en Nuevo México, comenzó una encarnizada
cacería humana. Tijerina logró sobrevivir a varios intentos de asesinato, pero
el movimiento chicano se fue desvaneciendo. La gente sigue hablando de él como
de un santo.
Ayer
fui a ver la película y una hora después, en forma por demás casual, di con el
libro Mi lucha por la tierra (México,
FCE, 1978) cuya autoría corresponde al citado líder. El prólogo del texto es de
Jorge A. Bustamante quien precisa el tipo de obra ante la que nos hallamos.
No es
común encontrarse con un libro escrito por una persona que nunca tuvo escuela.
Por su origen socioeconómico, Reies López Tijerina estaba encaminado a ser un
analfabeto; sin embargo, nos encontramos frente a lo que consideramos la hazaña
de un autodidacto de origen campesino: dejar un testimonio escrito de sus
experiencias y del pensamiento propio que las ha hecho congruentes. Este libro
resultará desconcertante a unos y fascinante a otros y en ello estará reflejada
la personalidad de su autor. Resultará desconcertante para los que no logren
salirse del marco epistemológico donde la validez de los planteamientos
respecto a la experiencia se juzga a partir de una verificabilidad positivista.
Resultará fascinante para los que al leer este testimonio se introduzcan en los
valores de la cultura campesina del norte de México y el suroeste
norteamericano donde la coherencia en la explicación del mundo de la opresión y
de la vida, no está reñida con el pensamiento mágico.
López
Tijerina, originario del sureste del estado de Texas, es definido por
Bustamante como un “extraordinario rebelde” que va a asumir un rol protagónico
en la lucha entre chicanos y anglos. Aun cuando en el transcurso del tiempo han
cambiado las denominaciones para identificar a ambos grupos, es posible
enunciar algunos aspectos que los diferencian.
(…) un
grupo ha sido siempre de piel blanca, religión protestante, de ascendencia
anglosajona, de mayores ingresos, de más alto nivel de escolaridad y de
ocupaciones más prestigiosas; en tanto que el otro grupo ha sido siempre de
piel morena, religión católica, ascendencia mexicana, de más bajos ingresos, de
menor nivel de escolaridad y de ocupaciones de menor prestigio social. En
términos estructurales, el primer grupo ha estado por lo general en posiciones
de dominación en tanto que el segundo ha estado en posiciones de subordinación.
Sabido
es que hacia mitad del siglo XIX Estados Unidos anexó a su territorio buena
parte de México cuidando –según Bustamante- las debidas formas al hablar de
cesión de territorios y no de conquista.
En el
caso de los territorios conquistados por los norteamericanos a México en
1846-1848, los procesos de institucionalización a los que fueron sometidos los
vencidos, cumplían la función de general la conformidad por parte de éstos con
el hecho consumado de la conquista. (…)
La
invasión territorial hecha por las tropas norteamericanas y la anexión que
resultara de este acto de fuerza no se llamó conquista armada sino cesión de
territorios.
Asimismo,
Jorge A. Bustamante subraya que según los gobiernos de Estados Unidos mediante
la anexión de territorios simplemente cumplían tanto con el destino manifiesto como con el designio divino.
La
anexión se logró en los términos deseados por los presidentes Jackson, Monroe,
Adams y Polk sucesivamente durante varios decenios. El marco ideológico dentro
del cual se justificaba tal orientación anexionista contenía elementos
mesiánicos que ya no se apartarían totalmente del ethos de la política
exterior norteamericana hasta nuestros días, aunque con diferentes matices. En
aquel entonces, la orientación anexionista se articuló alrededor de la noción
del destino manifiesto. Esta noción, aplicada a la expansión territorial había
aparecido por primera vez expuesta por John L. Sullivan en un editorial del
periódico Democratic Review de Texas
en 1845. Desde entonces, tal noción acompañó todos los debates en favor de la
expansión. Por ejemplo, en el caso de un articulista neoyorkino que escribía en
favor de la anexión tanto del territorio de Oregon como de los territorios del
norte de México, el fundamento ideológico en la noción del destino manifiesto
se expresaba en las siguientes palabras: “Nuestro interés [por estos
territorios] está basado en el Derecho de nuestro destino manifiesto de
extender nuestros dominios hacia todo el continente que la Providencia nos ha
confiado para el desarrollo de nuestro gran experimento de libertad y de
autogobierno federado. Es un derecho como el que tiene el árbol al espacio de
tierra y aire que requiere para el cabal cumplimiento de su destino de crecer y
desarrollarse en plenitud”. [Traducido de una copia del original: New York Morning News, 27 de diciembre
de 1845].
Así pues,
la conquista del territorio mexicano resultó legitimada por apelación a lo
Divino.
Esta
forma de conducirse en relación a otros países no fue exclusiva para el caso de
México y el mismo Bustamante lo ejemplifica con lo sucedido en el caso de
Filipinas.
La
conquista de más de la mitad del territorio mexicano se había consumado bajo la
premisa de haber cumplido un mandato divino derivado de la noción del destino
manifiesto. La incorporación de esta noción a la cultura de la política
exterior norteamericana no se aplicó sólo al caso de México. El carácter
mesiánico de tal noción aparecería expresado posteriormente en relación a la
conquista de otros territorios como el de las Filipinas, al que hacía
referencia el presidente MacKinley quien, a principios de siglo, se dirigía a
un grupo de visitantes a la Casa Blanca en Washington con la siguientes
palabras: “Caminaba por los pasillos de la Casa Blanca, noche tras noche hasta
la media noche y, no me avergüenzo en confesarles, caballeros, que caí postrado
de rodillas en más de una ocasión orando al Dios todopoderoso por su
iluminación y guía. Por fin una noche tal guía me llegó en los siguientes
términos; yo no sé cómo sucedió, pero me fue dicho que nosotros no teníamos ya
nada más que hacer que tomárnoslo todo y emprender la educación de los
filipinos hasta levantarlos, civilizarlos y cristianizarlos y, por la gracias
de Dios, hacer todo lo mejor que pudiéramos por ellos, como nuestro prójimo por
quien Cristo también murió. Después de esto me fui a la cama y dormí. Dormí
profundamente, y a la mañana siguiente mandé traer al jefe de ingenieros del
Departamento de Guerra y le di instrucciones para que pusiera a las Filipinas
en el mapa de los Estados Unidos, y ahí está ahora; y ahí estará mientras yo
sea presidente.”
Y a
todo esto usted se preguntará pero ¿qué pasó con Reies López Tijerina?
Por lo
pronto si anda por el rumbo puede acudir a ver la película mencionada a la
Cineteca y de cualquier manera en unos días por aquí nos vemos para decir algo
más de don Reies.
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