En el
artículo anterior nos centramos en el contexto en que tuvo lugar la lucha
emprendida por el líder chicano Reies López Tijerina. Ahora llegó el momento –y
siempre siguiendo la obra ya citada Mi
lucha por la tierra- de retomar el testimonio del propio personaje
considerado, a quien Jorge A. Bustamante adjudica rasgos de verdadero símbolo
de la insubordinación.
Es
preciso destacar ahora el papel del movimiento emprendido por Reies López
Tijerina en el contexto del fenómeno social que llamamos movimiento chicano. La
notoriedad nacional e internacional que dieron los medios de comunicación
masiva norteamericanos al incidente de Tierra Amarilla, colocó a López Tijerina
en el plano de atención nacional. Sin embargo, para los chicanos, López
Tijerina pronto se convirtió en un símbolo. Quizá en el símbolo que estaban
necesitando para orientar una reacción contra la opresión. López Tijerina aparecía
enfrentándose solo al poderío militar y político del gobierno de Estados
Unidos. Sus planteamientos teóricos no tenían tanta relevancia como sus
acciones, y los hechos eran muy simples. Un hombre de extracción campesina se
rebelaba en contra del poderío del anglosajón en nombre de los derechos de un
título (el Tratado de Guadalupe-Hidalgo).
El propio
López Tijerina rememora los inicios de su movimiento hacia el año de 1956.
Por fin
encontramos 160 acres de tierra en el desierto de Arizona. Pagamos 1 400
dólares por este pedazo de tierra virgen y pacífica. Aquí salvaría yo a mi
familia y a todos los que me acompañaran en esta gran aventura. Eran pocos,
pero valientes. Yo los consideraba valientes porque, como yo, ellos habían
dejado atrás las ciudades con toda su vanidad y corrupción; habían abandonado
una forma y un estilo de vida que yo consideraba malos y opuestos al camino de justicia
que nos señaló el hombre de “la Tierra Santa”.
Estos
valientes eran: Manuel Mata, Rodolfo Mares, Juan Reyna, Vicente Martínez,
Francisco Flores, Simón Serna, Luis Moreno. Todos tenían familia.
Entre
todos juntamos el dinero para comprar este pedazo de tierra. Yo hubiera querido
un lugar en Texas, donde nací y me crié, donde mi madre está sepultada, pero no
lo hallamos. La tierra estaba muy cara allí y no teníamos tanto dinero. Yo y
los valientes que me seguían habíamos trabajado el verano del 55 en Fruta,
Colorado, con un ranchero, Bill Byers, en el rancho “Betabel”, y solo pudimos
ahorrar muy poco dinero.
Después
de comprar la tierra nos quedaron como 500 dólares en total.
Ahora
bien ¿cuáles eran los antecedentes de este singular personaje?, ¿hacia dónde
orientaba su búsqueda?
Yo había
luchado con la “iglesia” (con todas las religiones) durante 10 largos años,
tratando de que tomara el partido de los pobres, en la lucha de éstos con los
ricos, pero fracasé. Me echaron, y me convencí de que mi lucha era inútil.
Comencé a buscar una alternativa. Salvar a mi familia y a cuantos quisieran
apartarse del sistema de la “iglesia” y de la sociedad corrompida, tal era mi
alternativa.
Aquí, en este
desierto de Arizona, mi alma encontraría la paz y la seguridad que tanto
anhelaba.
Decidimos
llamar a esta tierra virgen Valle de Paz. Aquí ni la iglesia ni la escuela
podrían condicionar la mente de nuestros hijos. Estábamos lejos del peligro, de
la tentación, de la influencia de los monopolios, y seríamos felices.
Se
trataba entonces de crear una comunidad que se mantuviera en estado puro, lejos
del alcance de los poderes estatal y religioso. El no haber asistido a la
escuela –según Bustamante- lejos de ser percibido por López Tijerina como una
carencia, lo apreciaba como un recurso que quiso extender a los niños de su
comunidad.
El
orgullo de no haber asistido a la escuela y su desprecio por los que han ido
por muchos años a ella se encuentra ubicado en la conciencia intuitiva de la
función socializadora de la pedagogía de la opresión a la que ha aludido
[Paulo] Freire. El planteamiento implícito es que a una mayor exposición frente
a la pedagogía de la opresión corresponde la probabilidad de parecerse más al
opresor.
Reies
López Tijerina da una idea de la manera por demás sencilla en que transcurría
por aquel entonces la vida comunitaria.
Nuestra
vida en el Valle de Paz era simple. Nuestras mujeres hacían sus propios
vestidos y toda la ropa para la familia. Cocinaban en estufas hechas con los
tanques de gasolina que hallamos en los basureros. Cada uno educaba a sus
hijos. El almacén de comida era común. Entre todos limpiamos nuestros 160
acres. Los convertimos en lo que nosotros consideramos un paraíso. (…)
El 18 de
abril de 1956 nació el primer habitante de Valle de Paz. Yo asistí a mi esposa
en el parto (…)
Yo sabía
que si había un Dios justo, tenía que estar enojado y muy descontento con
quienes manejan el gobierno y la religión aquí en la Tierra.
Y por
esta razón le di a mi hija el nombre de Ira de Alá (ira de Dios); yo también
estaba muy descontento con la forma en que son manejados los hombres.
El
líder chicano describe un momento decisivo: la visión que le permitió conocer
la misión social para la que había sido elegido. Así como el gobierno de
Estados Unidos –como hemos visto- explicaba la anexión de territorios ajenos
como forma de dar cumplimiento a designios divinos que le habían sido
adjudicados, López Tijerina por su parte también siente que su lucha
emancipadora responde a la tarea que le fuera encomendada desde el más allá.
(…)
Aquella noche tuve una visión: una figura de hombre aterrizaba cerca de mi
pequeña choza. Tras éste, otro bajaba en vuelo y aterrizaba a la derecha del primero
y miraba todo esto; luego, un tercero, igual que los otros dos, aterrizó. Los
tres estaban sentados sobre algo que parecía una nube. Me hablaron. Mi esposa
me siguió. Me dijeron que venían de lejos, que venían por mí y que me llevarían
a un antiguo reino. Mi esposa intervino y dijo: “¿Por qué mi esposo?” Continuó:
“¿No hay otros?” Respondieron los tres: “No hay otro en todo el mundo que pueda
hacer el trabajo…” “Hemos recorrido la tierra… sólo él puede hacerlo”. (…)
Esta
faceta mesiánica de ser el elegido para tamaña lucha, tan notoriamente
desproporcionada, confirmó la decisión que ya había tomado.
(…) hablé
con Anselmo y Margarito, mis hermanos. Les di la nueva, de que ya no iba a
enseñar religión. “Desde hoy –les dije-, voy a pelear por las tierras de mi
pueblo. Voy a hacerles frente a los anglos que robaron a mi pueblo.”
Así
las cosas, la pequeña comunidad de Valle de Paz debía trascender su espacio, difundir
las causas justas que defendía el movimiento, lograr que el grupo rebelde fuera
creciendo.
Cuando me
vino la idea de formar una Alianza de todos los pueblos que nuestros padres
habían fundado, escogí el arcoíris como estandarte de la Alianza y el lema: “La
justicia es nuestro credo y la tierra nuestra herencia.” (…)
El primero
de abril de 1965 comencé en español un programa por la radio. En radio KABQ nos
vendían 15 minutos por 15 dólares diarios. Los siete días de la semana
transmitía el programa que llamé “La voz de la justicia”. Este programa se
escuchaba al norte hasta Santa Fe, al sur hasta Socorro, al occidente hasta
Grants y al oriente hasta Santa Rosa. Era una estación de 5 mil wats.
Todas las
mañanas a las diez hablaba al pueblo. Este fue el mejor medio de llegar a todo
el pueblo de la tierra.
Así
fueron los inicios de la larga lucha de Reies López Tijerina de quien, en forma
más que justificada, Bustamante dice que “su testimonio pone de evidencia que
ha sido sobre todo un hombre de extraordinaria inteligencia y de extraordinaria
valentía.”
Es la
historia de un humilde campesino que orgulloso de no contar con formación
escolar, había decidido hacer frente a un Imperio.
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