La aseveración de que “no sabemos
esperar”, se ha vuelto un lugar común en nuestro tiempo. La aceleración y la
prisa que caracteriza nuestras vidas supone movimiento; mientras que la espera
-por el contrario- implica detenerse, perder el tiempo.
Ya habrá oportunidad de referirnos a
otro tipo de esperas como las de que: encienda la computadora, pase el
transporte público, nos reciba el médico, nos respondan un mensaje, nos atienda
un funcionario, etc. Pero ahora nos centraremos en la espera en un encuentro
personal.
Pues bien, como punta de partida debemos
reconocer las dos orillas de la situación: el que espera por un lado y el
esperado por el otro. Fabrizio Mejía Madrid apunta que debemos tener en cuenta
que al vivir en la Ciudad de México trasladarse de un lugar a otro supone
enfrentar múltiples vicisitudes de allí que –afirma- “el tiempo de la ciudad es
tan elástico que uno nunca sabe cuando una espera se transforma en plantón”. El
mismo autor repasa las diferentes etapas que se suceden cuando estamos en esta
circunstancia.
La primera se centra en buscar atenuantes
que expliquen el retraso: “La tendencia es esperar siempre un poco más,
inventando justificaciones para el retraso: el tráfico, un accidente -desde un
imprevisto sin consecuencias hasta un probable ataque cardiaco.”
La segunda es el momento de la
incertidumbre, de la duda: “Después, uno empieza a preguntarse si el responsable
no será uno mismo: ¿Quedamos aquí o en otro sitio?”
Finalmente, se trata de disculpar a la
otra parte: “Bueno, yo llegué tarde la otra vez.”
Claro está que todo esto en el mejor de
los escenarios porque también cabe la posibilidad de atribuir al otro una
amplia gama de intencionalidades que explican su atraso: “otra vez lo mismo”, “esto
demuestra que no le importo”, “le tiene muy sin cuidado que yo pierda tiempo”, “pudo
haber avisado”, etc. Si el enojo es de consideración más vale que no llegue
porque en caso que lo haga, el encuentro tendrá un difícil inicio que no será
fácil revertir.
Pero pudiera darse el caso que no sólo
el que espera la está pasando mal, tal como lo señala Ramón Gómez de la Serna. “Nos
está esperando alguien en nuestra casa, pero no encontramos vehículo en que
volver, y poco a poco nos convertimos en el que nos espera, pensamos como él
estará pensando, mirando el reloj como él lo estará mirando.” ¿Quién no ha
sentido la desesperación en un retraso? Tal vez sea por ello que Peter Handke afirma: "prefiero ser el que espera que el esperado".
Finalmente
digamos que la espera suele ser generosa cuando se trata de una cita amorosa y muy
breve si es asunto de otros menesteres. En el primero de los casos, cuando ya
no resta más que rendirse ante la evidencia de que no llegará, tan solo queda encontrar una buena justificación que alivie el tenor de la derrota.
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