Los
parroquianos de Habladuría, caso de
haberlos, conocen de sobra que frecuentemente los temas abordados son de escasa
o nula actualidad. En ello nos identificamos totalmente con lo que sostiene
Vivian Abenshushan en su artículo “Anatomía del disperso” (verdadero manifiesto
del gremio).
Así pues, no
hay discusión, por más necia que parezca, a la que el disperso no conceda un
segundo de su tiempo, ni teoría, ya sea extravagante o exangüe, que no sazone
con ejemplos desacostumbrados. Poseído por el demonio del coleccionismo inútil,
el disperso ama lo que a nadie interesa, como saber, por ejemplo, que el
estornudo corre a 60 km por hora, que los esquimales asienten y niegan en
dirección contraria, que un día Gorki sorprendió a Tolstoi preguntándole a una
lagartija si era feliz, que el olor del sobaco se llama hirco, que T.S. Eliot
solía embadurnarse la cara de verde cuando estaba deprimido, que Newton no
elaboró la ley de la gravedad porque le cayó una manzana en la cabeza, sino por
la forma en que caían los senos de su mujer.
Y es
así como hoy nos topamos con un gran escritor a quien a veces también interesan
temas singulares; nos referimos a Michel Tournier quien de esta manera comienza
su testimonio.
No hace
mucho, fui a la estación a buscar a un periodista americano. Venía directamente
del aeropuerto de Roissy por la línea B del RER [línea de ferrocarriles de
cercanías]. Le señalé el semáforo de la carretera.
-Aquí
termina la zona urbana y empieza el campo –le dije-. Ahora entramos en la
Francia profunda.
Y como si
obedeciera a mi frase, el semáforo se puso verde. Mi americano se quedó en
silencio, sobrecogido de respeto por la “Francia profunda”. Pero aquello no era
nada. No habíamos hecho ni cien metros cuando la carretera quedó bloqueada por
las famosas vacas que regresaban al establo.
-La
mayoría de niños americanos –me dijo el visitante- creen que la leche es una
bebida industrial, como la cerveza o la cocacola.
-Quizá no
les falte razón, tratándose de la leche americana –dije yo con mala idea.
-Hay
muchos que sufren un choque cuando se les dice la verdad y se les muestra la
manera arcaica y carnal de obtener la leche.
-¡Arcaica
y carnal! En efecto, así es la vaca. Mírelas cómo avanzan delante de nosotros.
Ya andaban así en los tiempos de Homero.
Esta
aparentemente inofensiva observación de Tournier fue el inicio de una serie de
descubrimientos.
-¿De
veras cree que las vacas siempre anduvieron así? –me preguntó.
-¡Pues
claro!
No hay
que fiarse nunca de los americanos. Su aparente ingenuidad a veces esconde
saberes sorprendentes.
-No esté
tan seguro. Como usted no puede por menos que saber, los cuadrúpedos andan
según dos tipos de andadura muy distintos: la ambladura y la diagonal. En la
ambladura, el miembro anterior derecho y el miembro posterior derecho avanzan
al mismo tiempo. Después, el miembro anterior izquierdo y el miembro posterior
izquierdo se desplazan a la vez. No con perfecta simultaneidad, para ser
exactos. La ambladura nunca es exacta. El miembro posterior se mueve con un
ligero adelanto sobre el miembro anterior, al que de este modo parece empujar.
En la andadura diagonal, por el contrario, el animal adelanta primero el
anterior derecho y el posterior izquierdo, y después el anterior izquierdo y el
posterior derecho.
-Nuestras
vacas andan en diagonal –observé yo.
-Sin duda
–prosiguió mi invitado-, pero ¿fue siempre así? Nos hallamos ante un problema
que los zoólogos no han sabido aclarar, que yo sepa.
El
periodista americano, en diálogo con Michel Tournier, amplía sus observaciones
hacia otras especies.
Casi
todos los cuadrúpedos domésticos andan en diagonal, empezando por el gato, el
perro, el caballo y la vaca. Antes, se ataban las patas de algunas yeguas
–llamadas hacaneas- para enseñarles por fuerza la ambladura. Se las destinaba a
las damas que montaban a la amazona, porque para ellas la ambladura resultaba
más cómoda. Por el contrario, los mamíferos salvajes sólo conocen la ambladura,
desde el zorro al corzo, pasando por el tigre y el bisonte. La ambladura es
también el modo de andar del camello y el elefante. Si quiere usted distinguir
a un lobo de un pastor alemán, mire cómo andan. El primero ambla, el segundo
anda en diagonal.
-También
se les puede hacer beber. El perro lame, el lobo aspira el líquido.
-Diríase
que la presencia humana modifica la andadura de los cuadrúpedos, haciéndoles
pasar de la ambladura a la diagonal. ¿No le parece curioso?
Pero
Tournier no quiso alejarse tanto del tema y retomó la pregunta original.
-Así,
¿usted piensa que las vacas de Homero amblaban, y que luego pasaron a la
diagonal para dar gusto a los humanos?
-Si no
las vacas, al menos sus antepasados prehistóricos. Y no fue por dar gusto.
Debió de ser un efecto de la civilización.
Llegado
a este punto Tournier pasa a enunciar una serie de consideraciones personales
acerca de la cuestión.
Mi
visitante me había dejado perplejo. No podía ver andar a un cuadrúpedo por la
calle, por el campo o en la televisión, sin observar si caminaba amblando o en
diagonal. (…)
Mi idea
es esta: la diagonal es una andadura ideal. Es más equilibrada y sin duda menos
fatigosa que la ambladura, que obliga al animal a lanzar su cuerpo primero a la
derecha y luego a la izquierda, en un balanceo que se observa en el elefante y
el camello. Pero la diagonal implica un terreno perfectamente plano. Este
terreno lo ofrece el hombre a sus animales domésticos en forma de camino,
paradera o el suelo de las casas. Por el contrario, para los terrenos
accidentados, los suelos arenosos, pantanosos o rocosos, la ambladura es más
fácil y más segura. La ambladura es pues el modo de andar salvaje y rústico, y
la diagonal la andadura refinada y civilizada.
Las tres
andaduras del caballo –paso, trote, galope- también son muy interesantes. De
este modo, observaremos que así como el paso suele ser en diagonal, el trote es
siempre en diagonal pura, y el galope es en ambladura pura. Y el trote es un
paso humano, artificial, que los caballos salvajes desconocen.
Claro
que la tentación era mucha como para omitir cuestionarse lo que acontece al ser
humano.
¿Y el
hombre, en todo eso? Ciertamente no es un cuadrúpedo, aunque a veces ande a
cuatro patas. Pues bien, observemos a nuestros semejantes cuando deambulan ante
nuestros ojos. Si tienen los brazos libres, los balancean al andar. Y ¿cómo los
balancean? Adelantando el brazo derecho al tiempo que la pierna izquierda, y
viceversa. Es la diagonal. Un caminante que imitara la ambladura con los
brazos, sin duda adoptaría una buena dosis de salvajismo.
En cuanto
a los bebés, es curioso cómo también adoptan espontáneamente la diagonal en
cuanto empiezan a gatear. Todos podemos hacer el experimento. La ambladura es
posible, naturalmente, pero ¡a qué precio! La diagonal se impone sin discusión.
Hace
unas semanas nos referimos a El Pensador
de Rodin (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/02/el-pensador.html).
Pues bien, Michel Tournier incluye en su aproximación al tema de la diagonal o
la ambladura un análisis sobre tan famosa escultura.
Dicho
pensador apoya el codo sobre la rodilla. Pero ¿qué codo? ¿qué rodilla? Miradlo
bien: por un sorprendente capricho de Rodin, pone el codo derecho sobre la
rodilla izquierda. De ello resulta una postura forzada, una torsión del busto
que sin duda el escultor eligió para hacer destacar los músculos de la espalda.
Concluye
Tournier con la siguiente advertencia: “Pero ¡ay del barrigudo que trate de
adoptar dicha postura! No lo conseguirá, si no es al precio de dolorosos
esfuerzos. En lo que cuesta preferir sistemáticamente la diagonal a la
ambladura.”
Avisados.
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