En la adolescencia la vida se
vive de otra manera por lo que esta etapa se encuentra regida por una brújula
existencial muy diferente a la de los adultos. Y esto acontece hoy al igual que
en el pasado; Michel Tournier ofrece a manera de ejemplo una vivencia personal
a ese respecto.
Si tuviera que
evocar un recuerdo de nuestra adolescencia, sin duda elegiría aquella
representación de Las moscas de
Sartre, un domingo por la tarde de 1943 en el Théatre de la Cité (alias
Sarah-Bernhardt).
El papel de
Júpiter lo representaba Charles Dullin. De repente, dirigiéndose a Orestes,
exclama: “¡Joven, no incrimine a los dioses!”
A esa altura de la función se
presentó la emergencia.
En aquel
momento, las sirenas de París se pusieron a aullar. Cayó el telón y se
encendieron las luces. Evacuaron la sala según mandaba el reglamento, y se
dieron unos vales a los espectadores para que regresaran después de la alarma.
Así las cosas Tournier y sus
amigos, como buenos adolescentes, reaccionaron a su manera.
Todo el mundo
se metió en los refugios subterráneos menos nosotros, naturalmente. A los
dieciocho años, uno está por encima de tales eventualidades. Hacía un sol
radiante. Nos paseamos por un París absolutamente desierto: la noche en pleno
día. Y empezaron a llover las bombas. La RAF apuntó a las fábricas Renault de
Billancourt, no había mucho peligro de que la isla de la Cité resultara
afectada. En cambio, la DCA alemana entró en acción, y la metralla de obús
empezó a caer peligrosamente sobre nosotros. Vimos cómo las aguas del Sena se
llenaban de burbujas. Nosotros despreciamos el fenómeno olímpicamente. No
dedicamos ni media palabra a tan mediocre incidente. Sólo atendimos a las
disputas de Júpiter y Orestes, víctimas de las “moscas”.
Transcurrido un rato el peligro
pasó; continúa Michel Tournier con su testimonio.
Al cabo de
media hora, las sirenas anunciaban el fin de la alarma, y regresamos al teatro.
Se levanta el telón. Júpiter-Dullin sigue ahí. Exclama por segunda vez:
“¡Joven, no incrimine a los dioses!”
Concluye su evocación con una
nota profundamente emotiva por aquellos amigos que ya no están.
Imágenes de nuestra
juventud, que se desmorona a grandes trozos cada año, con la marcha de este,
luego aquel, y después el otro. Évelyne, Michel Foucault, François Châtelet,
Karl Flinker, Gilles Deleuze, os veo a todos reunidos al otro lado del río,
confabulando sin mí. Sé que me estáis esperando. ¡Paciencia, compañeros, ya
voy, ya voy!
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