Hay quienes preguntan por qué es tan usual que los
relatos (libros, películas, teatro…) presenten situaciones complejas, enredadas,
controversiales, cuando no decididamente dramáticas. No faltan aquellos que
afirman que bastante sufrimiento hay en la realidad como para todavía agregarle
aún más.
Pero sucede que para convocar la atención (que como
dice Javier Gomá Lanzón siempre se presta, jamás se regala) cualquier narración
debe evitar varios obstáculos. Por mencionar solamente uno: el final no debe
asomarse desde muy temprano y mejor aún si resulta inesperado o queda en
suspenso.
Otro obstáculo se presenta –y es el que nos interesa
particularmente en este momento- cuando todo transcurre con felicidad, linealmente;
lo más probable –casi garantizado- es que esa historia no le resulte atractiva
a nadie. Francisco Javier Rodríguez de Fonseca presenta un ejemplo de este
tipo.
Érase
una vez un matrimonio feliz sin problemas económicos. Tuvieron un hijo y una hija
y ambos se criaron sanos y educados y fueron buenos estudiantes y consiguieron
trabajar en lo que les gustaba. El matrimonio colmó su felicidad cuando sus
hijos eligieron parejas maravillosas y les dieron unos nietos preciosos. Los
años pasaron y al final murieron plácidamente, rodeados de los suyos.
Cuando todo transcurre tan plácidamente da la
impresión de que no pasa nada cuando precisamente el principio de toda
narración es que tiene que pasar algo.
Si ésa es la historia que queremos contar es posible
que no le interese a nadie. Nos podrá enganchar en su presentación, incluso a
lo mejor aguantamos hasta el final, pero todo el tiempo habremos estado
esperando que pasara algo. La felicidad en la familia descrita es pura rutina,
nada la rompe.
Desde esta misma perspectiva Andrés Trapiello afirma
Yo creo que el borracho, el drogadicto, el mujeriego
en la literatura tiene más porvenir que el hombre moderado. Al fin y al cabo lo
único picante de la Creación fue la rebelión luciferina. Sin ese desencadenante
habría resultado todo tan aburrido como un disco rayado: “Belleza, Amor,
Felicidad, Eternidad”.
A modo de síntesis Rodríguez de Fonseca concluye: “una
historia sin conflictos no interesa”.
Ante ello alguien podrá argumentar que a veces a escritores
y guionistas se les pasa la mano. De esa opinión es mi amiga Alma Rosa quien
tiene predilección por las películas de amor pero eso sí: “a condición de que
terminen juntos”.
Cuestión de gustos.
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