Aun cuando se conservan muchas obras de arte de
diferentes épocas, no hay duda que fueron muchas más las que se perdieron y de
las que, en su gran mayoría, ni siquiera tenemos noticias. Este tema ha sido
considerado por Eva Millet, basándose para ello en la obra de Noha Charney.
Madrid, Nochebuena de 1734. En el Alcázar, residencia
del rey Felipe V de Borbón, se desata un incendio que duraría cuatro días. El
palacio –en origen una fortaleza musulmana- arde por completo, y con él, 500
obras de arte. Entre ellas, varios cuadros de Diego Velázquez, entre los que
destaca La expulsión de los moriscos
(1627), obra clave para impulsar su carrera en la corte de los Habsburgo.
Gracias a esta pintura Velázquez ganó, con 28 años, el concurso que le valdría
su primer cargo en palacio: ujier de cámara. Un año después se convertiría en
pintor de cámara, la posición más importante entre los artistas de la corte.
En el incendio también se calcinaron telas de Rubens,
Ticiano, Tintoretto Veronese, El Greco, Leonardo y Rafael. Una catástrofe
cultural que, aun así, tuvo un lado positivo: entre las piezas que se salvaron
del fuego estaban Las Meninas, una de
las obras maestras de la historia de la pintura.
Por otra parte es considerable el grupo de artistas –continúa
Millet- que destruyeron sus propias obras.
En su libro [El
museo del arte perdido], [Noha] Charney incluye múltiples ejemplos de obras
hechas trizas por sus propios creadores. Miguel Ángel, por ejemplo, ordenó a su
asistente incinerar todos los dibujos y esbozos de sus obras tras su muerte
–afortunadamente, no le obedecieron por completo-. Otros genios posteriores,
como Picasso, no dudaban en pintar nuevos cuadros encima de trabajos que no le
satisfacían.
Entre los motivos para la destrucción no han faltado los sentimentales.
Pero, aunque en su mayoría estos actos de destrucción
se deben a cierta vanidad o perfeccionismo, emociones tan terrenales como los celos
también han sido la causa de alguna destrucción. Charney explica como la
segunda esposa de Ingres, autor de La
gran odalisca, le obligó a deshacerse del espectacular desnudo que el
artista francés poseía de su primer mujer. De la pintura nunca se supo nada
más: sólo un daguerrotipo tomado en el estudio del pintor testimonia su
existencia.
También hay casos en los que quienes, por distintas
razones, destruyen la obra –afirma Eva Millet- son los propietarios del acervo.
Winston Churchill ordenó a su secretario que quemara
el retrato que le hizo el pintor Graham Sutherland: un regalo del Parlamento
británico que no le gustó lo más mínimo (“maligno, indecente”, dijo mientras
que su mujer, Clementine, señaló que el parecido era “alarmante”). El cuadro
ardió en llamas, como también fueron destruidos los murales que la familia
Rockefeller encargó a Diego Rivera para la sede de sus empresas en Nueva York.
La ocurrencia del muralista mexicano de darle a Lenin un espacio prominente en
el cuadro y de pintar al magnate bebiendo champán con una meretriz no fue
cálidamente recibida. Tampoco ha vuelto a verse el Retrato del doctor Gachet, de Van Gogh, desde que un empresario
japonés lo adquiriera en 1990 anunciando que le gustaba tanto que, al morir,
deseaba ser incinerado junto a él.
Existe consenso en cuanto a que el principal enemigo
del arte –tal y como ha quedado de manifiesto en innumerables situaciones- es
la guerra.
Sin embargo, como cuenta Charney, no ha habido
períodos más destructivos para el arte que los de la guerra: “Cuando la gente
no tiene el tiempo o la voluntad de preservar los objetos como se debería y
reinan el pillaje y la confusión”. De entre todas, el profesor destaca la
devastación que para el patrimonio artístico del planeta supuso la Segunda
Guerra Mundial: “Cuando se estima que alrededor de cinco millones de objetos
artísticos y culturales cambiaron de manos de forma inapropiada.” Sin olvidar
acontecimientos más lejanos, como los diversos saqueos a la ciudad de Roma.
Noha Charney –siempre citada por Eva Millet- se
arriesga a estimar la magnitud de obras que se perdieron: “(…) se calcula que
sólo el diez por ciento de la dramaturgia de la antigua Grecia ha sobrevivido.
Ello implica que el 90% se ha perdido. Pues algo similar ha sucedido con las
obras de arte”.
Finalmente Charney –a quien retoma Millet- proporciona
más información respecto a cómo se salvó una obra maestra.
(…) Las Meninas
“estuvieron a punto de perderse durante aquel incendio del Alcázar. Pero
alguien desesperado por evitar su destrucción las arrojó por la ventana. Fuimos
afortunados, porque otros cuadros de Velázquez no corrieron la misma suerte.
Sólo por ello deberíamos sentirnos agradecidos cada vez que las contemplamos”.
Es cuestión de justicia honrar la memoria de quienes
(como esta persona que arrojó el cuadro por la ventana) hicieron posible –con frecuencia
llegando al límite de arriesgar su vida- que algunas obras se salvaran de la
destrucción.
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