Todo
hacía pensar que la timidez era propia y exclusiva de los seres humanos, sin
embargo -de acuerdo a lo que señala Emilio Sánchez Hidalgo en un artículo
publicado en El País el 22 de abril
de este año- se trata de un error.
Hay
árboles cuyas ramas dejan de crecer cuando están a punto de tocar a las de su
vecino. Es un fenómeno que se conoce
como timidez de los árboles y cuya explicación científica no está del todo clara.
(…) el
botánico francés Francis Hallé considera que este fenómeno tiene una
explicación genética. "La forma de la copa nunca es aleatoria; cada árbol
tiene su programa específico de desarrollo, controlado por genes", dice en
su artículo Arquitectura de los árboles,
en Boletín de la Sociedad Argentina de
Botánica. Hallé diferencia en dos tipos de árboles, los unitarios y los
reiterados. Los primeros dominan el entorno y los segundos se adaptan. "La
reiteración es un progreso, es una forma más moderna y más eficaz de crecer,
que se ha generalizado a la mayoría de nuestros árboles", añade.
Este
descubrimiento no es reciente, había sido observado con anterioridad tal como
lo denota un texto de Michel Tournier.
Hace
veinticinco años planté dos abetos en mi jardín. Medían un metro cincuenta y
los coloqué a diez metros de distancia el uno del otro. Ahora deben medir unos
quince metros, y sus ramas inferiores pronto se tocarán. Pero si los observo a
cierta distancia, compruebo que no han crecido en línea recta. A pesar de la
distancia que los separa, han crecido ligeramente al bies, como para separarse el uno del otro. Es como si cada árbol emitiera
unas ondas repelentes destinadas a los demás árboles. Se lo comenté al
encargado de un vivero. Me confirmó que sólo crecen hermosos los árboles
plantados aisladamente, con un espacio a su alrededor prácticamente infinito
para expandirse.
A
partir de la experiencia y de la conversación entablada con el jardinero, Tournier
extiende sus consideraciones: “Sí, los árboles se odian entre sí. El árbol es
orgullosamente individualista, solitario, egoísta”, lo que le permite enunciar
ciertas suposiciones.
Así
comprendí la angustia que emana de las selvas. La selva significa la
promiscuidad forzosa de un campo de concentración. Todos esos árboles apretados
unos contra otros sufren y se detestan. El aire selvático está impregnado de
ese odio vegetal. Es el aire que infesta los pulmones del paseante y le encoge
el corazón. Hay un antiguo proverbio que dice que los árboles impiden ver el
bosque. ¿No habría que decir igualmente que el bosque impide ver los árboles?
(…)
El árbol
no soporta la selva, porque necesita viento y sol.
En el
artículo mencionado al inicio de estas líneas Sánchez Hidalgo se remonta a la
raíz del fenómeno.
El
botánico australiano Maxwell Ralph Jacobs fue el primero en hablar del término
"timidez de los árboles" (crown
shyness en inglés). Fue en su libro Hábitos
de crecimiento del eucalipto (1955). Sostiene que este fenómeno se produce
por la abrasión de unas hojas contra otras cuando se rozan por el viento.
Una
vez más es posible concluir que siempre queda mucho por aprender.
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