Ser
aficionado a la búsqueda de libros viejos (como sucede con frecuencia en estos
artículos, debería decir antiguos,
pero prefiero llamarlos viejos) tiene
la enorme recompensa de dar con obras curiosas. Esto le aconteció a José Luis
Melero, maestro del oficio.
En 1822
se publicó en Zaragoza un curiosísimo alegato contra el celibato de los
eclesiásticos y para permitir al clero contraer matrimonio. El folleto en
cuestión se titulaba Disertación
histórica, legal y política sobre el celibato clerical y, para no pasar por
hereje, el autor escondió su identidad tras unas iniciales que aseguraban su
anonimato.
Con
esos pocos datos la cosa ya promete y según Melero: “Lo mejor del libro es que
los argumentos utilizados para atacar al celibato eran muy divertidos, aunque
el autor los expusiera de forma solemne.” Y pasa a enunciar algunas de estas
razones iniciando con la que alude a la edad de quienes lo decidieron (en
quienes “ya no reinan vivos los estímulos”).
Recordaba
por ejemplo que en el Concilio de Trento, tras una acalorada discusión, el
celibato ganó solo por cinco votos, y eso se debió a que los Padres de aquel
Concilio no eran jóvenes, pues “siempre que se han tomado medidas en este
asunto ha sido por Papas y Obispos viejos; y como en estos ya no reinan vivos
los estímulos y apenas tendrían parte en el beneficio de la ley conyugal, no es
extraño que hayan votado contra ella”.
También
se apoya en motivos políticos y demográficos ya que “si los 100.000 clérigos
inhabilitados entonces en España para contraer matrimonio pudieran casarse, la
población española aumentaría, según sus cálculos, en 20.000 personas por año.”
No falta –continúa Melero- el argumento de la buena noticia que sería el fin
del celibato para tantas solteras y viudas afectadas por la guerra.
Además,
en España, desde 1808 y por razones de la guerra contra el francés, el número
de hombres era muy inferior al de mujeres, por lo que había muchas de estas,
solteras y viudas, que podrían aliviar su situación si pudieran casarse con
todos aquellos clérigos.
Asimismo,
de aprobarse la medida, sería una forma de atender a necesidades inherentes a
la naturaleza y de prevenir faltas mayores que tienen lugar al interior de la
Iglesia.
Defendía
también causas físicas (el hombre, por su constitución, se halla estimulado a
unirse con otro “de distinto sexo”), sería un modo de evitar pecados (es mejor
permitir aquello que “es más fácil observar que el mandar lo más puro, pero con
mucho peligro de infracción”) (…)
El
anónimo autor del libro –refiere José Luis Melero- entiende que si se pusiera
fin al celibato “muchos nobles y poderosos querrían ser clérigos y no como
ahora que los que se ordenan ‘son de casas pobres o lo más medianas’.”
El
juicio que le merece la obra mencionada Melero lo sintetiza en cinco palabras: “Una
juerga todo el libro.”
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