Abundan situaciones de enfrentamiento
entre humildes y arrogantes pero esta que narra Enrique Vila-Matas conviene no
perderla de vista.
Cuando en 1888 apareció en Londres Jack
el Destripador, estaba vigente allí un equivocadísimo método antropométrico (un
invento para identificar culpables del policía francés Bertillon) que regía
para todo Occidente y que consistía en la medición de varias partes del cuerpo
y la cabeza, marcas individuales, tatuajes, cicatrices y características
personales del sospechoso. Bertillon tuvo con su invento un fugaz gran éxito,
hasta que…
Esta expresión (hasta que) debería constituir una invitación permanente a la
humildad pero habitualmente la desatendemos al darle carácter definitivo a lo
que no lo tiene. Y eso aconteció, continúa Vila-Matas, en la historia de
Bertillon a quien “(…) le llegó la hora del más estrepitoso fracaso cuando se
encontraron dos personas diferentes que tenían el mismo conjunto de medidas.”
Sin embargo el policía francés “no sobrevivió a la vergüenza de su gran
ridículo”. Es ahora cuando hace su aparición el otro personaje de esta
historia.
Y pasó a odiar a Juan Vucetich, un
modesto policía argentino de la ciudad de La Plata , que en 1891 llevó a cabo las primeras
fichas dactilares del mundo. Tras haber verificado su método con 600 reclusos
de la cárcel de La Plata ,
en 1894 la policía de Buenos Aires acogió oficialmente el sistema de Vucetich,
y no tardaron nada en adoptarlo enseguida el resto de las policías de
Occidente.
O sea, que todo empezó en La Plata , esa ciudad simple y
provinciana que Bioy Casares retrató con agudeza en La aventura de un fotógrafo en La Plata.
De acuerdo a la descripción que presenta
Enrique Vila-Matas, resulta que Vucetich y Bertillon tenían características
personales muy diferentes.
El policía Vucetich, hombre de grisura
inimaginable, acostumbrado a pensar solo en huellas, es todo un personaje para
una buena novela. Cuando en 1913 visitó París para saludar a la policía
francesa, el arrogante Bertillon le ninguneó, le hizo el más completo vacío.
Demasiado apegado a su obsesiva egolatría, Bertillon no supo reconocer el
interés de la dactiloscopia, el nuevo método de identificación que había
reemplazado el sistema que él había inventado.
Llegado a este punto de la historia,
Vila-Matas descubre que los protagonistas del relato bien pudieran
convertirse en personajes de novela.
Y aquí cabe preguntarse cuántas veces se
habrá repetido esta historia en la que el arrogante creyó que los demás eran
idiotas y, al final, resultó que el idiota era él. Sin duda, Bertillon habría
sido un buen personaje para Flaubert. Y el policía Vucetich, con la cabeza
llena de huellas en sus errantes paseos junto al Sena, un buen personaje para
Ricardo Piglia.
A manera de conclusión, y a partir de su
experiencia, Vila-Matas se permite formular consideraciones generales. “He
conocido algunos Bertillones en mi vida. Se consideran tan superiores a los
colegas de sus respectivas profesiones que ni detectan en sí mismos su cada día
más manifiesta tontería o decadencia.”
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