jueves, 17 de octubre de 2019

Historia de Vucetich y Bertillon


Abundan situaciones de enfrentamiento entre humildes y arrogantes pero esta que narra Enrique Vila-Matas conviene no perderla de vista.

Cuando en 1888 apareció en Londres Jack el Destripador, estaba vigente allí un equivocadísimo método antropométrico (un invento para identificar culpables del policía francés Bertillon) que regía para todo Occidente y que consistía en la medición de varias partes del cuerpo y la cabeza, marcas individuales, tatuajes, cicatrices y características personales del sospechoso. Bertillon tuvo con su invento un fugaz gran éxito, hasta que…

Esta expresión (hasta que) debería constituir una invitación permanente a la humildad pero habitualmente la desatendemos al darle carácter definitivo a lo que no lo tiene. Y eso aconteció, continúa Vila-Matas, en la historia de Bertillon a quien “(…) le llegó la hora del más estrepitoso fracaso cuando se encontraron dos personas diferentes que tenían el mismo conjunto de medidas.” Sin embargo el policía francés “no sobrevivió a la vergüenza de su gran ridículo”. Es ahora cuando hace su aparición el otro personaje de esta historia.

Y pasó a odiar a Juan Vucetich, un modesto policía argentino de la ciudad de La Plata, que en 1891 llevó a cabo las primeras fichas dactilares del mundo. Tras haber verificado su método con 600 reclusos de la cárcel de La Plata, en 1894 la policía de Buenos Aires acogió oficialmente el sistema de Vucetich, y no tardaron nada en adoptarlo enseguida el resto de las policías de Occidente.
O sea, que todo empezó en La Plata, esa ciudad simple y provinciana que Bioy Casares retrató con agudeza en La aventura de un fotógrafo en La Plata.

De acuerdo a la descripción que presenta Enrique Vila-Matas, resulta que Vucetich y Bertillon tenían características personales muy diferentes.

El policía Vucetich, hombre de grisura inimaginable, acostumbrado a pensar solo en huellas, es todo un personaje para una buena novela. Cuando en 1913 visitó París para saludar a la policía francesa, el arrogante Bertillon le ninguneó, le hizo el más completo vacío. Demasiado apegado a su obsesiva egolatría, Bertillon no supo reconocer el interés de la dactiloscopia, el nuevo método de identificación que había reemplazado el sistema que él había inventado.

Llegado a este punto de la historia, Vila-Matas descubre que los protagonistas del relato bien pudieran convertirse en personajes de novela.

Y aquí cabe preguntarse cuántas veces se habrá repetido esta historia en la que el arrogante creyó que los demás eran idiotas y, al final, resultó que el idiota era él. Sin duda, Bertillon habría sido un buen personaje para Flaubert. Y el policía Vucetich, con la cabeza llena de huellas en sus errantes paseos junto al Sena, un buen personaje para Ricardo Piglia.

A manera de conclusión, y a partir de su experiencia, Vila-Matas se permite formular consideraciones generales. “He conocido algunos Bertillones en mi vida. Se consideran tan superiores a los colegas de sus respectivas profesiones que ni detectan en sí mismos su cada día más manifiesta tontería o decadencia.”

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