Aun
cuando lo presentan con variantes significativas, distintas religiones contemplan la existencia de un Juicio Final
en que se evaluará la forma de conducirse de cada quien en su paso por este
mundo. Sin embargo de acuerdo con Leszek Kolakovski no se trata de un concepto
limitado exclusivamente al ámbito religioso.
La
escatología laicista cree en el Juicio Final histórico. No nos burlemos de
ello, pues ¿quién no es víctima de tal idea? Todo el que espera que la
infelicidad y el sufrimiento de los muertos sean vengados por la historia o que
la época de la injusticia (que ha durado siglos) pueda ser compensada prueba
con ello que cree en el Juicio Final. (…)
Desde que
la escatología laicista reveló sus posibilidades, la historia humana se
convirtió en un argumento irrefutable en favor del ateísmo, pues mostró que
también sin Dios resulta posible consolar a los hombres con la visión de un
final feliz hacia el que se encaminan todos sus sufrimientos y fatigas.
Coincido
con lo que sostiene José Jiménez Lozano –en conversación con Gurutze
Galparsoro- en cuanto a que la existencia de esta instancia final con sentencia
inapelable, es cuestión de justicia.
La idea
de un Juicio Final de la humanidad es una idea genial por muchas razones, la
primera de las cuales es que expresa la absoluta necesidad de que la injusticia
y la maldad no puedan prevalecer, y la desgracia y el pisoteamiento de tantos
seres humanos deben ser compensados. Es una necesidad ética sencillamente que
haya esa “segunda vuelta”, la definitiva, que ponga las cosas en su sitio.
No
sería buena noticia la de que se pudieran cometer atrocidades que ocasionan
muerte y sufrimiento para tantos sin tener que responder por ello ante nadie; eso
sí que constituiría el triunfo definitivo de la corrupción y la impunidad.
A lo
anterior Jiménez Lozano añade otra razón de gran interés por el Juicio Final:
la promesa de un gran escenario narrativo que dejaría muy atrás todo lo
conocido al respecto.
¡Ah!,
pero nos permite también saber los finales de la gran novela humana, y ahí está
la otra genial idea, así mismo, de un Gran libro Escrito, in quo totum continetur, es decir, con todas y cada una de las
vidas de todos los hombres, del que hablaba el antiguo Oficio de Difuntos.
Ésta sí
sería una “novela total”, de verdadero suspense, de increíbles aventuras, de
inmenso dolor y gozo, y con finales absolutamente imprevisibles e imprevistos.
No solamente tendríamos narraciones para mil y una noches, sino para mil y un
siglos: una verdadera gloria. Walter Benjamin ya no podría quejarse, como de
nuestro tiempo se queja con razón, de que “somos pobres en historias
memorables”, porque no se narra.
Y
concluye José Jiménez Lozano: “Porque, por lo demás, ¿qué historia humana hay
que no sea memorable? ¿Y qué lugar del mundo no tiene su memorable historia?”.
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