miércoles, 9 de octubre de 2019

De carne, hueso y… bytes


Actualmente se alude con frecuencia a que relatos que eran ciencia ficción hasta anteayer, hoy se transforman en simples crónicas del acontecer cotidiano. Desconozco quien, en este mismo sentido, fue el primero en afirmar que buena parte de la ciencia ficción del pasado se ha convertido en literatura de antelación o anticipación. 
Los ejemplos a este respecto abundan y uno de ellos es el que describe Ingrid Sarchman.
(…) Neil Harbisson, artista y activista inglés que nació con un tipo de daltonismo que le impide ver colores, inventó un dispositivo para oírlos, incluso los invisibles al ojo humano, como los rayos ultravioletas o los infrarrojos. El “ojo electrónico musical” que tiene forma de antena está injertado de forma permanente dentro del cráneo y puede conectarse a Internet mediante wifi y hasta recibir llamadas telefónicas. 
Todo iba bien hasta que Neil tuvo que enfrentar la normatividad propia de la burocracia, tal como cuenta Sarchman: “El problema llegó al momento de renovar la foto de su pasaporte porque, según la legislación de Gran Bretaña, en la foto del documento no se puede portar nada ajeno al cuerpo.” La cuestión no era sencilla pero se resolvió a su favor y creó jurisprudencia en la materia. 
Tras unas semanas de gestiones por parte de científicos e intelectuales de su país, Harbisson no sólo logró la autorización, sino que fue el primer cyborg reconocido por un país desde el 2004. Apenas unos años después aparecerán en el mercado los “weareables”, un conjunto de dispositivos electrónicos que se adosan al cuerpo para, en primera instancia, suplir falencias, pero también para potenciar capacidades innatas.
Recuerdo haber escuchado hace algunos años en un programa de radio a un científico que sostenía que ciertos dispositivos en el pasado (por ejemplo un aparato para sordos) procuraban sustituir de la mejor manera -claro que en notable inferioridad de condiciones- a una función natural pero, agregaba, que gracias a recientes avances en ciencia y tecnología ahora estos aparatos cumplían mejor con la función que el órgano natural.
Regresemos a Ingrid Sarchman quien se refiere a otro caso, el de Chris Dancy.
Considerado actualmente, el hombre más conectado del mundo, tiene once dispositivos incrustados que le permiten, entre otras cosas, medir la presión sanguínea, el peso, la temperatura, el balance de nutrientes en sangre, cantidad de azúcar y el monitoreo de sus órganos. El año pasado [2017], la firma financiera Bloomberg lo calificó como el “hombre más cuantificado del mundo”, indicando que la vida y la existencia pueden, a partir de la tecnología adecuada, ser conroladas en todas sus dimensiones. 
Así pues esta nueva etapa permite –tal como lo señala Sarchman- aproximarnos con esperanza a ciertas utopías, al tiempo que no está exenta de acercarnos peligrosamente a la posibilidad de que ciertas pesadillas se hagan realidad.
Sin embargo, Dancy simboliza mucho más que eso, representa la utopía de Harari de pasar de lo humano a lo divino. De la misma forma que el fallo judicial que le otorgó el reconocimiento a Harbisson, estos cuerpos hechos de carne, hueso y bytes son los nuevos monstruos. Unos más amables y agradables a la vista pero que nos enfrenta, de la misma manera que a Frankenstein, con la evidencia de que la técnica es mucho más que un conjunto de procedimientos. 
Habrá que estar atentos, hasta que nos alcance la vida, para ver por dónde sigue todo esto.

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