martes, 8 de octubre de 2019

Lo que se llevaron, lo que quedó


Sabido es que en la vida hay momentos particularmente difíciles en los que pareciera haberse dado cita el conjunto de dificultades, tribulaciones y pesares posibles. En ese estado de cosas resulta muy difícil encontrar motivos que permitan seguir adelante, sobreponerse a la adversidad.

Tal vez esta pequeña historia ayude a ejemplificar la cuestión.

Se la contaron a Eduardo Galeano en Colombia, éste le dio su matiz y la publicó bajo el título “El arpista Figueredo”.

Era un mago del arpa. En los llanos de Colombia, no había fiesta sin él. Para que la fiesta fuera fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí, con sus dedos bailanderos que alegraban los aires y alborotaban las piernas.

Pero también las buenas personas –y en ocasiones, particularmente ellas- sufren hasta lo indecible; continúa Galeano

Una noche, en algún sendero perdido, lo asaltaron los ladrones. Iba Mesé Figueredo camino de una boda, a lomo de mula, en una mula él, en la otra el arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a golpes.

Los malvados huyeron mientras que en aquellas soledades el músico quedó maltrecho, sufriente, hasta que al día siguiente

(…) alguien lo encontró. Estaba tirado en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo, con un resto de voz:
-Se llevaron las mulas
Y dijo:
-Y se llevaron el arpa.

Parecía que aquella historia concluiría en la total desolación cuando, cuenta Eduardo Galeano, apareció lo inesperado ya que el maestro Figueredo

(…) tomó aliento y se rió, echando baba y sangre se rió:
-Pero no se llevaron la música.

Como exclamábamos en los juegos de niños: pido por mí y por todos mis compañeros que por duras que vengan las cosas nunca, lo que dice nunca, nos falte la música.

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