Sabido es que en la vida hay momentos
particularmente difíciles en los que pareciera haberse dado cita el conjunto de
dificultades, tribulaciones y pesares posibles. En ese estado de cosas resulta muy
difícil encontrar motivos que permitan seguir adelante, sobreponerse a la
adversidad.
Tal vez esta pequeña historia ayude a
ejemplificar la cuestión.
Se la contaron a Eduardo Galeano en
Colombia, éste le dio su matiz y la publicó bajo el título “El arpista
Figueredo”.
Era un mago del arpa. En los llanos de
Colombia, no había fiesta sin él. Para que la fiesta fuera fiesta, Mesé
Figueredo tenía que estar allí, con sus dedos bailanderos que alegraban los
aires y alborotaban las piernas.
Pero también las buenas personas –y en
ocasiones, particularmente ellas- sufren hasta lo indecible; continúa Galeano
Una noche, en algún sendero perdido, lo
asaltaron los ladrones. Iba Mesé Figueredo camino de una boda, a lomo de mula,
en una mula él, en la otra el arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y
lo molieron a golpes.
Los malvados huyeron mientras que en
aquellas soledades el músico quedó maltrecho, sufriente, hasta que al día
siguiente
(…) alguien lo encontró. Estaba tirado
en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces
aquella piltrafa dijo, con un resto de voz:
-Se
llevaron las mulas
Y dijo:
-Y
se llevaron el arpa.
Parecía que aquella historia concluiría
en la total desolación cuando, cuenta Eduardo Galeano, apareció lo inesperado
ya que el maestro Figueredo
(…) tomó aliento y se rió, echando baba
y sangre se rió:
-Pero
no se llevaron la música.
Como exclamábamos en los juegos de
niños: pido por mí y por todos mis
compañeros que por duras que vengan las cosas nunca, lo que dice nunca, nos
falte la música.
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