miércoles, 2 de octubre de 2019

La literatura y el "por lo que fuera"


Esta historia que cuenta José Jiménez Lozano llegó a su conocimiento al escuchar una conversación de vecinos de mesa (seguramente en uno de esos tantos momentos en que la plática de junto está mejor que la nuestra).
Recuerdo que, este verano, sentado con J. en una terraza de un pequeño bar, oímos rastros de una conversación en una mesa cercana que nos llamó la atención, porque una y otra vez se hablaba de “La Mensajera”.
Unos campesinos acomodados se referían a un sobrino de “La Mensajera” con el que parecía que tenían algún negocio entre manos, que no podía prosperar sin el consentimiento de esa misteriosa mujer. 
Bastó con ello para que Jiménez Lozano decidiera seguir el hilo (que como vemos no surge como algunos creen con las nuevas tecnologías) de aquella historia.
Me fascinó el apodo y luego he hecho algunas averiguaciones.
Resulta que en uno de aquellos pueblos de La Moraña de Ávila –mi tierra-, un hombre de ciertos posibles económicos, soltero y rondando los setenta comenzó unas relaciones amorosas con la nieta de la que en sus años jóvenes había sido novia suya, y con la que no había podido casarse porque a ella la casaron durante el servicio militar de él, muy deprisa y con el candidato que había escogido la familia. Pero ahora sin embargo, era la familia de él la que se oponía a esos amores por razones de herencia, dice mi comunicante.
El caso es que el pobre hombre vivía medio secuestrado para evitar cualquier encuentro o comunicación con la chica, y únicamente era libre para entretenerse en la huerta de la casa. Bastante tiempo después, cuando parecía que todo había pasado, se descubrió que los enamorados habían mantenido intercambio de cartas o incluso conversación a través de un pequeño orificio hecho en la pared de la huerta medianera con el corral vecino, cuya dueña no sólo era cómplice, sino la que ideó el invento, o el otro invento de echar por encima de la tapia una gallina que llevaba atada a una pata un billete amoroso. Era como el caballo de Troya, en una guerra de Troya, hecha también por la belleza de Helena.
La historia acabó en boda y la vecina del protagonista de esta historia, que se llamaba Dorotea, recibió el mote de “La Mensajera”, y se dice que también una pequeña huerta con su noria y su acequia, como regalo por sus buenos oficios.
Con esto ya sería suficiente para una buena historia pero resulta que la cosa no termina ahí; continúa Jiménez Lozano
Mi comunicante añade algo que complica aún más las cosas: “La Mensajera” tendría entonces como cuarenta años y se dice que estaba “muy interesada” en el campesino rico en cuestión.
“Pero, por lo que fuera, favoreció a la chica”, concluye. 
Llegado a este punto, José Jiménez Lozano parece descubrir uno de los fundamentos del arte de la narración.
Y en este “por lo que fuera” está ciertamente el quid de la cuestión, su quid literario y narrativo, hecho por la vida que es un gran novelista y desafía toda psicología, toda racionalidad plana y explicativa. La gloria de la literatura es, precisamente, el ser un discurso sobre esas incertidumbres de “por lo que fuera”: un cuadro con claroscuros, “no se sabe”, “qué se yo”, “un no sé qué”, y balbuceos y “seguridades” por el estilo. La literatura es, decía Pierre Oster con toda la razón del mundo, “cette petite science balbutient et nécessaire des complexités de l'âme et de l’entrelacement singulier des choses”. 
Así, con su humildad característica, el por lo que fuera abre las puertas a múltiples especulaciones y conjeturas que pretenderán explicar aquello que forma parte del misterio personal del que también estamos hechos.

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