En
otra ocasión nos hemos referido a un reportaje de Núria Jar en el que entrevista
a médicos que han tenido quebrantos de salud y que reflexionan a partir de ello
(http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/03/cuando-en-cuestion-de-segundos-se-apaga.html).
Ahora,
y en base nuevamente a ese reportaje, veremos el caso del doctor Domingo
Escudero quien debido a imprecisiones en el diagnóstico fue atendido en forma
errática.
En muchas
ocasiones la falta de comunicación y de empatía con el paciente es algo que
también echa en falta el doctor Domingo Escudero, el protagonista de la (…) historia.
La enfermedad de este neurólogo, que fue jefe de servicio en el hospital
Germans Trias i Pujol, jugó a la ambigüedad durante una temporada antes de
conseguir el diagnóstico definitivo. Sufrió tres cuadros psicóticos en los años
2006, 2011 y 2014.
Amante de
los casos clínicos y las enfermedades autoinmunes, desde el principio estuvo
convencido del origen neurológico de los brotes. Incluso en un momento de
lucidez apuntó en un papel: encefalitis autoinmune. Pero los psiquiatras le
diagnosticaron un trastorno bipolar esquizofreniforme atípico. Su dolencia se
movía en la frontera entre la psiquiatría y la neurología. Le recetaron una
fuerte medicación psiquiátrica con unos efectos secundarios que le dificultaban
hasta ponerse azúcar en el café sin derramarlo. Incluso le llegaron a atar con
correas de contención en el hospital de Bellvitge, donde también estuvo
ingresado.
Por fortuna
conoció a un investigador que se convertiría en factor decisivo para precisar
el diagnóstico del mal que le aquejaba.
“Tanta
gente que me ha visto, tantas decisiones que han tomado sobre mi vida y nadie
me ha llamado hasta hoy”, dice desde el hospital Clínic, donde conoció al investigador
que puso nombre a su enfermedad. Josep Dalmau, profesor de investigación Icrea
en el instituto de investigación Idibaps, que por aquel entonces investigaba en
la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), vino a Barcelona a presentar una
enfermedad neurológica autoinmune que había descrito hacía poco en la revista Annals of Neurology, la encefalitis
autoinmune anti-NMDA. “¿Te suena de
algo?”, le preguntó un colega después de escuchar los síntomas.
Y fue así
como todo cambió –anota el artículo de Núria Jar- cuando después de un tiempo
de navegar con diagnósticos imprecisos, el doctor Escudero supo por fin el
nombre de su trastorno.
Cuando
Escudero tuvo el segundo brote, su mujer –también neuróloga– pidió que hicieran
una prueba de líquido cefalorraquídeo a su marido con el artículo de Dalmau en
la mano. El resultado fue positivo. Su enfermedad por fin tenía nombre,
apellidos y tratamiento.
Con
ello dio inicio una nueva etapa de su vida que el doctor supo celebrar como
merecía.
“Me puse
tan contento como si el Barça hubiese ganado la Champions”, rememora. “En mi
caso disponer de información fue una salvación, se acabó la incertidumbre”. De
tomar antipsicóticos pasó a los inmunosupresores, básicamente cortisona, para
relajar su sistema inmunitario. La nueva terapia tenía menos efectos
secundarios y una recuperación mucho más rápida que la que había tomado
inicialmente.
La
nota de Núria Jar permite apreciar la manera en que se transforma radicalmente la
práctica profesional de aquellos médicos a quienes les tocó ser pacientes en la
misma área de su especialidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario