lunes, 7 de octubre de 2019

Un diagnóstico esquivo


En otra ocasión nos hemos referido a un reportaje de Núria Jar en el que entrevista a médicos que han tenido quebrantos de salud y que reflexionan a partir de ello (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/03/cuando-en-cuestion-de-segundos-se-apaga.html).
Ahora, y en base nuevamente a ese reportaje, veremos el caso del doctor Domingo Escudero quien debido a imprecisiones en el diagnóstico fue atendido en forma errática.
En muchas ocasiones la falta de comunicación y de empatía con el paciente es algo que también echa en falta el doctor Domingo Escudero, el protagonista de la (…) historia. La enfermedad de este neurólogo, que fue jefe de servicio en el hospital Germans Trias i Pujol, jugó a la ambigüedad durante una temporada antes de conseguir el diagnóstico definitivo. Sufrió tres cuadros psicóticos en los años 2006, 2011 y 2014.
Amante de los casos clínicos y las enfermedades autoinmunes, desde el principio estuvo convencido del origen neurológico de los brotes. Incluso en un momento de lucidez apuntó en un papel: encefalitis autoinmune. Pero los psiquiatras le diagnosticaron un trastorno bipolar esquizofreniforme atípico. Su dolencia se movía en la frontera entre la psiquiatría y la neurología. Le recetaron una fuerte medicación psiquiátrica con unos efectos secundarios que le dificultaban hasta ponerse azúcar en el café sin derramarlo. Incluso le llegaron a atar con correas de contención en el hospital de Bellvitge, donde también estuvo ingresado.
Por fortuna conoció a un investigador que se convertiría en factor decisivo para precisar el diagnóstico del mal que le aquejaba.
“Tanta gente que me ha visto, tantas decisiones que han tomado sobre mi vida y nadie me ha llamado hasta hoy”, dice desde el hospital Clínic, donde conoció al investigador que puso nombre a su enfermedad. Josep Dalmau, profesor de investigación Icrea en el instituto de investigación Idibaps, que por aquel entonces investigaba en la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), vino a Barcelona a presentar una enfermedad neurológica autoinmune que había descrito hacía poco en la revista Annals of Neurology, la encefalitis autoinmune anti-NMDA. “¿Te suena de algo?”, le preguntó un colega después de escuchar los síntomas.
Y fue así como todo cambió –anota el artículo de Núria Jar- cuando después de un tiempo de navegar con diagnósticos imprecisos, el doctor Escudero supo por fin el nombre de su trastorno.
Cuando Escudero tuvo el segundo brote, su mujer –también neuróloga– pidió que hicieran una prueba de líquido cefalorraquídeo a su marido con el artículo de Dalmau en la mano. El resultado fue positivo. Su enfermedad por fin tenía nombre, apellidos y tratamiento. 
Con ello dio inicio una nueva etapa de su vida que el doctor supo celebrar como merecía.
“Me puse tan contento como si el Barça hubiese ganado la Champions”, rememora. “En mi caso disponer de información fue una salvación, se acabó la incertidumbre”. De tomar antipsicóticos pasó a los inmunosupresores, básicamente cortisona, para relajar su sistema inmunitario. La nueva terapia tenía menos efectos secundarios y una recuperación mucho más rápida que la que había tomado inicialmente.
La nota de Núria Jar permite apreciar la manera en que se transforma radicalmente la práctica profesional de aquellos médicos a quienes les tocó ser pacientes en la misma área de su especialidad.

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