No
cabe duda que el ritmo en que transcurría la vida en la Grecia clásica era muy
diferente al de hoy. De allí que Gabriel Zaid señale que Sócrates se hubiese
visto en nuestros días en severos aprietos para legar sus enseñanzas.
Una
conversación inteligente, como la Sócrates y Fedro, que se encuentran en la
calle, se ponen a hablar de un escrito ingenioso de Lisias sobre el amor y se
van caminando hasta las afueras de Atenas para discutirlo, sólo es posible en
un mundo subdesarrollado, de baja productividad y tiempo ocioso. En el mundo
moderno, yendo cada uno en su automóvil a lo que va, con el tiempo justo para
llegar, Sócrates y Fedro no se encontrarían. Y, en el remoto caso de que se
cruzaran, sería difícil que encontraran lugar para detenerse, ya no digamos
tiempo. Porque no sería de esperarse que, como un par de irresponsables,
cancelaran sus planes y se fueran a conversar.
Esta
aceleración en la que vivimos –continúa Zaid- presenta un obstáculo de
consideración a la difusión de su obra: no hay tiempo para adentrarnos en las
reflexiones y especulaciones del maestro.
Ante la
disyuntiva de tener tiempo o cosas, hemos optado por tener cosas. Hoy, es un
lujo leer a Sócrates, no por el costo de los libros, sino del tiempo escaso.
Hoy, la conversación inteligente, el ocio contemplativo, cuestan infinitamente
más que acumular tesoros culturales.
Al
problema de la falta de tiempo hay que sumar, siempre de acuerdo con Gabriel
Zaid, la exigencia de productividad que caracteriza a la cultura actual, lo que
hubiese significado que la trayectoria académica de Sócrates encontrara con
dificultades insalvables.
Hemos
llegado a tener más libros de los que podemos leer. El saber acumulado en la cultura
impresa rebasa infinitamente los conocimientos de Sócrates. Hoy, en una
encuesta de lectura, Sócrates quedaría en los niveles bajos. Su baja
escolaridad, su falta de títulos académicos, de idiomas, de currículo, de obra
publicada, no le permitirían concursar para un puesto importante en la
burocracia cultural.
Lo
anterior parecería confirmar, según concluye Zaid, el acierto de su crítica ante
la escritura: “los simulacros y credenciales del saber han llegado a pesar más
que el saber”.
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