viernes, 4 de octubre de 2019

Sócrates en apuros


No cabe duda que el ritmo en que transcurría la vida en la Grecia clásica era muy diferente al de hoy. De allí que Gabriel Zaid señale que Sócrates se hubiese visto en nuestros días en severos aprietos para legar sus enseñanzas.

Una conversación inteligente, como la Sócrates y Fedro, que se encuentran en la calle, se ponen a hablar de un escrito ingenioso de Lisias sobre el amor y se van caminando hasta las afueras de Atenas para discutirlo, sólo es posible en un mundo subdesarrollado, de baja productividad y tiempo ocioso. En el mundo moderno, yendo cada uno en su automóvil a lo que va, con el tiempo justo para llegar, Sócrates y Fedro no se encontrarían. Y, en el remoto caso de que se cruzaran, sería difícil que encontraran lugar para detenerse, ya no digamos tiempo. Porque no sería de esperarse que, como un par de irresponsables, cancelaran sus planes y se fueran a conversar.

Esta aceleración en la que vivimos –continúa Zaid- presenta un obstáculo de consideración a la difusión de su obra: no hay tiempo para adentrarnos en las reflexiones y especulaciones del maestro.  

Ante la disyuntiva de tener tiempo o cosas, hemos optado por tener cosas. Hoy, es un lujo leer a Sócrates, no por el costo de los libros, sino del tiempo escaso. Hoy, la conversación inteligente, el ocio contemplativo, cuestan infinitamente más que acumular tesoros culturales.

Al problema de la falta de tiempo hay que sumar, siempre de acuerdo con Gabriel Zaid, la exigencia de productividad que caracteriza a la cultura actual, lo que hubiese significado que la trayectoria académica de Sócrates encontrara con dificultades insalvables.

Hemos llegado a tener más libros de los que podemos leer. El saber acumulado en la cultura impresa rebasa infinitamente los conocimientos de Sócrates. Hoy, en una encuesta de lectura, Sócrates quedaría en los niveles bajos. Su baja escolaridad, su falta de títulos académicos, de idiomas, de currículo, de obra publicada, no le permitirían concursar para un puesto importante en la burocracia cultural.

Lo anterior parecería confirmar, según concluye Zaid, el acierto de su crítica ante la escritura: “los simulacros y credenciales del saber han llegado a pesar más que el saber”.

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