De un tiempo a esta parte el viaje de placer se ha puesto de moda.
Claro que desde siempre se ha viajado, pero no al nivel masivo en que se hace
actualmente. Mucho tiene que ver en todo esto la reducción de tiempos de
traslado, el abaratamiento (según temporadas) de los pasajes, la posibilidad de
alojamientos más austeros, los viajes como indicador de estatus social, vivir
en un mundo más globalizado, la promoción de destinos de moda, etc.
Pero también están los otros, los viajes hacia uno mismo. Es muy
importante vivir mirando hacia afuera pero conviene no olvidarse de los adentros.
Hay momentos especiales en la vida en que este viaje interior es imperioso
y tal vez por ello Aleksandr R. Luria afirmaba que “(...) recuperar la historia
de uno mismo es una forma de curación.”
En opinión de Julio Llinás aun los viajes por otros rumbos, se
convierten inevitablemente en recorridos por uno mismo: “He
viajado bastante, pero los míos siempre han sido viajes a través de mí mismo
acompañado por lugares, ciudades y personas.” Por su parte, Gastón Bachelard –citado
por Ruben Loza Aguerrebere- coincide con que los viajes siempre terminan siendo
hacia adentro: “(…) viajar significa un cambio interior permanente a través de
la variabilidad continua del entorno”.
Nada menos que un viajero
infatigable como lo fue Ryszard Kapuscinski, subraya la posibilidad de viajar
sin tener que moverse. “Confucio ha dicho que como mejor se conoce el mundo es
sin salir de casa. Y no le falta razón. No es imprescindible desplazarse en el
espacio; también se puede viajar hacia el fondo del alma.”
Porque finalmente no son
pocos quienes coinciden con el Maître de Santiago, de Henry de Montherland, al
creer –la cita es de José Jiménez Lozano- “que las grandes aventuras son
siempre de los adentros”.
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