Hay
momentos en la vida de algunos escritores que sienten cierta insatisfacción por
lo que perciben como su falta de acción. Así, aparece el cansancio por la
soledad de su labor, por limitarse a emitir opiniones y juicios acerca de los
demás, por ver las cosas de fuera, por existir en el entorno de la teoría; en
definitiva, por no jugársela más.
Algo
de esto le sucedió a Giovanni Papini.
El saber
no me bastaba ya; quería actuar. No me satisfacía plenamente escribir; quería
proyectar mi voluntad en las cosas y en los espíritus. Ansiaba salir de esta
contemplación sin límites, de este desgranar palabras y conceptos sin vida, de
estos fuegos de artificio de efímeras ideologías, de cohetes paradójicos y
de girándulas fantásticas. Estaba harto
de permanecer a la expectativa, de comentar
y de juzgar lo que hacen los demás; de criticar y destruir solamente. El
mundo puramente cerebral, vertebral y de papel en que me debatía se me aparecía
árido y sin esperanza. Era preciso emprender alguna empresa más amplia, más
fecunda, más concreta.
Para
Papini había mucho de pasividad en su dedicación de tiempo completo a la
lectura y la escritura. Quería pasar a la acción, sin embargo no le convencía
cualquier tipo de activismo.
Pero no
para lanzarme en la vida primordial y
animal de todo el mundo, en los negocios habituales, en las tareas ordinarias, en
la acción que se reduce a una fiera
repetición, en la lucha que no es más que la lucha por el pan y por el techo,
por el dinero, por la mujer y por la autoridad.
¿Por
dónde siguió su vida?, ¿qué tipo de acciones decidió emprender?, ¿llegó a ese
mayor compromiso que tanto anhelaba?
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