jueves, 30 de enero de 2020

En defensa de los gordos


Al estar gordo uno se sitúa fuera de la moda, lejos de los modelos estéticos de nuestro tiempo. Es más, en muchos casos los gordos sufren un verdadero bullying social al tiempo que se los psicoanaliza con una liviandad que asusta: descuidan su cuerpo, padecen desórdenes alimentarios, con la comida compensan carencias de su primera infancia…

Pocas son las voces que salen en su defensa rebelándose contra la llamada tiranía de la delgadez. En la solapa del libro Con la boca abierta. Una visión mordaz de la cultura mitigada por la gastronomía de Antonio Bernabeu se afirma que

(…) la naturaleza siente fascinación por las geometrías en curva y, precisamente por ello, al distribuir los perfiles de los seres humanos, se decanta en favor de los gordos y obesos. De los segundos, hablaremos muy poco, prácticamente nada, porque la terapéutica de mórbidos los excluyó de las viejas retóricas, los sacó de las dulces nostalgias y los condujo a la leprosería de las diez plagas bíblicas. En cambio, nuestra vacilante cultura tendría que esforzarse en devolver su apagado prestigio a esos gordos sencillos, de cintura turgente, carrillo tumefacto y culo abovedado, sometidos a un trato de arcángeles caídos, criaturas malditas que arrastraron con ellas, en su declinación, la antigua fantasía de los sueños celestes, el hechizo del banquete platónico, el brillo de la próspera cornucopia, el discurso con método, la imagen exultante, la trasgresión sin duelo y el exceso glorioso.

No conviene desconocer que hubo otros tiempos en los que la gordura estuvo bien vista aun cuando ocasionalmente tuvieran lugar accidentes gastronómicos de consideración.

Y, es que el gordo de los tiempos pasados fue todo un prototipo y un símbolo admirado, (…) cuando las gentes sabían apreciar (…) las comidas de hasta veinte mil calorías, con el riesgo de accidentes gravísimos, como el que acabó con la vida del buen De la Mettrie, por una indigestión al devorar entero, después de una gran cena, un paté de faisán con trufas añadidas, según explica Giacomo Casanova.

Asimismo –según se afirma en la solapa del libro referido- la hostilidad hacia los gordos por parte de los flacos es muy injusta porque “cuando la tuvo, la supremacía del gordo nunca llegó a basarse, o al menos no tan sólo, en el ofensivo contraste que marca la opulencia frente al mundo del hambre.”

Otro autor que sale en defensa de los gordos -mientras critica lo que caracteriza como efebocracia- es Jorge Bustos en oportunidad de comentar el libro Comimos y bebimos de Ignacio Peyró.

La lectura de este libro contracultural nos absuelve de la austeridad que nos imponen los nuevos ayatolás de la salud, es indulgente con nuestro sobrepeso, nos reconcilia con lo viejo: esa condición proscrita por la efebocracia de Instagram.

Sin embargo, Bustos establece una importante diferencia.

Pero ojo: hay gordos y gordos. Hoy la obesidad es una patología de masas embrutecidas por el colesterol industrial. Si hemos de ser gordos, nos dice Peyró, seamos gordos como los de antes: los que ensancharon su volumen corporal con sabiduría y constancia, no los que se atracan de comida basura con precipitación.

Concluye Jorge Bustos retomando una pregunta formulada por Ignacio Peyró en el libro reseñado: “¿Qué prefieren ustedes, morir antes comiendo rosbif y bebiendo armagnac bajo la mirada paternal de un retrato del duque de Wellington o acumular trienios a fuerza de compartir aguacates con tu profesor de spinning?”

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