Al estar gordo uno se sitúa fuera de la
moda, lejos de los modelos estéticos de nuestro tiempo. Es más, en muchos casos
los gordos sufren un verdadero bullying
social al tiempo que se los psicoanaliza con una liviandad que asusta:
descuidan su cuerpo, padecen desórdenes alimentarios, con la comida compensan
carencias de su primera infancia…
Pocas son las voces que salen en su
defensa rebelándose contra la llamada tiranía de la delgadez. En la solapa del
libro Con la boca
abierta. Una visión mordaz de la cultura mitigada por la gastronomía de
Antonio Bernabeu se afirma que
(…)
la naturaleza siente fascinación por las geometrías en curva y, precisamente
por ello, al distribuir los perfiles de los seres humanos, se decanta en favor
de los gordos y obesos. De los segundos, hablaremos muy poco, prácticamente
nada, porque la terapéutica de mórbidos los excluyó de las viejas retóricas,
los sacó de las dulces nostalgias y los condujo a la leprosería de las diez
plagas bíblicas. En cambio, nuestra vacilante cultura tendría que esforzarse en
devolver su apagado prestigio a esos gordos sencillos, de cintura turgente,
carrillo tumefacto y culo abovedado, sometidos a un trato de arcángeles caídos,
criaturas malditas que arrastraron con ellas, en su declinación, la antigua
fantasía de los sueños celestes, el hechizo del banquete platónico, el brillo
de la próspera cornucopia, el discurso con método, la imagen exultante, la
trasgresión sin duelo y el exceso glorioso.
No
conviene desconocer que hubo otros tiempos en los que la gordura estuvo bien
vista aun cuando ocasionalmente tuvieran lugar accidentes gastronómicos de
consideración.
Y,
es que el gordo de los tiempos pasados fue todo un prototipo y un símbolo
admirado, (…) cuando las gentes sabían apreciar (…) las comidas de hasta veinte
mil calorías, con el riesgo de accidentes gravísimos, como el que acabó con la
vida del buen De la Mettrie, por una indigestión al devorar entero, después de
una gran cena, un paté de faisán con trufas añadidas, según explica Giacomo
Casanova.
Asimismo
–según se afirma en la solapa del libro referido- la hostilidad hacia los
gordos por parte de los flacos es muy injusta porque “cuando la tuvo, la
supremacía del gordo nunca llegó a basarse, o al menos no tan sólo, en el
ofensivo contraste que marca la opulencia frente al mundo del hambre.”
Otro
autor que sale en defensa de los gordos -mientras critica lo que caracteriza
como efebocracia- es Jorge Bustos en
oportunidad de comentar el libro Comimos
y bebimos de Ignacio Peyró.
La
lectura de este libro contracultural nos absuelve de la austeridad que nos
imponen los nuevos ayatolás de la salud, es indulgente con nuestro sobrepeso,
nos reconcilia con lo viejo: esa condición proscrita por la efebocracia de
Instagram.
Sin
embargo, Bustos establece una importante diferencia.
Pero
ojo: hay gordos y gordos. Hoy la obesidad es una patología de masas
embrutecidas por el colesterol industrial. Si hemos de ser gordos, nos dice
Peyró, seamos gordos como los de antes: los que ensancharon su volumen corporal
con sabiduría y constancia, no los que se atracan de comida basura con
precipitación.
Concluye
Jorge Bustos retomando una pregunta formulada por Ignacio Peyró en el libro
reseñado: “¿Qué prefieren ustedes, morir antes comiendo rosbif y bebiendo
armagnac bajo la mirada paternal de un retrato del duque de Wellington o
acumular trienios a fuerza de compartir aguacates con tu profesor de spinning?”
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