viernes, 28 de febrero de 2020

José Antonio Labordeta


Hasta ahora nunca había escuchado hablar de él, no tengo la menor idea de su vida. Sin embargo, hay personas que aun siendo desconocidas para uno, nos resultan entrañables. Tal es el caso de lo que me sucede con José Antonio Labordeta a partir de algunos testimonios en relación a su vida.

Comencemos por lo que afirma José Luis Melero.

A pesar de haber estado siempre con los perdedores, José Antonio Labordeta ha ganado todas las batallas. Hermosa y casi irrepetible paradoja. Pocos como él concitan el afecto de miles de ciudadanos que lo ven como un tipo sencillo, honrado y nada pagado de sí mismo. (…) Yo soy su amigo desde hace tantos años que ni me acuerdo. (…) 
Le veía ya seriamente desmejorado y quise darle cariño en vida, que es cuando hay que dar el cariño. He ido durante este último año a verle todas las semanas. Casi siempre dos o tres días por semana. En su casa me juntaba con otros buenos amigos que lo querían tanto como yo. Todos lo mimábamos, le llevábamos libros, los dulces que le gustaban y hablábamos de política, de fútbol, de literatura…, de cualquier cosa con tal de que olvidara que se estaba muriendo. Juana y sus hijas estaban siempre a su lado, atendiendo cualquier deseo, atentas a cualquier gesto de impaciencia. Nunca se quejó. Ni un solo día. Nunca maldijo su suerte ni nos dio la lata con sus dolencias. Solo hablaba bien de todo el mundo: de su médica, de las enfermeras del hospital, de los amigos de Cariñena que querían homenajearle poniendo su nombre a unas botellas de vino, de los políticos que lo visitaban… No había ya apenas sorna ni ironía en sus palabras. Tan solo resignación.

Su muerte fue vivida por Melero en la devastación y el desamparo.

A mí no me importa hoy nada que fuera un icono de la libertades o del aragonesismo; ni que fuera un político querido por todos; ni que haya sido con Goya, Costa, Cajal y Buñuel uno de los cinco aragoneses más importantes de los últimos doscientos años como nos recordaba su querido Eloy Fernández Clemente el día que lo incineramos y llevamos flores a la tumba de Costa. A mí no me importa nada de eso. A mí lo único que me importa es que se me ha muerto mi amigo Labordeta, que no lo voy a ver más y que no sé cómo voy a llenar ese vacío. Y que me costará mucho olvidar cómo me enseñó a no guardar rencor a nadie, a no ser altivo ni soberbio, a no ambicionar bienes materiales y a querer a la familia y a los amigos con pasión y lealtad. A mí solo me importa saber cuándo voy a poder dejar de llorarle.

Otro testimonio es el su colega cantante Víctor Manuel, quien rememora el origen de su amistad.

Nos encontramos por vez primera en 1975, en el barrio de Torrero (Zaragoza) (…) Encontrarte fue como estar frente a un amigo al que conoces de toda la vida, cariñoso a lo aragonés, cercano, tierno...
Te dije cuanto me gustaba tu trabajo, como te admiraba y de un manotazo cambiaste de conversación temiendo que aquello se convirtiera en un merengue. Unos meses después nos encontramos en el Festival de los Pueblos Ibéricos, en la Universidad Autónoma de Madrid, donde 50.000 cantamos contigo el Canto a la libertad.
Te he conocido siempre igual, vertical, inquebrantable. Plantado en el escenario o defendiéndote como gato panza arriba, en el Congreso (…)
Tardará en nacer, si es que nace, alguien más pegado a un territorio, Aragón, más resuelto a cargar sobre sus hombros la historia grande y la intrahistoria; empotrado en su paisaje, hombro con hombro con el paisanaje. Indisolublemente unidos para siempre.

Subraya Víctor Manuel el hecho de que José Antonio Labordeta se mantuviera distante de ciertas prácticas propias de su arte.

En este oficio de cantar nuestro, ya sabes, uno encuentra de todo, meteoritos de una sola canción que desaparecen como el humo; cantamañanas dispuestos a transar pagando el gasto de su propio bolsillo; ambiciosos con la ambición dibujada en el rostro; mentirosos compulsivos; envidiosos corroídos por la envidia... Y tú, al que nunca escuché hablar mal de un compañero, con la sabiduría del que sabe escuchar porque siempre está dispuesto a saber algo que desconoce; al hombre libre que no necesita renunciar a nada para tener el afecto de sus contemporáneos.

Concluye Víctor Manuel expresando su emocionado deseo: “De mayor quiero ser como tú, querido José Antonio”.

Entre sus amigos más cercanos nos encontramos con Luis Alegre quien realza su bondad (aunque ella tenga mala prensa en nuestros tiempos). “Vivimos en un mundo tan malvado que reivindicar la bondad de alguien puede sonar raro, un poquito cursi y hasta revolucionario. Pero eso es lo que era, esencialmente, José Antonio Labordeta: alguien que hizo de la bondad una obra de arte.” Y enuncia las muy distintas actividades a las que se dedicó a lo largo de su vida.

José Antonio Labordeta no se acababa nunca. Dentro de él cabían muchas personas: el poeta, el novelista, el periodista, el profesor, el activista cultural y político, el presentador de televisión, el diputado, el autor de algunas canciones pegadas a la memoria colectiva o el líder moral de una generación decisiva en la historia de Aragón. Pero, sobre todo, dentro de él había un tipo emocionante al que la gente siempre sentía como uno de los suyos.

Para Luis Alegre es de destacar en Labordeta el enorme compromiso con su tierra, con su gente, que tanto lo quiso.

Desde hace unos años, una asociación de empresas cerveceras realiza una encuesta para conocer los personajes -nacionales e internacionales- preferidos por los aragoneses para irse de cañas. Hasta el año pasado José Antonio Labordeta siempre salió el primero. El resultado de la encuesta era de lo más revelador: los aragoneses, realmente, sentíamos total devoción por él. La irrupción de Labordeta en la vida pública aragonesa supuso un subidón de autoestima para nuestra tierra: gracias a él nos aprendimos a querer mucho más y mejor. Los aragoneses nos sentíamos muy orgullosos de "El Abuelo" porque nos devolvía una imagen de nosotros mismos que nos hacía sentir muy bien.
Labordeta sentía debilidad por la España olvidada, como dejó bien claro en el programa Un país en la mochila o en sus años en el Congreso. José Antonio se metió en el bolsillo a muchos ciudadanos que compartían muy pocas de sus ideas pero a los que inspiraba una confianza personal absoluta. Labordeta era el antiarribista y el anticorrupto. No sé si habrá habido algún político en la historia de España en el que se haya percibido tanta integridad y tanta nobleza.
La gente sabía que el amor de Labordeta era verdadero. Por eso la gente lo quería de esa maravillosa manera.

Llegados a este punto recordemos uno de los versos de José Antonio Labordeta

Al fin me voy, al fin me alejo,
al fin os dejo mi soledad.
Al fin y al cabo
todo buen rato
siempre termina por terminar.

Y sí, me sumo a la lista: a mí también me hubiese gustado mucho ir a tomar unas cervezas con José Antonio Labordeta.

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